Ser inteligente no te garantiza que tendrás las respuestas a todo. En realidad, parece algo imposible, ya que, por cada descubrimiento que haces, por cada respuesta que encuentras, siempre llega al menos el doble de preguntas nuevas. No existe el conocimiento absoluto. No importa si tienes todo el dinero del mundo; cada vez que la mente humana supera un límite, encuentra uno más grande. No. No tengo la respuesta a todo. Por ejemplo, si en este momento me preguntas si es posible que exista alguien más inteligente que yo, no sabría decirlo. Sé que no lo existe, pero no significa que no podría existir. Podría. Es solo que no puedo imaginarlo. Aun con toda mi inteligencia, me es imposible imaginar que ese fuera el caso. Mi entendimiento parece demostrar que el límite que he alcanzado es el límite absoluto que puede alcanzar la inteligencia del ser humano. Pero, en realidad, esta percepción ha existido siempre en mí incluso desde que era menos inteligente que tú. Sí, así es. Entonces me era inconcebible pensar que alguien pudiera ser tan inteligente como lo soy ahora. Vete si ya te cansaste. Y te equivocas, esto no es una respuesta. Tal vez, podría, quizás. Todas estas aún son preguntas, en forma de afirmación. No son la respuesta. Pero hay una respuesta que sí sé con total certeza. Si me preguntas cuál es la cosa más estúpida que he hecho en mi vida, esta es la respuesta que mejor conozco. Y, por supuesto, cómo no, es una decisión que tomé cuando aún era menos inteligente que tú.
La cosa más estúpida que he hecho en mi vida fue invertir todo el dinero que tenía en esta tortuosa e insoportable inteligencia sobrehumana.
Nací con una predisposición genética completamente mediocre y un potencial intelectual más bien por debajo del promedio. Fui criado por padres igualmente mediocres que no se preocuparon lo suficientemente por aprovechar el poco potencial intelectual que tenía, pero por lo menos me criaron con amor. Cosas como el amor o la felicidad eran más fáciles de comprender cuando era menos inteligente que tú. Ahora, cuanto más entiendo las cosas, menos las comprendo. Las cosas han perdido sentido al adquirir significado. Ser extremadamente inteligente, si tuviera que hacer una vaga analogía que hasta tú pudieras entender parcialmente, diría, es lo más cercano que existe al concepto sincrético del infierno. La inteligencia extrema es el peor de todos los males. Es la capacidad de percibir todos los errores que existen en el diseño del universo y la conciencia de que no hay valor alguno en siquiera tratar de corregirlos. La vida es un caos inevitable y la muerte es otro. Saltar de una a otra no hace la menor diferencia. Esta permanencia eterna es lo que hace de este mal el peor de todos. Más bien, es la suma de todos y su potenciación. Hay momentos en los que desearía volver a ser más tonto que tú. Es inevitable. Ser más inteligente significa siempre estar más loco. La correlación entre la inteligencia y los padecimientos mentales es una realidad ineludible. Pero no puedo renunciar a mi inteligencia. Por eso no puedo renunciar a mi inteligencia. Por eso esto es el infierno, en un sentido metafórico. No es posible renunciar a la inteligencia. Podría perderla si alguien es lo suficientemente hábil para tomarla de mí sin que me diera cuenta. Pero no puedo renunciar a ella por mí mismo. Es una paradoja. Incluso si lo más estúpido que hice en mi vida fue volverme inteligente, decidir volverme estúpido nuevamente no sería inteligente. Pero sé que no puedes entender esto del todo ya que no eres tan inteligente como yo.
Diría que las cosas eran sencillas y hermosas cuando era menos inteligente que tú. Lo diría porque conservo mis recuerdos de cuando era menos inteligente que tú, aunque ya no conserve mis subjetividades. Nada puede ser hermoso cuando solo puedes apreciarlo racionalmente.
Cuando era menos inteligente que tú, solía amarte. Ahora, ya no queda nada de mí para ti, excepto por estas palabras vacías.
Cuando te conocí por primera vez, era lo suficientemente tonto para darte inmediatamente una valoración positiva en base a algo tan superficial como tu apariencia física, tu comportamiento o, incluso, tu inteligencia. Todas tus características, todos tus rasgos, eran para mí lo mejor, desde mi cegado sesgado punto de vista. Estaba platónicamente enamorado de tus movimientos, de tus resultados, y de las casualidades que se manifestaban en la secuencia de tu vida.
Pero eras más inteligente que yo. Eras bastante inteligente, en realidad, aunque desde mi perspectiva actual me cuesta empatizar con esa idea. Al menos, fuiste lo suficientemente inteligente como para saber que no sería bueno para ti estar conmigo en una relación que forzara nuestras vidas a coexistir constantemente. En ese tiempo no lo entendía, pero ahora sé que tenías razón.
Te amaba y era tonto y era feliz solamente con poder verte.
«Pero no eres suficientemente inteligente para mí», me dijiste. Entonces se me ocurrió la peor idea que pude haber pensado.
«Tal vez si soy más inteligente podremos estar juntos», pensé. Pero solo era otra pregunta en forma de afirmación. Y la respuesta era un no.
Compré la primera dosis de inteligencia y ascendí a un nivel intelectual justo a la altura del tuyo. «Debería ser perfecto», pensé. Pero la respuesta era un no.
Descubrí y entendí todos tus defectos, pero seguí amándote. Descubrí también mis propias virtudes, desarrollé un ego elevado, y entonces me dolió más la continuación de la conclusión previa: la carencia de nuestra coincidencia interpersonal. Así es. La inteligencia solo es la capacidad de comprender las cosas, no la de corregirlas. Para corregirlas se necesita un 1% de habilidad mecánica y un 99% de suerte, pero la segunda no está en venta. Si hubiera un control sobre ella, ya no sería suerte. Lo aclaro porque sé que te cuesta entenderlo.
Había adquirido la inteligencia suficiente para entender que no tenía esperanza, pero no la suficiente para dejar de amarte. Aún seguía siendo un tonto inmaduro como tú, solo que con un poco menos de suerte.
Entonces se me ocurrió la mejor idea que se me podría haber ocurrido en ese punto.
Invertí el resto de mi dinero, que no era poco, en alcanzar el grado más alto de inteligencia al que pudiera acceder un ser humano. Y la respuesta es un sí. Alcancé la supremacía intelectual después de una esquematizada etapa de tráfico de datos y manipulación neuronal. Sin embargo, no dejé de sentir completamente. De hecho, algunas emociones se han intensificado. Ante la comprensión absoluta del caos que representa la existencia de las emociones mismas, el peso del pesimismo se hace latente y su fuerza gravitacional absorbe y acapara la levedad de las conexiones en el espectro opuesto. Pero me detengo en esta explicación porque sé que no eres capaz de comprenderlo.
Volverme inteligente fue la cosa más estúpida que hice. Sin embargo, ahora que soy el más inteligente, lo más inteligente que puedo hacer es seguir comprando más inteligencia. Cuando la nueva actualización salga al mercado, seré el primero en descargarla. Por supuesto, esa actualización solo saldrá cuando yo mismo la desarrolle, ya que soy el único que puede hacerlo.