1935. En una fábrica abandonada en Nueva York.
Después de que la enorme explosión acabara con la ya desgastada fábrica abandonada, consumiendo en su interior los cuerpos de Huey y Graham que se encontraban allí por motivos diferentes cada uno, el edificio había empezado a reconstruirse por sí mismo.
Cada molécula de cada objeto que había sido destruido con la explosión y cada célula de cada organismo que había muerto en la misma empezó a sacudirse en un increíble proceso de reconstrucción.
O, como lo llamaría Graham más adelante, la destrucción misma estaba siendo deconstruida.
En realidad, todo lo que había sido destruido no estaba siendo reconstruido, sino «des-destruido». El tiempo alrededor había empezado a fluir en sentido contrario hasta llegar al momento justo antes de la destrucción.
En cuestión de unos segundos, cada objeto, incluyendo la fábrica misma, había recuperado su estado previo a la explosión. O más bien, había simplemente perdido el estado que había perdido con ella.
Utilizando como apoyo una silla de madera que encontró frente a él, Huey, cuyo cuerpo también acababa de restaurarse completamente, se levantó del suelo y se sentó en ella, aún algo aturdido, sosteniendo su cabeza con su mano derecha.
En el momento en que todo parecía haber estado en calma una vez más, una repentina voz se escuchó dentro de la fábrica.
—Entonces, ¿funcionó?
La voz provino de una mujer joven de cabello rubio que en ese momento entraba al edificio.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente…? —murmuró para sí mismo Huey, que aún seguía un poco desorientado.
Después de que dijo esto, un pequeño silencio invadió el lugar, el cual solamente fue interrumpido por los suaves pasos de la mujer que se le acercaba lentamente.
—Creo que solo fueron unos segundos —respondió por fin la mujer cuando llegó hasta donde estaba Huey—. Aunque para mí fueron como doscientos años.
Huey levantó su cabeza y vio el rostro de la mujer iluminado con una cálida sonrisa. Y por encima de esa sonrisa, una mirada profunda y sinceramente alegre parecía que podía curar cualquier herida y arreglar cualquier problema que cayera sobre todos y todo lo que miraba.
—…Mónica.
Al reconocer a la mujer frente a él como la mujer con la que había soñado cada día durante los últimos doscientos años, una sincera sonrisa se apoderó de su rostro de manera reflexiva.
—Si Elmer estuviera aquí, estaría celebrando por verte sonreír de esa forma —dijo Mónica, mientras tomaba a Huey de la mano.
Huey se puso de pie y la apretó en un fuerte abrazo.
—Lo sabía… —dijo Huey, con un par de lágrimas de alegría atrapadas en sus ojos—. Sabía que no habías muerto hace doscientos años cuando tu cuerpo desapareció entre las olas…
—¿Acaso no lo recuerdas? —preguntó Mónica, levemente confundida por las palabras de Huey, pero luego continuó con la misma sonrisa de antes—. Fuiste tú el que me salvó, Huey.
Antes de que Huey pudiera decir algo más, el aplauso de un solo hombre empezó a hacer eco entre las grandes paredes de la fábrica.
Clap, clap, clap.
—¡Pero qué hermosa reunión! —exclamó el hombre sinceramente conmovido, parado en la entrada del lugar opuesta a la entrada por la que había llegado Mónica—. ¡No me lo esperaría ni en un millón de años!
Huey y Mónica se volvieron para encarar a Graham, el hombre vestido con uniforme de mecánico que había empezado a hablarles en un tono tan emotivo.
—¡Vamos, todos! —continuó Graham como si se dirigiera a más personas, a pesar del hecho de que ellos tres eran los únicos presentes—. ¡Cantemos tres hurras por este dulce reencuentro! ¡Hip, hip, hurra! ¡Hip, hip, hurra! ¡Hip, hip, hurra!
Mientras Graham celebraba solo eufóricamente, Huey y Mónica se miraron entre sí, ligeramente confundidos, y se quedaron en silencio.
—Esta es una escena realmente conmovedora. ¡Seguro que en el futuro será una gran historia para sus hijos y sus nietos! —prosiguió Graham con un repentino cambio de ánimo—. ¡Pero lo siento, porque el villano que se robará su alegría para entregársela a otros acaba de llegar!
Y al decir esto, tomó la enorme llave inglesa que sostenía entre sus brazos y corrió agitándola violentamente hacia Huey.
Justo cuando la enorme herramienta estaba a punto de impactar contra su cabeza, Huey reaccionó oportunamente y logró detener el ataque agarrando por el centro la llave metálica con sus dos manos.
—No te preocupes —dijo Huey, resistiendo tranquilamente el ataque, mientras Graham ejercía presión sobre su llave sosteniéndola desde ambos extremos—. No he olvidado mi promesa. Mañana es el cumpleaños de tu amigo, ¿no es así? Si eso es lo que quieres, estaré presente allí para arreglar cuentas con él.
Graham inclinó su cabeza, ocultando parcialmente su mirada entre las sombras. Luego gesticuló una gran sonrisa.
—Es cierto, había planeado entregarte como regalo de cumpleaños para el jefe Ladd, pero… En este momento, las ganas de matarte con mis propias manos son más grandes que mi respeto por Ladd…
Y como si se interrumpiera a sí mismo, en un tono melancólico totalmente opuesto a la euforia asesina que había estado mostrando un segundo antes, prosiguió:
—¡Oh, no! ¡No puede ser! ¿En qué clase de traidor me estoy convirtiendo? ¡Poniendo mis egoístas intereses por encima del jefe Ladd! Qué clase de villano traiciona sus propios principios de esta manera…
Graham se arrodilló sobre el suelo, arrastrando consigo a Huey que aún sujetaba fuertemente la enorme llave.
—Ya veo… —murmuró Huey.
A pesar de que los repentinos cambios de humor eran normales en Graham, algo en la manera en que había hablado antes le reveló a Huey algo importante.
—Los recuerdos y deseos de Fermet deben de estar afectando tu propia personalidad… Si me permites experimentar un poco con tu cerebro, creo que en poco tiempo sería capaz de extraer esas memorias y esos pensamientos ajenos a ti.
—Ahahahaha… No tienes que molestarte.
Graham soltó uno de los extremos de su enorme llave de mecánico y tomó con su mano libre otra llave un poco más pequeña de entre su ropa, para posteriormente dirigir un fuerte golpe con ella hacia el cuello de Huey.
Sin embargo, Huey evadió el golpe dando un ligero salto hacia atrás.
—¡Ya basta, ustedes dos! —gritó Mónica, que de inmediato desenfundó de entre sus ropas un liviano estilete con un sofisticado diseño anticuado y lo apuntó amenazantemente a Graham mientras se paraba a un lado de Huey—. Si no me equivoco, ninguno de los que estamos aquí puede morir, por lo que pelearnos no nos llevará a ningún lado.
Graham sonrió nuevamente y arrojó sus armas al suelo.
—Es cierto. Siendo inmortales, estas armas en verdad son inútiles. No puedo desarmar sus articulaciones ni desmantelar sus extremidades porque se regenerarían al instante, y sin embargo… Si en verdad nadie puede morir aquí, entonces la muerte no debería asustarte, pero aun así te has apresurado a sacar tu arma como una forma de defensa. Eso es porque quizás inconscientemente estabas pensando en dos cosas importantes…
—¿Qué…? —preguntó Mónica.
Pero quien respondió no fue Graham sino Huey.
—Por un lado, si bien somos inmortales, eso no significa que seamos inmunes al dolor… Y por otro lado… Hay una forma en la que los que estamos aquí presentes podemos matarnos entre nosotros.
Mónica recordó que hacía más de doscientos años, cuando había adquirido la inmortalidad, después de dejar a Huey con Graham y los demás en aquella mansión a las afueras de Lotto Valentino, Elmer le había dado ciertas instrucciones escritas a puño y letra de Huey.
En ellas explicaba a Mónica con detalle las coordenadas de aquella fábrica abandonada y le indicaba cómo y cuándo debería llegar allí para finalmente reencontrarse con él.
Siguiendo las instrucciones escritas en el diario, Mónica se ocultó del mundo entero durante más de dos siglos; se infiltró secretamente en el Advena Avis en el momento en que los alquimistas lo abordaron para huir de Europa y vigiló silenciosamente a Huey hasta su llegada a América y posteriormente cada día hasta este momento.
Pero lo que acababa de recordar Mónica en este momento en particular era ese pequeño apartado en las instrucciones escritas por Huey en donde le explicaba su nueva condición de inmortal y la única forma en que podía morir, enfatizando en el hecho de que debía cuidarse de otros inmortales.
—Espera —dijo Graham, como si acabara de recordar algo repentinamente—. Hay alguien más de quien debería hacerme cargo primero…
* * *
Mientras tanto, en una clínica en East Village.
—Oye, Isaac.
—Dime, Miria.
Después de haber decidido dejar atrás sus vidas como ladrones, Isaac y Miria habían conseguido un empleo honrado trabajando como asistentes en una pequeña clínica dirigida por un misterioso hombre vestido completamente de gris.
—¿Por qué el doctor Fred siempre está vestido con ese misterioso atuendo gris que le cubre todo el cuerpo?
—Mmm… ¿tal vez está ocultando su verdadero yo?
—¡Entonces es como el doctor Watson y el señor Hyde!
—¡Tienes razón, Miria! ¡Puede que estemos trabajando con un monstruo y no lo sepamos!
—¡Es horrible, Isaac! ¡¿Qué vamos a hacer?!
—Ustedes dos tienen una gran imaginación —interrumpió Who, un hombre de cabello rubio y aspecto algo acobardado, que trabajaba también como asistente en la clínica—. El señor Fred solo… Espera… Ahora que lo pienso… Tienes razón. Es muy extraño que siempre oculte su apariencia de esa manera. ¿Qué opinas tú, Lebreau?
—Oh, supongo que el señor Fred tiene sus motivos —respondió Lebreau afablemente después de inyectar un poco de morfina a un paciente que descansaba sobre una de las camas dispuestas a lo largo de la habitación—. Pero estoy seguro de que el señor Fred no es ningún monstruo. ¿Acaso un monstruo dedicaría su vida a ayudar desinteresadamente a las personas?
Aunque la respuesta de Lebreau no resolvía la incógnita sobre la apariencia del misterioso doctor, la cordialidad con que se había expresado fue suficiente para al menos apartar momentáneamente las inquietudes de Who.
Sin embargo, Isaac y Miria aún no estaban satisfechos.
—¡Ya sé, Miria! ¡Lo único que tenemos que hacer es derramar algo sobre la ropa del señor Fred! ¡Entonces no tendrá más opción que cambiarse frente a nosotros y revelar su verdadera identidad!
—¡Eres un genio, Isaac!
—¡Por supuesto! ¡Y sabremos finalmente si estamos trabajando con un monstruo o no!
Al escuchar estas palabras, la amable sonrisa de Lebreau pareció hacerse un poco más profunda. Sin embargo, la expresión de sus ojos, oculta bajo su largo flequillo, continuaba siendo tan indescifrable como siempre.
Esta pacífica reunión entre colegas se estaba llevando a cabo en una de las habitaciones en el segundo piso de la clínica.
Antes de que la animada pareja pudiera terminar de hacer sus planes, se escuchó un ruido que provenía de la planta baja.
—¡Silencio! —gritó repentinamente Isaac con una expresión de cautela, poniendo su dedo índice sobre su boca—. Alguien viene.
—¡Debe ser el monstruo! —susurró Miria.
—¡Y aún no hemos preparado nuestro ataque, Miria!
—¡¿Qué haremos, Isaac?!
—¡Ya sé! ¡Tráeme una de esas bolsas llenas de líquido rojo que el señor Fred guarda en el refrigerador!
—¡Bien pensado, Isaac! ¡Eso nos puede servir!
Miria respondió con una risita traviesa e inmediatamente tomó una bolsa del refrigerador y se la entregó a Isaac.
Mientras el sonido de alguien acercándose a la habitación se hacía cada vez más fuerte, Isaac y Miria tomaron rápidamente un par de jeringas y las llenaron del líquido rojo contenido en la bolsa.
Entonces, sujetándolas comos pistolas, apuntaron finalmente hacia la puerta y esperaron a que el monstruo apareciera…
—Oigan, ustedes dos no deberí–
Antes de que Who pudiera terminar de reprender a la pareja por sus desconsideradas acciones, fue interrumpido por el monstruo que apareció en la puerta agitando un enorme brazo metálico.
—¡Bienvenidos al infierno!
Aunque el hombre, Ladd Russo, llegó gritando estas palabras con una sonrisa, fue él quien recibió la insólita bienvenida de Isaac y Miria, que descargaron sobre él sus jeringas mientras gritaban a su vez:
—¡Monstruoooo!
Después de esto, la habitación cayó en un profundo silencio.
Ladd se limpió una gota roja de la barbilla con un dedo y la examinó por un momento. Finalmente, estalló en una carcajada.
—¡Ahahahaha! ¡Gracias por el cumplido, mi querido Isaaccito!
Dijo esto mientras arrastraba amistosamente a Isaac por el cuello con su brazo metálico.
—Y también por el baño de sangre —continuó sinceramente divertido—. Lástima que aún no me hubiera puesto mi traje para la ocasión. ¡Lo tomaré como un regalo de todos modos!
—¡Oh, cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos, Ladd! —respondió Isaac alegremente, olvidando repentinamente el hecho de que acababa de empapar de sangre a su excompañero de prisión.
—Pero, ¿cuál es la ocasión, señor Ladd? —preguntó Miria curiosamente, también ignorando su parte en el incidente aparentemente trivial para estos tres.
—¡Es cierto! ¡Vine a invitarlos a una pequeña reunión que celebraremos mañana por mi cumpleaños! Será en una pequeña y acogedora cabaña en el bosque, llamada El Infierno. ¡Así que, Isaac, Who, señor Doctor Muerto, sean todos bienvenidos al infierno!
—¿Qué estás planeando, Ladd? ¿De qué se trata todo esto realmente? —preguntó repentinamente Who, que como amigo de la infancia de Ladd, podía sentir algo ligeramente extraño en su actitud.
—¿De qué estás hablando, Who? Ya sabes que todos nuestros viejos amigos que solían compartir pasatiempos similares a los míos fueron asesinados hace unos años en ese tren; tú y yo somos los únicos sobrevivientes. Además, encerrado en la cárcel no tuve tiempo de hacer muchos amigos. Claro, excepto por este amiguito de aquí —dijo mientras acariciaba la cabeza de Isaac como si fuera la de un cachorro—. Así que no tienes de qué preocuparte. ¡Solo será una pequeña fiesta para celebrar la vida! De todos modos, no olvides llevar tu viejo traje blanco. Realmente te veías bien en él. Ahahahahaha.
—Oye, Ladd…
—Lo siento —continuó Ladd antes de que su amigo pudiera decir algo más—, pero mi prometida me está esperando afuera. ¡Los veré en el infierno! Mañana, no lo olviden. Ahahahaha.
Y después de decir esto, desapareció nuevamente por donde había llegado, dejando la habitación, una vez más, sumergida en un profundo silencio.
Mientras la clínica recuperaba lentamente su atmósfera inicial, el único hombre que había estado observando tranquilamente sin decir una sola palabra salió detrás de Ladd sin que los demás se percataran de su repentina ausencia.
—Señor Ladd —dijo Lebreau al llegar afuera y encontrar a Ladd listo para abordar un vehículo que lo esperaba frente a la clínica—, por favor, permítame darle un pequeño regalo por su cumpleaños.
Las palabras de Lebreau eran tan corteses como siempre y su sonrisa un augurio inescrutable.
—¿Eh? ¿Y quién eres tú…?
—En realidad no importa quién soy —continuó Lebreau, con un sutil cambio en su actitud que, a pesar de todo, le hizo sentir a Ladd que era una persona completamente diferente—. La vida es maravillosa. No necesito más razón que esa para celebrarla. Y tampoco necesito más razones para hacerle un pequeño obsequio a otro hombre que también desea celebrarla.
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Ladd, frunciendo el ceño. La repentina actitud del hombre frente a él empezaba a parecerse más y más al tipo de actitud que más odiaba en las personas—. Hey, ve al grano si no quieres que te mate. Estás empezando a molestarme.
Lebreau extendió hacia Ladd un pequeño frasco que sacó de uno de sus bolsillos.
—Mañana en tu cumpleaños encontrarás a una de las personas que más deseas asesinar. Pero creo que ya estás al tanto de que esa persona es inmortal.
Dos rostros aparecieron en la mente de Ladd, pero al escuchar la última palabra, solamente uno permaneció.
—Huey… Huey Laforet —murmuró mientras tomaba el frasco de la mano de Lebreau.
—Si bebes el contenido de este frasco, serás inmortal igual que él y tendrás el poder de acabar con su vida.
La sonrisa que revelaron los labios de Lebreau mientras decía estas palabras era la de alguien que ha alcanzado la plenitud absoluta, la sonrisa de un hombre que ha logrado todas sus metas y se siente completamente satisfecho y autorrealizado.
—Hey… ¿Quién demonios eres tú…?
—Solo soy un hombre que ama la vida.
—Ja. Eres un tipo extraño —dijo Ladd forzando una extraña sonrisa—. Te veré mañana en el infierno. No faltes.
Y al decir esto, Ladd se dio media vuelta y abordó finalmente el auto que lo estaba esperando.
—Oh, por supuesto que estaré ahí —murmuró Lebreau cuando Ladd ya se había marchado.
Y después de este pequeño intercambio, la noche cayó sobre el hombre que había proclamado su amor por la vida con una sonrisa complacida.
La oscuridad tomó el lugar de la luz, cubriendo consigo también a todos aquellos que aún no tenían idea de lo que hacía que el mundo fuera un lugar tan maravilloso para este hombre.
El tiempo continuó moviéndose a su ritmo mientras el mundo se preparaba para una última conmoción.
* * *
La tarde del día siguiente. El Infierno.
El sol empezaba a ponerse sobre la pequeña cabaña que estaba ubicada en medio de un espeso bosque hacia las afueras de Nueva York.
A pesar de lo modesta que aparentaba ser desde afuera, el interior de la única habitación que la conformaba estaba decorado tan lujosamente que parecía como si alguien hubiera arrancado la sala de estar de la mansión de uno de los barrios más adinerados de la ciudad y la hubiera arrastrado hasta este bosque.
Y era en este lugar tan peculiar que un pequeño grupo de personas estaba reunido conversando ociosamente frente al calor de una pequeña chimenea.
—Es una pena que Jacuzzi y sus amigos no hayan aceptado venir —dijo Graham mientras se frotaba las manos tratando de reunir un poco de calor—. Y no es cualquier pena. ¡Es la pena más grande! ¡La tristeza culminante! ¡La melancolía suprema! Está bien si quieres llorar, Lúa. Solo piensa en todas las personas que dieron su vida para que este día fuera tan lúgubre. Primero, los amigos de Jacuzzi que se arrojaron a los brazos insensibles del jefe Ladd. Después, los amigos del jefe Ladd que cayeron bajo las garras adoloridas de la pandilla de Jacuzzi. Y, por último, yo, que me encuentro enfrentando una situación tan deprimente. No hay error. Definitivamente esto es el infierno.
La mujer de aspecto frágil y delicado rostro inexpresivo que estaba junto a él solo se quedó en silencio por un rato. Después de su larga reflexión, finalmente respondió suavemente.
—Es triste… Pero un grupo tan grande no habría podido entrar aquí de todos modos.
—Tienes razón… Hay que ver el lado bueno de las cosas. ¡No te equivocas al enseñarme una lección tan consoladora! ¡Tu positivismo acaba de contagiarme! ¡Hoy es un día para celebrar, después de todo!
Lúa permaneció igual de impasible, incluso mientras Graham empezaba a quitarse prendas de encima como si empezara a sofocarse por el calor.
—¡Es hora de que el mejor regalo de cumpleaños del mundo sea entregado! ¡Feliz cumpleaños, mundo!
—¡¿Hoy era el cumpleaños del mundo, Isaac?! —preguntó repentinamente Miria a su pareja desde el otro lado de la habitación.
—¡Qué sorpresa, Miria! ¡Significa que Ladd y nuestro planeta Tierra nacieron el mismo día!
Isaac estaba vestido en un atuendo blanco extremadamente formal con un sombrero de copa blanco y guantes blancos, lo que le daba la impresión de ser la estrella principal de algún espectáculo de magia.
Miria, por su parte, igualando la excentricidad su compañero, había venido vestida completamente de negro, como si hubiera decidido vestirse para un funeral y no para un cumpleaños.
—¡Es increíble, Isaac!
—¡Así es! ¡Incluso puede que sean hermanos gemelos! Piénsalo. Si era el nacimiento de la Tierra, ¡significa que aún no existía nadie más! Por lo tanto, ¡tuvieron que haber nacido de la misma madre!
—¡Tienes razón, Isaac! ¡Oh, no! ¡Pero no trajimos ningún regalo para la Tierra! ¡Incluso olvidamos el de Ladd!
—¡No te preocupes, querida Miria! Todos los seres humanos somos descendientes de la Tierra. ¡Quiere decir que Ladd es nuestro padre y la Tierra es nuestra madre! ¿Y sabes cuál es el mejor regalo para un padre?
—¿Cuál es?
—¡Es la felicidad de sus hijos!
—¡La felicidad!
Mientras la atmósfera se encendía repentinamente con las incoherencias de Graham y de la pareja de ex-ladrones, en una pequeña mesa en un rincón de la habitación, el doctor Fred y Lebreau conversaban tranquilamente, disfrutando de un pequeño descanso después de una larga semana de incesante trabajo en la clínica.
Y al mismo tiempo, parados frente a la entrada posterior de la cabaña, Ladd y Who contemplaban silenciosamente el oscuro bosque con una copa de vino en sus manos.
—Entonces realmente no estabas planeando nada extraño después de todo, ¿eh? —comentó casualmente Who soltando un suspiro.
—Matar idiotas que creen que la muerte nunca vendrá por ellos es divertido —respondió Ladd seriamente—. Pero de vez en cuando también es bueno pasar un día tranquilo junto a las personas que más aprecias.
—Vaya… Parece que el tiempo que pasaste en la cárcel realmente te sirvió para reflexionar.
—Por desgracia —interrumpió Ladd, con una sonrisa torcida—. Parece que hoy no será ese día.
—Demonios, ya se me estaba haciendo algo extraño…
En un solo impulso, Ladd terminó de beber lo que le quedaba de vino y arrojó su copa fuertemente contra el suelo, causando un ligero estruendo que sobresaltó a Who.
Luego tomó una escopeta que había tenido reposando contra la pared de la cabaña, comprobó que estaba cargada y apuntó a cierto punto en el bosque.
—Ya puedes salir de ahí —dijo, con su dedo firme en el gatillo y el cañón apuntando fijamente hacia el bosque.
Solo en ese momento, Who notó la figura de una persona que se acercaba lentamente. Era como si hubiera estado todo el tiempo frente a ellos, pero solo las palabras de Ladd le hubieran otorgado el poder para verla.
—Muchas gracias por la invitación —dijo el hombre mientras seguía acercándose lentamente. Igual que Ladd y Isaac, estaba completamente vestido de blanco—. No planeo quedarme por mucho tiempo, de todos–
En un segundo, la voz del hombre se apagó.
A pesar de que los dedos de su mano metálica apenas encajaban sobre el gatillo de la escopeta, Ladd había logrado muy hábilmente poner una bala en la frente del hombre antes de que este pudiera terminar lo que estaba diciendo.
—¡¿Pero qué demonios estás haciendo, Ladd?! —gritó Who, dejando caer involuntariamente su copa al suelo mientras su mente trataba de procesar lo que estaba sucediendo.
Sin embargo, Ladd no dijo nada. Solamente continuó apuntando fijamente al cuerpo inmóvil a unos metros frente a ellos.
Después de notar una ligera reacción en la mirada de Ladd, Who se volvió nuevamente para ver el cadáver que debería estar tumbado allí, pero lo que vio fue algo muy diferente a lo que había esperado.
Frente a ellos no estaba el cadáver ensangrentado de un hombre con un agujero en su cabeza, sino el mismo hombre de pie, completamente ileso y sonriendo fríamente.
Era como si el homicidio que acababa de presenciar hubiera ocurrido solamente dentro de su cabeza. Sin embargo, el humo que salía de la escopeta de Ladd le dejaba claro que, por lo menos, el disparo realmente había ocurrido.
Y mientras Who fallaba en comprender la situación que se desenvolvía frente a él, el hombre que había muerto y había regresado a la vida, Huey Laforet, no esperó para volver a hablar.
—Bueno. Eso fue algo grosero, pero supongo que es como debía suceder. Ya estamos a mano, Graham.
En ese momento, Graham y el resto de las personas que estaban en la cabaña habían salido alertados por el repentino sonido de un disparo.
Ladd disparó una vez más, con la misma intención asesina impregnando sus sentidos, pero esta vez, Huey esquivó la bala fácilmente, como si hubiera leído su trayectoria incluso antes de que fuera disparada.
Una y otra vez, Ladd continuó disparando su arma con una creciente sensación de furor revolviéndose en su interior. Sin embargo, ninguna bala logró golpear nuevamente sobre su objetivo.
Cada uno de los proyectiles disparados hacia Huey llegaba solo un instante demasiado tarde al lugar donde podría haberlo impactado.
Huey sorteaba cada bala con movimientos tan sutiles que parecía más como si Ladd estuviera intentando fallar a propósito.
—¡Oh, veo que las cosas se están poniendo emocionantes aquí! —gritó Graham con una gran sonrisa mientras se paraba junto a Ladd—. ¡Veo que has encontrado tu regalo de cumpleaños, jefe! ¡Espero que lo disfrutes!
—Feliz cumpleaños, señor Ladd —intervino después Lebreau, que se había parado al otro lado de Ladd sin que nadie se diera cuenta—. Permítame recordarle que, para matar a un inmortal, todo lo que tiene que hacer es poner su mano derecha sobre su cabeza y pensar en devorarlo.
Su tranquilidad calculada y la cruda sonrisa con la que acompañaba sus palabras le concedían un aura siniestra que incomodaría a cualquiera que lo mirara fijamente.
Mientras tanto, Huey permanecía indiferente observando a los tres hombres alineados frente a él.
—Lo siento… —empezó Ladd mientras arrojaba su escopeta al suelo y se daba media vuelta sobre el lugar en el que estaba parado—. Soy zurdo. Me gusta comer con mi mano izquierda.
Y al decir esto, agarró la cabeza de Lebreau con su mano metálica, apretó fuertemente su cráneo y levantó su brazo en alto, arrastrando consigo el cuerpo entero de Lebreau a unos treinta centímetros sobre el suelo.
Lebreau reaccionó inmediatamente y levantó a su vez su mano derecha para ponerla sobre la cabeza de Ladd. Entonces pensó en devorarlo.
Sin embargo, no sucedió nada. Al darse cuenta de que no podía devorarlo, empezó a luchar desesperadamente por soltarse, pero el agarre de Ladd solo se hacía cada vez más fuerte.
Finalmente, fue Ladd el que decidió soltarlo por su propia voluntad. Arrojó el cuerpo de Lebreau impetuosamente contra el piso y estalló en una carcajada.
—¡Ahahahaha! ¡Así está mejor! Tal vez seas inmortal o lo que sea, pero seguramente no te trituran el cráneo todos los días, ¿verdad? ¡Ahaha! Es bueno verte sentir la desesperación. Recuerda que estamos aquí para celebrar la vida. Pero, ¿qué valor tiene la vida si ni siquiera temes un poco por tu seguridad?
—¡Bravo! —exclamó Graham levantando su mano con su gigante llave metálica—. ¡Excelente lección, jefe! ¡Compartiendo tu gran sabiduría con los menos agraciados!
—Esa confiada actitud tuya me estaba sacando de quicio desde ayer. Seguro pensabas que nadie jamás podría hacerte daño y que podrías comprarme fácilmente con cosas tan estúpidas como la inmortalidad. ¡Ja! Igual que ese pequeño que tuve que asesinar hace algunos años, porque se creía más listo y seguro que todos y creía que podría comprarme con dinero mientras su actitud me rogaba a gritos que lo asesinara.
—Ya veo… —respondió Lebreau en voz baja, mientras se reincorporaba lentamente, masajeando suavemente su cabeza con la yema de sus dedos—. Debió ser un pequeño bastante interesante…
Se puso de pie, sacudió su ropa y pronto recuperó un atisbo de su perversa sonrisa.
—De cualquier modo, debiste haber valorado más el regalo que te di. Aunque tienes razón: la vida no es tan placentera si no hay un poco de sufrimiento y temor.
Entonces sacó una pequeña pistola de su chaleco y apuntó hacia un lado sin apartar su mirada de Ladd.
—Feliz cumpleaños, señor Ladd…
Cuando Ladd reaccionó, Lebreau ya había presionado el gatillo. El sonido del disparo hizo eco a través del bosque y el cuerpo de Lúa, que había estado contemplando la escena desde un costado, colapsó instantáneamente sobre el suelo, liberando de su pecho un torrente carmesí.
—¡Maldito hijo de…!
Ladd arremetió frenéticamente contra Lebreau, arrojando fuertes golpes con sus dos brazos, pero Lebreau parecía ser mucho más ágil de lo que había sido unos segundos antes. Igual que como había hecho Huey con las balas, Lebreau esquivaba los golpes de Ladd tan tranquilamente que casi parecía como si Ladd estuviera fallando a propósito.
Normalmente, cuando Ladd escogía un oponente fuerte para luchar, sin importar lo difícil que pareciera ser la victoria, Graham no se interpondría en su pelea y se limitaría solamente a animar a Ladd desde un lado.
Pero esta vez, las circunstancias eran algo diferentes. Por un lado, ni siquiera el mismo Ladd estaba pensando claramente mientras atacaba a Lebreau. Simplemente había reaccionado impulsivamente, dejándose llevar por la repentina ira que lo estaba invadiendo. En este momento no se trataba de probar fuerzas contra un oponente digno. Ahora todo lo que le importaba a Ladd era desfigurar a golpes al hombre que le había disparado a su prometida.
Por otro lado, Graham ya conocía bastante bien al hombre que acababa de dispararle a Lúa. Después de todo, una parte dentro de Graham era ese mismo hombre.
La versión de Lebreau que Graham había absorbido probablemente había conseguido inducirle desde su interior la idea de devorar al Lebreau que se había burlado de él, combinando un extraño deseo de venganza con el deseo de volverse uno con él mismo.
Graham había estado esperando pacientemente a que llegara el momento más oportuno para realizar su ataque y decidió que este era el momento para actuar.
Empuñó su enorme llave metálica y la blandió contra Lebreau con la intención de desencajarle todos sus huesos del torso mientras Ladd trataba nuevamente de romperle el cráneo con sus puños, pero los ataques de ambos fueron detenidos con una habilidad extraordinaria.
Lebreau agarró el puño de Ladd con una mano y la llave de Graham con la otra. A pesar de que ambos atacaron con toda su fuerza y continuaron ejerciéndola incluso después de ser bloqueados, entre los dos ni siquiera lograron hacer que Lebreau se moviera un centímetro de donde estaba parado.
La inesperada exhibición de fuerza y habilidad que Lebreau estaba mostrando habría dejado boquiabierto casi a cualquiera de los presentes. Sin embargo, en este momento todos estaban enfocados en asistir al doctor Fred que trataba desesperadamente de salvar la vida de Lúa.
Solamente Huey continuaba observando atentamente la pelea y no demostró ninguna señal de sorpresa.
—Está bien —dijo Lebreau mientras Ladd y Graham trataban de liberarse de su agarre—. Ella quería morir de todos modos. ¡Estamos aquí para celebrar la vida! ¡Ahahaha!
Y mientras Lebreau estallaba nuevamente en carcajadas, pareciendo que tenía más dificultades conteniendo la risa que conteniendo los ataques que le habían dirigido sus adversarios, no se percató de que alguien más se le había acercado desde atrás.
Cuando finamente notó que Ladd y Graham repentinamente habían dejado de forcejear contra su agarre, la figura encapuchada que se había parado detrás de él atravesó suavemente su corazón con un fino y alargado objeto metálico.
Lebreau inmediatamente perdió la fuerza de su agarre y cayó sobre sus rodillas.
La misteriosa figura encapuchada, que además llevaba una inexpresiva máscara blanca sobre su rostro, se agachó junto al cuerpo momentáneamente inconsciente de Lebreau y puso su mano derecha sobre su cabeza, como ofreciéndole una suave caricia de lamento.
Pero ninguna lágrima fue derramada en ese momento como señal de lamento. Por el contrario, la vida de Lebreau empezó a ser succionada por la mano apoyada sobre su cabeza. Su cuerpo entero fue absorbido en un instante, junto con todo su conocimiento, sus recuerdos y sus experiencias.
Después de unos segundos ya no quedó nada de Lebreau, excepto sus ropas vacías sobre el suelo, la pistola con la que le había disparado a Lúa y la cuchilla con la que había sido apuñalado.
—Jum… —murmuró la figura enmascarada después de un breve silencio. Luego se puso de pie y habló dirigiéndose a Huey, que había estado observando tranquilamente todo el tiempo—. Es justo como lo habías…
Pero su intervención fue interrumpida por Ladd, que inmediatamente la levantó por el cuello del oscuro manto que la cubría.
—¡¿Quién demonios eres tú?! —gritó Ladd, exaltado por la ira al ver que el hombre al que quería destrozar acaba de desaparecer frente a sus ojos.
—Seguramente aún estás interesado en desahogar tus caprichosos anhelos psicópatas sobre nosotros los que no tememos a la muerte —respondió Huey desde atrás, en lugar de la figura enmascarada, mientras se acercaba lentamente a Ladd. Cuando llegó a él, puso una mano gentilmente sobre su hombro y continuó hablando con una amable sonrisa—. Pero creo que eso deberá esperar. Me parece que alguien más te necesita en este momento.
—Maldición…
Ladd soltó a la figura enmascarada y corrió rápidamente a la cabaña donde su prometida seguía tumbada sobre el suelo con Isaac y Miria sosteniendo cada uno una de sus manos.
—Lúa… —murmuró Ladd al ver el cuerpo de su prometida con su traje manchado de sangre. Luego se acercó a ella y la arrebató de las manos de Isaac y Miria para apretarla en un fuerte abrazo.
—¡Oye, con cuidado! ¡Vas a despertarla!
—¡Sí, necesita descansar!
—Ella estará bien, Ladd —dijo Who después de los preocupados gritos de Isaac y Miria—. Mira su pecho, la herida ya no está.
Ladd rápidamente confirmó lo que le decía su amigo.
—¿Pero qué…?
—El doctor Fred dijo que ya sabía que esto ocurriría y por eso vino preparado. De todos modos, ¿no te parece increíble su habilidad para tratar heridas como esta? ¡Pronto Lúa estará mejor! Es como si la herida no hubiera ocurrido nunca…
—Oh, no tienes que agradecérmelo a mí —dijo finalmente el doctor—. Solo estoy haciendo mi trabajo. Además… fue el hombre de cabello negro el que me dijo que esto ocurriría y me ayudó a venir preparado…
—¿El hombre de cabello negro…?
Tras murmurar esto, Ladd volvió su mirada hacia donde estaban Huey y la figura enmascarada. Sin embargo, ellos ya no estaban allí.
Los dos aprovecharon para desaparecer del lugar cuando Ladd corrió a los brazos de su amada.
Cuando ya estaban lo suficientemente lejos para no ser vistos ni escuchados por nadie, la figura encapuchada se quitó su máscara y se dirigió hacia Huey.
—Era tal y como lo habías dicho, Huey —repitió Mónica después de quitarse su máscara—. Este Lebreau que acabo de devorar no es el que estaba detrás de todo…
—Interesante…
—–
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