Había una vez, en una pequeña ciudad de Italia, una chica llamada Niki.
Todo el mundo la llamaba simplemente «Niki». No tenía apellido. Tal vez tuvo uno en algún momento de su pasado, pero ni siquiera ella misma tenía idea de cuál había sido y jamás tendría manera de averiguarlo.
Había sido vendida como esclava a cierta ciudad y en una ocasión casi fue asesinada por sus habitantes.
No tenía idea de lo que le deparaba el futuro. Hurgaba a través de la oscuridad sin siquiera un pequeño rayo de esperanza. Pero mientras continuaba viviendo tan cerca del abismo, encontró salvación.
En primer lugar, un asesino conocido como el Fabricante de Máscaras le ofreció la esperanza de la muerte.
En segundo lugar, un gobernador mujeriego le ofreció benevolencia.
Por último, un grupo de jóvenes alquimistas le ofrecieron una nueva forma de vida, a pesar de que ella no lo consideraba justo.
A partir de la primera oferta, Niki pasó sus días en lo que ella consideraba como una serie de milagros.
Antes de ese día, la vida no era más que un interminable ciclo de dolor ineludible. Pero su deseo de librarse de todo eso a través de la muerte, gracias a la oferta del Fabricante de Máscaras, se le había concedido con una enorme facilidad. Entonces sintió que su mundo se había puesto de cabezas.
¿Este cambio le había traído luz a su vida? ¿O la había llevado un paso aun más cerca del infierno? Ni siquiera ella sabía la respuesta todavía.
Actualmente, Niki trabajaba como criada para un grupo de alquimistas. Comparada con su vida como esclava, esto era prácticamente el paraíso. Sin embargo, lo que ella deseaba por encima de todo no era una vida sana.
Ella estaba buscando un lugar para morir.
Antes de que los grandes cambios empezaran a ocurrir en Lotto Valentino, innumerables niños esclavos a su alrededor murieron uno a uno. Ella simplemente se había salvado por un golpe de buena suerte.
«¿Cómo debería vivir ahora?», se preguntaba a sí misma.
Fue entonces cuando un chico le respondió:
«Puedes seguir viviendo tu vida buscando un lugar para morir. Y cuando encuentres ese lugar, podrás morir con una sonrisa, ¿verdad? Eso también me haría feliz a mí, ¿sabes?».
Esas fueron sus egoístas palabras.
Pero fue debido al egoísmo de su respuesta que Niki se convenció de que el muchacho estaba siendo completamente honesto. Y siguiendo las palabras del joven, que fue uno de sus salvadores, vivió cuidadosamente buscando un lugar en el que pudiera morir con una sonrisa.
El tiempo pasó y un día le llegaron noticias.
Recibió la noticia de que uno de los jóvenes alquimistas que la habían rescatado de la oscuridad y le habían dado una razón para vivir había muerto. Aun así, Niki no se desesperó.
La muerte de su salvadora, a quien siempre consideró más digna de vivir que ella misma, la dejó aun con más dudas acerca de cuál era realmente su lugar para morir.
Estaba avergonzada de sí misma por no ser capaz de llorar en voz alta por la muerte de su salvadora; e incluso aunque nadie la culpaba, continuó despreciándose a sí misma en su corazón.
El tiempo continuó pasando en paz. Y con su paso, la chica que aún no había encontrado su lugar para morir se estaba quedando atrás.
* * *
1711. La ciudad de Lotto Valentino, en la península itálica.
—Parece que está justo ahí adelante, viejo.
Las llanuras se estaban cubriendo de nubes negras, preparándose para derramar lluvia sobre la tierra.
Dos caballos trotaban lentamente por la carretera. Hierba alta se mecía a cada lado con el viento.
—Me muero por ver lo que nos pasará.
Un hombre que se aproximaba a sus treinta le sonrió al viejo que cabalgaba junto a él a su lado izquierdo.
La mueca del anciano apenas se movió.
—No tendremos problemas. A fin de cuentas, todo ha estado arreglado para nosotros desde el principio, ¿no es así?
—Me pregunto si así será. Escuché que nuestro sitio de destino es un lugar muy inusual, en muchos aspectos diferentes.
El hombre más joven continuó con entusiasmo.
—Lotto Valentino. Oficialmente, la ciudad está bajo la jurisdicción del Virrey de Nápoles, pero en realidad está completamente aislada del resto del mundo. Ajena a la gloria de la Iglesia y sin la guerra a sus puertas, pese a ser un puerto comercial terminado con espacio suficiente para amarrar unos cuantos buques de guerra gigantescos. ¿No te parece increíble?
—No necesito que me digas lo que yo ya sé. ¿O es que confías tan poco en tu memoria que necesitas que confirme esas cosas por ti?
—No seas así. Solo quiere decir que tengo mucho interés en este lugar. Como un niño emocionado deseando conocer lugares nuevos.
El hombre más joven bajó su voz y soltó una risita.
—Además, ¿cómo podría alguien no estar emocionado yendo a una ciudad tan espeluznante, llena de asesinos seriales, drogas y oro falsificado? ¿Cómo no estar emocionado, eh, Szilard?
El viejo llamado Szilard, aún frunciendo el ceño, sacudió su cabeza.
—Te lo dije una vez antes de que partiéramos. Vinimos aquí a trabajar, Víctor. Te sugiero que no permitas que tu curiosidad se interponga en nuestra misión.
—Tú no tienes sueños, ¿verdad, viejo?
El hombre llamado Víctor trató de encogerse de hombros, pero le fue difícil hacerlo mientras se aferraba a las riendas.
—Aferrarse a conceptos inmateriales como los sueños no te dejará nada más que como un alquimista infantil e ignorante, Víctor. Y en el mejor de los casos, como un mensajero de tercera clase de la Casa Dormentaire.
Víctor chasqueó su lengua al escuchar la mención del nombre «Dormentaire».
Víctor y Szilard eran alquimistas patrocinados por la Casa Dormentaire, una poderosa familia noble de España. Parecía que había algo sobre los caprichos de la Familia que llegó a Víctor como una epifanía en ese momento, pero simplemente sonrió como lo había hecho antes y se dirigió a Szilard otra vez.
—Claro, supongo que un novato como yo siempre será un alquimista de tercera clase para ti. Pero no creo que obtengamos nada bueno de subestimar a una ciudad en la que nunca hemos estado antes. Al menos yo no bajaré mi guardia. Cualquier tipo de organización que sean esos «Fabricantes de Máscaras» y cualesquiera que sean los secretos que esta ciudad esté ocultando, los veré por mí mismo. Y entonces me aseguraré de exponerlos para que el mundo entero los vea —dijo con confianza, a pesar del hecho de que estaban a punto de entrar a una ciudad en medio de disturbios.
Szilard lo miró con desdén.
—Subestimas a la Casa Dormentaire.
—¿Qué?
—Ahí está.
Mientras subían por una pequeña colina, vieron su destinación.
Lotto Valentino, una pequeña ciudad con una población de aproximadamente cincuenta mil habitantes.
Edificios de piedra miraban al mar desde sus cimientos montañosos. Las calles estaban dispuestas en perfecta armonía con el paisaje a su alrededor.
El mar Tirreno resplandecía en un azul claro, convirtiendo cada vista de la ciudad en una hermosa obra de arte.
O al menos, así es como habían sido las cosas alguna vez.
—¿Qué…?
Víctor hizo una mueca al notar el elemento que destruía el paisaje pintoresco.
En frente de cada edificio, especialmente de las tiendas y los talleres de aspecto más importante y, más prominentemente, en frente de cada mansión aristocrática, colgaban banderas y estandartes que portaban el mismo emblema.
Los diseños de las banderas no eran lo que preocupaba a Víctor.
Pero los emblemas, con el motivo de un reloj de arena dorado, le eran muy familiares. También era razón suficiente para hacerle abandonar todas las fantasías que tenía sobre la ciudad.
—¿No te lo advertí? No hay necesidad de curiosidad inútil —dijo el anciano, contemplando las calles invadidas por el emblema—. Todo y todos caerán bajo la posesión de la Casa Dormentaire.
Lotto Valentino ya estaba bajo control de los Dormentaire. En lugar de declarar la verdad implicada por el escenario, Szilard menospreció a su compañero más joven.
—¿Aún te preguntas por qué te llaman un tonto soñador?
* * *
Al mismo tiempo, en los archivos especiales de la Tercera Biblioteca de Lotto Valentino.
—¿Entonces no te arrepentirás, Maiza?
Preguntó un anciano lentamente, bajo la luz de una lámpara.
—El Advena Avis tiene previsto llegar a puerto este mes. Se adquirió en una gran deuda con la Familia Mars, pero debería estar libre de la influencia de la Casa Dormentaire. Al menos hasta que leve anclas.
—Gracias, profesor. Esto es más que suficiente.
—En otras palabras, una vez que te embarques… no podrás regresar a esta ciudad. Por años, si tienes suerte. Décadas, si las cosas se ponen mal. Ya debes entender esto, Maiza. Naturalmente perderás tu estatus de aristócrata. Ni siquiera podrás atender la muerte de tu padre ni asistir a su funeral.
Aunque aún era de día, la habitación estaba oscura. De no ser por la lámpara, sería imposible reconocer a cualquier persona.
El joven llamado Maiza reflexionó sobre la pregunta del anciano y asintió con la cabeza.
—Estoy listo. No tengo ningún apego hacia la aristocracia, e incluso si algo le sucediera a mi padre, confío en que mi hermano y mis primos se ocuparán de todo. Nunca he tenido la intención de reconciliarme con mi padre de todos modos.
—Estás muy conversador. Claramente, aún tienes algunos remordimientos respecto a tu familia —dijo el anciano, provocando al joven de gafas.
—…Aún soy un ser humano, a pesar de todo. No me puedo separar de estos sentimientos tan fácilmente.
Reconociendo el punto del anciano, Maiza sonrió con cierta tristeza.
Sobre la puerta de la habitación en la que estaban conversando, había un cartel que decía: «Archivos especiales».
Justo como el nombre lo indicaba, el archivo estaba lleno de fósiles, herramientas antiguas, versiones originales o copias raras de viejos libros, plantas que no existían en el país y todo tipo de objetos que le daban a la habitación un aire exótico.
En medio de la habitación había una silla preparada para un invitado y, en una esquina, un extravagante escritorio de madera. Por el aspecto del hombre sentado allí, la habitación parecía menos un archivo y más la oficina del gerente de un museo.
El anciano, de hecho, era en cierta forma un gerente. Pero esta habitación en sí no tenía nada que ver con las funciones de la biblioteca. Era un lugar en el que podía mostrarse como algo más que un simple administrador de bibliotecas.
Él era Dalton Strauss, un alquimista.
Su brazo derecho de madera crujía mientras miraba directamente al rostro del hombre más joven, con ojos que parecían ser los de un mago omnisciente.
—¿Es porque eres humano, dices? Una vez que hayas alcanzado tu meta, ¿aún podrás considerarte a ti mismo como uno?
La pregunta de Dalton no era algo fácil de responder y Maiza se quedó en silencio.
—Parece que aún no has encontrado una respuesta.
Con una leve sonrisa, Dalton se puso de pie y recogió una almeja fosilizada mientras continuaba.
—Pero eso no es algo que deba preocuparte. Si me pidieran que describiera los pensamientos de esta almeja, no sería capaz de dar una respuesta. Si esta criatura fosilizada aún pudiera poseer consciencia, ¿qué sentiría? No tengo manera de entenderlo. En otras palabras, la transfiguración que enfrentas puede ser incluso más discordante que la de un hombre convirtiéndose en una criatura marina fosilizada. Debes entender esto, Maiza.
Dalton miró directamente a los ojos de su estudiante en modo de confirmación.
—Eso… Eso es lo que significa volverse inmortal.
Inmortalidad.
Parecía una palabra directamente sacada de algún mito antiguo, pero era un término familiar para quienes estudiaban la alquimia.
Muchos alquimistas consideraban la inmortalidad o la creación de la vida como un punto de referencia, o incluso como la meta definitiva del arte.
Maiza también sabía que Dalton alguna vez había sido ese tipo de hombre; un hombre que perseguía la inmortalidad. Y, de hecho, uno que la había alcanzado en carne propia.
—Pero al verlo, profesor Dalton, no puedo verla como una meta tan infructuosa como usted afirma.
—Tal vez. Sin embargo, no tienes manera de saber si en realidad soy un monstruo que habla en una aproximación a la lengua humana.
—Eso es muy gracioso, profesor.
—Estoy hablando bastante en serio. ¿Un ser humano verdaderamente «normal» se permitiría revelar tan fácilmente el camino hacia la inmortalidad? Cualquier hombre cuerdo llegaría a la conclusión de que hay poco mérito en la inmortalidad después de unos cien años de vida y sellaría ese conocimiento para siempre. Lucharía por ocultar su inmortalidad temiendo ser descubierto por miradas curiosas.
Dalton suspiró y tomó asiento, aún sosteniendo el fósil.
—Y aun así, yo no hago ningún esfuerzo por ocultar mi inmortalidad y me encuentro aquí revelándote sus secretos.
—¿Por qué, profesor?
—Curiosidad. He priorizado mis intereses como investigador, o más bien, como inmortal, por encima de la moral humana.
Dalton revelaba todo a Maiza sin intención de ocultar cosa alguna.
—Hay una buena probabilidad de que la inmortalidad no te traiga nada más que desgracia. Creo que lo he repetido muchas veces ya, pero mi mente está tan irreparablemente rota que no puedo decirte que detengas tu deseo de alcanzar la vida eterna. Incluso he perdido cualquier tipo de avaricia que me hubiera incitado a vender mi conocimiento a los ricos… Pero sí tengo el deseo, como alquimista, de que hombres talentosos como tú puedan vivir por un largo tiempo.
—Me está sobrestimando, profesor.
—Eso no lo deberías juzgar tú —dijo Dalton, rechazando la muestra de humildad de Maiza. Luego miró con cansancio al fósil—… Siempre tengo remordimientos.
—¿Remordimientos, profesor?
—Sí. Tener una larga vida es vivir con una cantidad proporcional de culpa por los errores del pasado. Y uno de mis remordimientos más recientes fue no haberle conferido la inmortalidad a cierta persona antes de que fuera demasiado tarde.
Dalton, que alguna vez se había cortado su propia garganta en frente de Maiza como una muestra de su inmortalidad, levantó su mirada hacia el techo.
—Estoy seguro de que conoces a Elmer, Huey y Mónica.
—Sí.
Los tres nombres que mencionó Dalton pertenecían a tres jóvenes que habían estado aprendiendo alquimia bajo su instrucción en la biblioteca.
El joven llamado Elmer hablaba con Maiza frecuentemente. Acerca de los otros, Maiza sabía poco más que sus nombres.
Dalton a menudo hablaba de Huey Laforet y se refería a él como un genio, por lo que Maiza se había acostumbrado al nombre fácilmente, pero ya que no era una persona que se sintiera celosa de otros, realmente nunca le prestó mucha atención a su compañero estudiante de alquimia.
Y en cuanto a Mónica Campanella…
Había escuchado que ella murió en un supuesto accidente relacionado con la Casa Dormentaire el año pasado.
Por supuesto, Maiza sabía que su muerte no podía haber sido un accidente. Pero nunca inquirió en los detalles, preocupándose simplemente por su ciudad natal que el incidente había empezado a modificar.
—Ya ha pasado un año…
—Sí. Si solo le hubiera otorgado la inmortalidad a Mónica… no, a ellos tres, nunca habríamos perdido a ese inmenso potencial y talento conocido como Huey Laforet.
Era una manera torpe de poner las cosas, pero los sentimientos de Dalton fueron claros. Esto fue porque Maiza también sabía algo más sobre los tres estudiantes.
Poco después de la muerte de Mónica, Huey Laforet había desaparecido sin dejar rastro.
Un tiempo después de haber desaparecido, algunos estudiantes de alquimia en la biblioteca habían empezado a especular que tal vez Huey había seguido a Mónica en la muerte. Incluso Maiza había empezado a tener dudas acerca de la supervivencia de Huey.
—No hay duda de que Lotto Valentino se volvió contra la Casa Dormentaire a partir de ese día. He estado razonablemente seguro de que ellos tres también estaban involucrados de algún modo con ese incidente, pero…
—No oirás de mí la verdad. Lo mejor sería que le preguntaras a Elmer directamente.
—No tengo intenciones de preguntar más de lo necesario. Debe de ser un recuerdo difícil de revivir, incluso para Elmer.
Habiendo dicho eso, Maiza retomó el tema en cuestión.
—En cualquier caso, estoy seguro de que no extrañaré a esta ciudad.
—¿Quieres decir que Lotto Valentino no tiene ningún futuro?
—Tendrá un futuro, incluso bajo el control de la Casa Dormentaire. Y en ese sentido, las vidas de las personas mejorarán. Serán mejores que en la época en la que los esclavos eran forzados a confeccionar drogas. Pero…
—¿Lo que quieres decir es que no te interesa? —dijo Dalton burlonamente.
Maiza no negó ni aceptó la observación de Dalton y puso una sonrisa llena de todo tipo de emociones.
—Si logro tener éxito en conseguir la inmortalidad en este viaje, regresaré algún día.
—¿Oh?
—A diferencia de mi padre, mi hermano Gretto es un ser humano honorable. Puede ser cobarde algunas veces, pero tengo fe en que él será capaz de cambiar el aire de esta ciudad. Y si algún día puedo visitar la nueva ciudad que él haya creado y disfrutar de sus vientos cambiados, eso será suficiente para mí.
Tras decir eso, Maiza abandonó la habitación.
Dalton permaneció un momento en silencio, desempolvando el fósil de almeja. Luego suspiró y murmuró para sí mismo.
—¿Un recuerdo difícil de revivir incluso para Elmer, eh?
Sus pensamientos no estaban relacionados con el tema de la determinación de Maiza o el futuro, sino con esa breve tangente por la que se habían ido antes.
—Veo que aún tienes mucho que aprender acerca de ese excéntrico muchacho.
Con su mano izquierda, levantó un pedazo de pergamino de su escritorio.
—Ahora… ¿cuántos más abordarán ese barco?
Dalton miró la prótesis de su mano derecha y recordó algo del pasado.
Recordó las palabras que solo los que se hicieran con la Gran Panacea del mismo modo entenderían.
—Espero que al menos uno de ellos sea capaz de entretener a ese demonio.
* * *
Mientras tanto, en la mansión Avaro.
—¡Detén esta tontería, Gretto! ¡¿Es que pretendes traer deshonra a nuestra familia?! —Un hombre con barba corta le gritaba a un joven de cara aniñada.
—En absoluto, padre.
Estaban dentro de cierta habitación en la mansión de un aristócrata; era la oficina del jefe de la familia, llena de muebles opulentos.
Los estantes estaban repletos de una variedad de curiosidades importadas, todas claramente de la más alta calidad. Los adornos, que estaban casi al borde de la decadencia, hacían parecer como si el jefe de la familia se estuviera esforzando demasiado en demostrar su majestad.
El jefe de la familia Avaro, cuya estatura estaba acorde con la atmósfera de la habitación, comenzó a aplicar presión constante sobre el joven.
Pareciendo más un maestro indignado que un padre estricto, el aristócrata alzó la voz ante su segundo hijo, Gretto Avaro.
—¡Lo que pretendas no tiene importancia si lleva a la misma conclusión! Ya estoy bastante ocupado con la amenaza de la Casa Dormentaire de adueñarse de esta ciudad. ¡¿Acaso piensas darles una excusa aun mayor para que impongan su control sobre nosotros?!
Actualmente, Lotto Valentino estaba bajo el control de la Casa Dormentaire, la poderosa familia aristocrática proveniente de España.
Su poder había inundado hasta el último rincón de la ciudad, ejerciendo influencia sobre su economía a la medida que le complacía, ya fuera por medios legales o criminales.
Dado que Lotto Valentino no era una ciudad muy religiosa, la Casa Dormentaire no intentó utilizar a la iglesia para apoderarse de ella. En cambio, utilizó dinero para dominarlo todo, desde pequeños negocios hasta los bolsillos de algunos aristócratas.
El motivo para esta demostración de poder era el incidente en el que una de sus delegaciones había sido asaltada por una organización criminal, conocida como los Fabricantes de Máscaras, que tenía sus raíces en Lotto Valentino.
El término «Fabricante de Máscaras» originalmente se refería a un misterioso asesino en serie que había puesto a la ciudad en confusión algún tiempo atrás, pero con el tiempo pasó a ser utilizado como el nombre de la organización criminal en sí.
Los Fabricantes de Máscaras prendieron fuego a la sede central de la Casa Dormentaire en la ciudad y a su barco que estaba atracado en el puerto. Además de eso, también habían saqueado sus suministros y habían atacado a cierto «criminal» que estaba siendo retenido en su barco.
Se decía que el criminal fue asesinado durante el ataque, pero el jefe de los Avaro no conocía los detalles. Asumiendo que el criminal había sido silenciado por sus aliados, dejó pasar el asunto.
Lo que lo había asustado, sin embargo, era la posibilidad de que la Casa Dormentaire, una fuerza formidable en toda Europa, usara a los Fabricantes de Máscaras como una excusa para tomar represalias en contra de la ciudad.
Y sus miedos pronto se hicieron realidad con una impactante precisión.
Aunque los Dormentaire no bombardearon la ciudad con fuego de cañón, habían enviado barcos llenos de hombres a Lotto Valentino con el pretexto de investigar a los Fabricantes de Máscaras. En este punto, era difícil determinar quién era la mayoría de habitantes del pueblo, si los ciudadanos o los asociados de Dormentaire.
Los aristócratas se estremecieron ante los cambios que se extendieron por la ciudad en el lapso de un solo año, pero no podían hacer otra cosa que pasar sus días temblando de terror.
Apartando sus ojos de uno de esos aristócratas, Gretto respondió:
—Rechazar uno o dos matrimonios arreglados no va a deshonrar tu nombre, padre. Y tampoco creo que a la Casa Dormentaire le importe.
—No, a ellos no les molestaría. Pero lo que me molesta a mí es tu razón para rechazarlos.
—Yo… lamento haberlos rechazado, pero no creí que funcionarían. Y tampoco es como si esos matrimonios hubieran fortalecido mucho a nuestra familia, ¿o sí?
Gretto apartó su mirada incómodamente. Su padre bufó y rechazó su explicación.
—¿No creíste que funcionarían? Qué cómico. ¡Nunca tuviste interés alguno en sus familias, sus apariencias o sus personalidades en primer lugar!
—¿De qué estás hablando, padre?
—¿Creíste que no sabía nada de ti?
Un destello de duda pasó por los ojos de Gretto. Su padre manifestaba una burla llena de ira y condescendencia por partes iguales.
—Gretto. ¿Sinceramente creíste que no lo sabría? ¡Acerca de tu ingenua fascinación por esa seductora criada!
Gretto se puso pálido.
No había mentido cuando le dijo a su padre que rechazó las propuestas de matrimonio porque no estaba interesado en esas mujeres.
Pero lo que no había querido mencionar era el hecho de que eso se debía a que su corazón ya había sido cautivado por alguien más. En realidad, sería más exacto decir que los dos ya estaban enamorados.
El problema radicaba en que su amada no era la hija de un noble o un comerciante. Era una simple criada que trabajaba en la mansión Avaro.
Algunos aristócratas en Lotto Valentino eran como Gretto en el sentido que no se preocupaban por el tema de las diferencias de clases. El jefe de la familia Avaro, sin embargo, a pesar de que Gretto solo era su segundo hijo, tenía la opinión de que al muchacho nunca debería permitírsele que se uniera a alguien de una posición tan baja.
Gretto sabía bien esto acerca de su padre. Era por eso que había mantenido su amor por la criada en secreto.
Estaba sorprendido ante la revelación de que su padre supiera de su relación, pero aun así, decidió responder con una objeción.
—No la llames seductora, padre. Yo fui el que se enamoró de ella. ¡Yo fui el que le habló primero!
«Tal vez aún no sabe cuál de las criadas es».
Con esa esperanza en mente, Gretto evitó mencionar su nombre. Sin embargo…
—Ya no hay nada que puedas hacer por Sylvie Lumière, Gretto.
Sus esperanzas se vieron frustradas por la declaración de su padre.
—En tus juveniles andanzas fuiste tentado por los susurros de una criada. No importa lo que digas, esta es la verdad que he decidido. Incluso podría decir que ella te hizo ingerir esa droga para que perdieras la cabeza.
—¿Qué… estás diciendo…?
La droga de la que hablaba su padre era un narcótico que le había encargado a un alquimista hacía algún tiempo.
Gretto había estado desilusionado de su padre por mucho tiempo por haber ejercido su poder sobre la ciudad con este producto, pero a diferencia de su hermano Maiza, no tenía el valor para rebelarse abiertamente contra su padre.
Se había quedado sin ninguna solución clara, pasando sus días simplemente enamorado de la chica llamada Sylvie Lumière.
Sabía desde el principio que el único miembro de su familia que les daría su bendición era su hermano mayor. Tal vez las cosas habrían sido diferentes si los padres de su padre —flexibles y abiertos de mente, según los estándares de los aristócratas— aún estuvieran vivos. Pero habían fallecido hacía mucho tiempo. Los padres de su madre aún estaban vivos, pero no tenían voz en los asuntos de su padre. Las prácticas liberales de la anterior cabeza de la familia Avaro fueron lo que debilitó a la familia en primer lugar, por lo que Gretto tenía que recordarse a sí mismo que su padre estaba haciendo todo lo que podía para ir en contra de su predecesor con el objetivo final de devolverle el honor y la gloria a la familia.
Al final, lo único que pudo hacer Gretto fue esperar.
«Tal vez el carácter de mi padre cambiará en algún momento.
Tal vez las cosas cambiarán, poco a poco, mientras Sylvie y yo mantengamos nuestra relación en secreto.
Tal vez Maiza convencerá a nuestro padre.
Tal vez nuestro padre fallecerá por alguna enfermedad.
Si mi padre fallece, tal vez sea capaz de persuadir a mi madre de algún modo.
Si Maiza sucede a mi padre como la cabeza de la familia, tal vez podría irme de este lugar.
Tal vez habrá una revolución y la nobleza ya no significará nada.
Tal vez, repentinamente, este mundo me pertenecerá a mí y a Sylvie.
Tal vez estas absurdas ideas algún día se vuelvan realidad.
Si sigo esperando, algo sucederá.
Así que tengo que aguardar el momento.
Hasta que algo, cualquier cosa, cambie.
Pero… ¿qué tal si no cambia nada?
No, eso no puede ser.
Ya han cambiado muchas cosas.
Las drogas desaparecieron de las calles, la gente de la ciudad dejó de comerciar con esclavos. Maiza empezó a hablar de manera cortés.
Así es. Las cosas van a cambiar.
Está bien. Mientras siga esperando… ¡Algo tiene que cambiar!».
Pensamientos como estos llenaban la mente de Gretto, así que permanecía inmóvil, justificando su evasión de la realidad con la excusa de aguardar al momento adecuado.
El primer paso que había dado por sí mismo le había conseguido el amor de Sylvie.
A pesar de saber que su relación nunca podría ser, verdaderamente se había enamorado de la criada.
Tal vez este era el único paso que había dado en toda su vida.
Su valor en ese momento solo fue posible porque no tenía nada que perder.
Pero ahora, ante el temor de perder a Sylvie, Gretto estaba paralizado por el horror.
Sus encuentros amorosos con Sylve eran, tal vez, tan adictivos como las drogas que habían estado circulando por las calles.
Y ahora que todo había sido expuesto por su padre, Gretto no podía hacer nada más que contener el aliento por temor a lo que se venía.
La reacción de Gretto no le dio al jefe de la familia Avaro una sensación de condescendencia, sino una de satisfacción.
Dejando disminuir un poco de su rabia, sonrió.
—Ja. Nunca volverás a ver a Sylvie, Gretto. Incluso si deseas reunirte con ella, te resultará una tarea bastante difícil.
—¿Qué…?
—¿No te pareció extraño, Gretto, que no la vieras en toda la mañana?
Al darse cuenta de lo que estaba insinuando su padre, Gretto levantó su voz.
—¡Padre! ¡¿Qué le has hecho a Sylvie?!
—Se la vendí a otro aristócrata. Uno que no puede ser movido por la influencia de ningún otro noble.
—No estarás hablando de… ¡¿ese mujeriego que vive en la cima de la colina?!
—No seas insolente, Gretto. A pesar de su carácter, él sigue siendo el gobernador de esta ciudad.
La sola mención de la palabra «gobernador» fue suficiente para que la visión de Gretto se volviera borrosa.
Esperanza Boroñal.
Era un aristócrata al que se le otorgó el título de «conde», el cual regía a esta pequeña ciudad como su gobernador. Lotto Valentino estaba oficialmente bajo la jurisdicción del virrey de Nápoles, pero debido a circunstancias especiales, esta ciudad había quedado bajo la autoridad del conde.
Su peculiar forma de vestirse lo convirtió en el blanco de muchos chistes entre los aristócratas y le valió el apodo de «Conde Payaso». Pero más que todo, era objeto de desprecio en la ciudad por su amor a las mujeres.
Casi no había hombres trabajando para él en la mansión Boroñal, y se decía que sus innumerables criadas también servían como un harem para él. Incluso Maiza siempre había llamado a Esperanza un donjuán, por lo que Gretto naturalmente creció elogiando al conde por fuera, pero considerándolo por dentro como un hombre despreciable que compraba mujeres con dinero.
La idea de que Sylvie fuera vendida al servicio de ese hombre dejó a Gretto horrorizado e indignado. La sola idea de que ese payaso de hombre pudiera aprovecharse de ella le provocaba náuseas.
—¿Cómo pudiste…? ¡¿Cómo pudiste ser tan cruel, padre?!
—¿Cruel? ¡¿Cruel?! ¡Has perdido la cabeza, Gretto! ¡Le he mostrado a esa zorra misericordia que no se merecía! ¡Agradece que le perdoné la vida! Pero si continúas desafiándome, me encargaré de que pierda eso también. Todo lo que tendría que hacer es dejar que se encarguen de ella de camino a la hacienda del gobernador y culpar de todo a los Fabricantes de Máscaras.
—¡No serías capaz! No hay manera de que pudieras… No le harías algo así a Maiza porque estás demasiado asustado, ¡¿entonces por qué a mí sí?!
Gretto había sacado a su hermano como excusa porque no veía otra manera de reaccionar contra su padre. Se desesperó ante su propia cobardía, pero eso se vio opacado por su indignación ante lo que su padre le había hecho a Sylvie.
Su padre, enfurecido por la mención de ese nombre, golpeó sus manos sobre su escritorio y gritó en respuesta.
—¡Silencio! ¡No hables de Maiza! Justo cuando pensé que había dejado atrás su comportamiento bárbaro, va y gasta sus días inútilmente persiguiendo la alquimia… ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡Fue porque quería que heredaras mi patrimonio que me lavé las manos de ese tonto!
—¡¿Cómo puedes decir eso cuando fuiste tú el que destruyó esta ciudad con esas drogas de los alquimistas?!
—¡Cuida tus palabras! ¡Los alquimistas son herramientas! ¿Que un hombre de la familia Avaro se vuelva una también? ¡Ridículo! ¡No desperdiciaré mi tiempo con argumentos sin sentido! Tienes prohibido salir de esta mansión. ¡Ni siquiera pienses en dar un solo paso afuera!
—¡Espera, padre! ¡Yo amo a Sylvie! ¡Esto no es solamente algún capricho pasajero!
—¡Tus sentimientos no importan en absoluto! ¡Mi respuesta siempre será la misma, muchacho imbécil!
Al decir eso, el jefe de la familia Avaro llamó a sus sirvientes y les pidió que sacaran a Gretto de la habitación.
«Gretto. Solo es un niño exigiendo amor cuando ni siquiera es capaz de diferenciar entre satisfacer su lujuria y entrar en matrimonio».
El jefe de la familia Avaro descargó su ira golpeando la superficie de su escritorio con la parte posterior de su pluma.
«Para alguien que me desprecia, Maiza subestima la barrera que existe entre los aristócratas y la gentuza del común, igual que mi padre alguna vez lo hizo. No puedo entregarle esta familia a alguien como él.
Pero Gretto solo está loco por la lujuria. Mientras lo enderece ahora, nuestro nombre permanecerá intacto… ¿Pero qué tal si Maiza interviene?
Maiza… Puede que sea mi propio hijo, pero es una molestia».
Cesando eventualmente su abuso del escritorio, el jefe de la familia Avaro murmuró para sí mismo, de una manera en que no lo haría un padre.
«Si tan solo se marchara de este lugar y nunca regresara».
* * *
El área del puerto.
—Por Dios, ¿qué es todo esto?
La cara de Víctor se torció mientras recibía la brisa del mar. La escena frente a él era más que sorprendente, algo que presionaba los límites de la racionalidad.
—Nada que merezca conmoción —respondió Szilard tranquilamente—. Ya sabes que nuestros empleadores son lo suficientemente meticulosos para hacer algo como esto.
—Viejo, esto no es solamente increíble. Es una completa locura.
—Cualquier cosa en exceso puede tener al principio apariencia de locura.
La causa de su desacuerdo yacía frente a ellos.
Barcos.
Gigantescas naves de guerra.
Eso por sí mismo no era algo sorprendente, pero el problema estaba en su formación.
Los barcos más grandes de toda España estaban reunidos en docena, ocupando más de la mitad del puerto y todo el campo de visión de Víctor.
Además de eso, aún más barcos estaban atracados directamente detrás de los que estaban amarrados en los muelles.
Llenando el área de la bahía, cada embarcación construida especialmente estaba conectada con otra. Y encima de esta base hecha de barcos, se había erigido una nueva estructura completamente.
Muchos años después, Víctor recordaría esta visión de esta manera:
[Era algo así como la ciudad amurallada de Kowloon, supongo. No sé cómo lo llamarías tú, pero bueno… Era como un anexo construido detrás de otro construido detrás de otro. No, no era algo tan desordenado. Estaba increíblemente organizado. Yo lo llamaría algo así como un barco increíblemente enorme, o como algún tipo de fortaleza marítima. Sí, la ciudad amurallada de Kowloon solo era una fortaleza, pero…]
Naturalmente, en este punto en el tiempo, Víctor no tenía cómo hacer tal comparación. Lo único que podía hacer era mirar con asombro la increíble escena.
—Espera un segundo, eso es, eh… agua, ¿verdad? ¡¿Qué pasa con todas esas olas?!
Al mirar más de cerca, se percató de que había olas agitándose debajo de los barcos.
Sin embargo, los barcos en sí no se veían afectados. Más bien parecía como si la fortaleza entera se balanceara lentamente, por lo que Víctor decidió llamar a lo que veía algo así como una sola embarcación colosal compuesta de otras docenas de embarcaciones.
Pero antes de que pudiera expresar esa conclusión final, Víctor sacudió rápidamente su cabeza.
—Espera, espera, espera, espera, espera. ¡Esto no tiene sentido! ¡¿Cómo es que algo tan masivo se mantiene a flote?! ¿Qué hay de las corrientes? ¿Una tormenta no desarmaría todo esto? ¡Tengo demasiadas objeciones con este tipo de lógica que estoy viendo aquí!
La estructura frente a él parecía como una casa de naipes que podía derrumbarse al menor contacto convirtiéndose en restos y desechos flotantes sobre el mar.
Por un momento, pensó que preferiría que se derrumbara ahora por el bien de su salud mental, cuando una mujer se dirigió repentinamente a él.
—Mis disculpas, señor Talbot. Ni siquiera nosotros, que ocupamos esta estructura, entendemos cómo funciona.
La dueña de la voz era una mujer que fácilmente podría ser confundida con un hombre. Esto no era por sus rasgos faciales, sino por su cabello corto y su atuendo masculino.
Su nombre era Carla Álvarez Santonia. Era la líder de la delegación enviada por la Casa Dormentaire. Actualmente estaba a cargo de todo el personal Dormentaire en Lotto Valentino, y era conocida de Víctor y Szilard.
—Ya veo. ¿Entonces tú tampoco lo sabes, Carla? De todos modos, ¿quién demonios diseñó esta loca fortaleza en primer lugar?
Víctor ya sabía que Carla era una mujer, así que no se veía afectado por su manera de vestirse. Sin embargo, ciertos recuerdos amargos de haber sido humillado tras burlarse de ella la primera vez que se conocieron lo mantenía algo incómodo en su presencia.
—Un ingeniero de la familia Strassburg, según me han dicho. Se nos ordenó seguir sus planos al pie de la letra, pero ni siquiera los trabajadores locales que contratamos para la construcción pudieron comprender completamente su funcionamiento.
—Oh, ya recuerdo. El maquinista que vive en esa isla del norte. He escuchado su nombre antes.
Víctor se encogió de hombros ante la mención del hombre que trabajaba en un campo algo diferente al de la alquimia, y volvió su mirada nuevamente hacia el coloso.
—Debe de estar aun más loco de lo que dicen los rumores, creando algo como esto. ¿Qué piensas, viejo?
—Nada en particular. Más que el talento del ingeniero, creo que deberíamos estar asombrados por la Casa Dormentaire que materializó esos planos —dijo Szilard, golpeando su bastón contra el suelo y luego se volvió hacia Carla—. ¿Y qué hay de estos «Fabricantes de Máscaras»? ¿No los han arrestado todavía?
—Hemos capturado a varios hombres que creemos que pueden estar afiliados con la organización, pero no eran más que matones. No sabían nada de la identidad de sus líderes.
—…Matones, dices. ¿Quieres decir que alguien que contrata a criaturas tan inútiles podría crear algo como esto?
Szilard sacó una pieza de oro de su bolsillo.
Para ser específicos, era una falsificación hecha de una aleación extremadamente similar al oro.
Los Fabricantes de Máscaras eran una organización que asechaba en las sombras de Lotto Valentino. Szilard y Víctor tenían la misión de descifrar los medios por los cuales un de los miembros del grupo había creado ese oro falsificado y luego reclamarlo para la Casa Dormentaire.
—Sí, estamos totalmente seguros. Las drogas originalmente fueron encargadas a los alquimistas locales por algunos aristócratas y prácticamente ya se encuentran fuera de circulación. La afluencia del oro falsificado también ha ido disminuyendo desde el año pasado.
Víctor se encogió de hombros tras escuchar el reporte de Carla.
—En otras palabras, el alquimista detrás de las falsificaciones está muerto o ha huido de la ciudad.
—O tal vez solo se está escondiendo. En cualquier caso, no podemos actuar hasta que tú y tus hombres encuentren pistas que podamos descifrar. Tomaré el asunto en mis propias manos por el momento.
Habiendo dicho eso, Szilard dejó a Víctor y se subió a la embarcación.
—Claro, pero no es como si las cosas fueran diferentes en esta ciudad, con las banderas Dormentaire colgando por todas partes.
Al mirar a su alrededor, Víctor notó hombres vestidos de trajes anacrónicos con armaduras completas entre el personal Dormentaire que vigilaba el puerto.
—Es como si toda esta área hubiera retrocedido unos doscientos años en el tiempo. ¿Qué es esto, el escenario de una obra de teatro?
—Es posible que su evaluación no sea del todo inexacta, señor Talbot.
—¿Eh?
—El teatro es prácticamente la única fuente de entretenimiento en esta ciudad —dijo Carla gravemente, como si la palabra le trajera recuerdos desagradables.
Víctor decidió no seguir con ese tema. Hizo una pequeña mueca y lanzó una pregunta.
—De todos modos, le voy a echar un vistazo a este lugar. ¿Algo de lo que debería estar atento? No quiero causar problemas si puedo evitarlo.
—Parece que hay algunos asuntos con los que los residentes no quieren que nos involucremos, pero desde nuestra perspectiva, realmente solo hay una cosa que podría ser un problema para nuestras operaciones. Y es algo que a usted no debería preocuparle mucho, señor Talbot.
Carla pausó por un momento. Luego continuó, apartando la mirada.
—Nadie debe menospreciar a las mujeres en presencia del gobernador. Eso es todo.
—–
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