Apartado B
Cierto día de cierto mes, en el bar clandestino Alveare.
—Ahora que lo pienso, ¿exactamente cómo es que vamos a convertirnos en dinero?
—¿Qué tal si usamos trajes hechos con monedas?
—¡Pero claro! ¡Eso es brillante, Miria! ¡Estoy seguro de que llevar capas y capas de monedas encima será útil incluso para detener las balas! Ahora, espera un momento. ¡Saldré a cambiar todos nuestros billetes por monedas!
—¡Está bien, Isaac! ¿Pero no será muy pesado?
—¡Por supuesto que sí! Pero recuerda, Miria. Estos trajes son los responsables de proteger nuestras vidas. Así que es completamente natural que pesen más que una persona. En otras palabras, ¡el dinero pesa más que la vida!
—¡Será una muy buena inversión!
Escuchando la conversación de Isaac y Miria, tan incomprensible como siempre, Firo suspiró otra vez.
—¿Todavía siguen con eso, ustedes dos?
El joven camorrista vació de golpe el contenido de su copa, con el hielo derretido y todo, y se volvió hacia el excéntrico dúo.
—Entonces, supongamos que se las arreglan para bloquear el ataque de Picahielo Thompson. ¿Qué van a hacer después de eso?
—Bueno… Eh, ¿qué vamos a hacer, Miria?
—¿Deshacernos de él?
—Pero ni siquiera sabemos todavía si es una mala persona.
—Qué pregunta más difícil.
Mientras Isaac y Miria debatían sobre la moralidad de sus planes, Firo los miró con una expresión de sorpresa.
—Hey, dejando de lado la primera parte por un momento, jamás considerarían que un asesino es una buena persona, ¿o sí?
—Pero algunas personas son buenas, incluso si han matado a otras personas antes.
—¡Igual que Jacuzzi!
—¿De dónde ha salido ese nombre ahora? —se preguntó Firo en voz alta. Pero en lugar de recibir una respuesta, fue recibido con un par de sonrisas radiantes.
—Firo, ¡incluso un mafio… un camorrista ignorante de la Prohibición como tú es una buena persona!
—¡Todos ustedes son buenas personas!
—Hey, no asuman que todos nosotros realmente somos buenas personas. Podrían terminar metiéndose en todo un lío de problemas —advirtió Firo con una sonrisa irónica. Pero la respuesta del dúo fue algo inesperado.
—¡No seas tan humilde, Firo! Al principio pensábamos que todos ustedes eran villanos, ¡y tratamos de robarles dinero porque pensamos que nadie nos regañaría por eso! ¡Pero míranos ahora! ¡Amigos íntimos con los que estoy orgulloso de asociarme!
—¡Ennis también te ayudó, así que eso te hace aun mejor!
—Wow, espera un momento. ¿No acabas de decir algo muy importante acerca de robarnos? —farfulló Firo, no dispuesto a dejar que ese punto se pasara tan fácilmente.
Pero Isaac y Miria ignoraron el asunto simplemente con un par de palmaditas optimistas sobre los hombros de Firo.
—No te preocupes por eso, Firo. ¡Todo está en el pasado! Y como puedes ver, en lugar de dinero, ¡te estamos robando el tiempo!
—¡El oro es tiempo!
—…
«Tal vez debería haber dejado pasar el asunto».
Temiendo que otro ejecutivo se enterara de la bomba que Isaac y Miria acababan de soltar, Firo los acompañó apresuradamente afuera del bar. Luego regresó al mostrador y suspiró fuertemente.
—¿Yo? ¿Una buena persona…? —murmuró, comparándose a sí mismo con Picahielo Thompson. Igual que él, Firo también era culpable de homicidio.
Una vez asesinó a un hombre llamado Szilard Quates, un loco sin esperanzas de redención.
Era cierto que Szilard había tomado muchas más vidas de las que Picahielo Thompson podría siquiera aspirar, pero Firo pensó que tal vez el hecho de que él se había robado la vida incluso de una escoria como Szilard lo hacía poco diferente de Picahielo Thompson.
La redención no le llegaba a los asesinos. Incluso Firo sabía bien eso.
También sabía que, como un hombre que se unió voluntariamente a la camorra, nunca podría encontrar la salvación completa.
En ese sentido, tal vez la salvación misma era el castigo que se le había dado por sus crímenes.
Algunas personas podrían decir que ningún castigo es demasiado severo para un asesino en serie…
¿Pero qué tal si Isaac y Miria tenían razón y Picahielo Thompson no era un villano impenitente?
¿Qué tal si no estaba en una ola de asesinatos indiscriminados, sino que actuaba bajo sus propias razones justificadas?
O para ir un poco más lejos, ¿qué tal si los homicidios hubieran tomado lugar en una zona de guerra, donde todos habrían estado de acuerdo en que habría sido algo inevitable?
Firo se encogió de hombros.
«Pero por otra parte, incluso llegó a asesinar a una prostituta que no parecía estar involucrada con nadie».
Sin saber la verdad, Firó continuó reflexionando.
Si la policía nunca atrapara a Picahielo Thompson, ¿él o ella continuaría asesinando personas sin ser llevado ante la justicia? ¿Se reiría a carcajadas como un villano ante su buena fortuna?
Mirándolo de otro modo, si los asesinatos en serie hubieran ocurrido con un propósito específico y al asesino nunca se le concediera la salvación de su castigo, ¿podría dicho asesino ser capaz de vivir con esa carga por el resto de su vida?
Incluso si Picahielo Thompson era una buena persona y sus víctimas eran gente mala, aun así no debería haber salvación para él.
Asesinato era asesinato, sin importar la excusa.
Dejando de lado el asunto de la determinación, el mismo acto de ponerse en los zapatos de un asesino era un acto que rechazaba la salvación.
Y naturalmente, ni siquiera el mismo Firo podía ser salvado completamente del acto de haber asesinado a Szilard. A eso se sumaba el hecho de que justificaba sus propias acciones y se atrevía incluso a esperar que algún día pudiera casarse con la mujer que amaba.
En este punto, Firo solo era un sinvergüenza ordinario que incluso podría llegar a ser peor que un asesino común.
Pero si algún día fuera a ser castigado por todo eso, tenía la esperanza de poder soportar por sí mismo la carga de todo.
Firo recordó a su compañera de piso, la mujer que amaba, y cerró sus ojos en silencio.
Una pequeña figura se acercó a él.
—¿Estás pensando en lo que Isaac y Miria dijeron hace rato, hermano mayor? ¿Te preocupa no ser una buena persona?
—Czes…
—Eso no es algo por lo que deberías perder el sueño, hermano mayor. Tienes un largo, largo tiempo por delante de ti. No hay mérito en debatir la ética y la moral sobre cosas tan triviales —dijo Czes, más distante que maduro—. Hasta solo hace unos pocos años en este país, abrir un bar era algo completamente legal, pero ahora es considerado un crimen. Aunque supongo que casi ningún país o época condonaría el homicidio, nunca se sabe lo que el futuro traerá. Piensa en las excepciones que la gente hace en tiempos de guerra, por ejemplo.
—…
—Nosotros los inmortales no tenemos otra opción más que reconciliar nuestras creencias con las de la época en la que vivimos. Conceptos como el bien y el mal no tienen sentido una vez que las épocas pasan y los países cambian.
Czes, el inmortal mayor, estaba sermoneando a su amigo más joven.
—En ese sentido, Isaac y Miria estaban en lo cierto cuando dijeron que las personas no podían derrotar al tiempo, incluso dejando de lado asuntos como el envejecimiento y la esperanza de vida.
Firo miró la sonrisa resignada de Czes y trató de decir algo, pero se detuvo al darse cuenta de que no había nada que pudiera hacer por el chico en ese punto.
Tal vez esto tenía algo que ver con el muro que había entre ellos y Czes. Firo se preguntó si debería seguir con ese tema de conversación, cuando Czes volvió a hablar repentinamente.
—Ah, pero hay algunos excéntricos entre nosotros los inmortales.
—¿Excéntricos?
—Todo lo que te dije antes en realidad es algo que escuché de alguien más. Alguien que dijo que un inmortal, que viviría en todo tipo de tiempos y lugares, no tendría otra opción más que reconciliar sus creencias de acuerdo con la época…
Czes recordó nostálgicamente las palabras y los rostros de sus compañeros alquimistas que se habían vuelto inmortales junto a él.
—Fue entonces que alguien intervino con una sonrisa. «No me importa», dijo. «No voy a comprometer mis creencias por eras o países. Después de todo, las sonrisas de las personas son iguales sin importar dónde y cuándo. Es por eso que las sonrisas serán el único estándar por el que yo me guíe. Mi propia ley, por así decirlo», nos dijo con una cara completamente seria.
Czes recordó al alquimista que había estado dispuesto a morir por las sonrisas de otros, incluso desde antes de haber adquirido la inmortalidad, y se forzaba a sí mismo a mostrar una sonrisa honesta.
—A veces podías ser terriblemente espeluznante… Pero me pregunto cómo te está yendo ahora, Elmer.
—–
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