Fue en cierto momento dos días atrás, justo cuando estaba empezando a producirse un aguacero particularmente fuerte en Nueva York. También fue justo por el momento en que Elmer y Mark se encontraron el puente de Brooklyn.
Lester, el joven reportero, se dirigía a entrevistar a la pandilla de delincuentes bajo las órdenes de su jefe. Chasqueó su lengua cuando las gotas de lluvia empezaron a caer del cielo y corrió hacia un callejón oscuro.
«Todavía queda mucho camino por recorrer para llegar al escondite de los delincuentes… pero por otro lado, ni siquiera sé si los encontraré allí con este clima».
Dobló por un callejón estrecho, dirigiéndose hacia su destino. Luego salió nuevamente a una calle particularmente silenciosa y se encontró mirando a alguien.
Y cuando se dio cuenta de que la silueta pertenecía a alguien que conocía, se detuvo y murmuró su nombre.
—Lisha…
Por su apariencia, era evidentemente una prostituta callejera. Le dio a Lester una mirada vacía, con oscuras ojeras debajo de sus ojos, y finalmente sonrió ineficazmente.
—¿…Oh? Pero si es Lester… Ah. Qué bueno verte por acá. Ajaja.
Estaba en sus veintitantos años, si Lester recordaba bien. Pero a pesar de su edad, las bolsas debajo de sus ojos, su piel pálida y su tez sin vida la hacían parecer entre diez y veinte años mayor de lo que realmente era.
—…Aún no puedes dejar ese hábito, ¿eh?
—No. Estás equivocado. Recuerda, lo que sucedió hace dos años, ya sabes. Ah… esos hombres Runorata. De repente… dejaron de venir. Uno de los hombres del señor Gustavo, ¿sabes? solía venderme todas esas buenas drogas. Pero, ah, él desapareció… así que, ya sabes, ¿cierto? Yo… empecé a consumir esta otra cosa. Me he aferrado a ella todo este tiempo, pero, ah… Esa otra droga no funciona tan bien… Mi cuerpo es un verdadero desastre, ¿verdad? Ah. Así que quiero dejarla.
—Lo que sea. Estás jodida de todos modos. Adiós.
Decidiendo que Lisha no tenía esperanza, Lester trató de marcharse de inmediato. Sin embargo, ella lo agarró del brazo antes de que pudiera alejarse.
—Hey, no tengo tiempo que perder con una adicta como-
Pero fue interrumpido abruptamente por la aparición de un picahielo en la mano de la mujer.
Lester se encogió. Podía sentir escalofríos corriendo por su espalda.
—¡¿Lisha?! ¡¿Qué demonios?!
Mientras Lester daba un paso atrás, Lisha empezó a reírse.
—Oh, ¿cuál es la prisa ahora? ¿Pensaste que yo era, ah… Picahielo Thompson?
—…
—¿Sabes? Los picahielos se están vendiendo como pan caliente. Ah… Con niños. No es nada bonito, pero… es como la era dorada del picahielo… ¿sabías? —susurró Lisha, sonriendo provocativamente mientras acariciaba el picahielo.
Aunque la visión de una mujer con poca ropa acariciando un picahielo hubiera podido llegar a ser seductora, Lester no estaba de ánimo.
—Qué broma enferma.
—Oh, ¿estás preocupado, Lester? ¿Debería simplemente, ah, ya sabes, hacerme la tonta? Apuesto a que tú sabes toooodo acerca del por qué, ah… todas esas personas fueron asesinadas, ¿verdad? Apuesto a que estás asustado de que serás el próximo en ser apuñalado. ¿No es así?
—¡Te dije que pararas! —rugió Lester, arrebatándole el picahielo. Los desenfocados ojos de Lisha se entrecerraron mientras estallaba en una risa.
—Ajajaja. Jajajajaja. Es tan divertido, ¿sabes? Que, ah, estés tan asustado de un tonto picahielo.
—…
—Porque un pajarito me contó, ¿sabes? En aquel entonces, parecías estar disfrutándolo en casa cuando, ah, lo estabas usando la última vez.
—…Ya basta.
Un sudor frío recorrió a Lester mientras su corazón empezaba a bombear una emoción inhumana. Lisha, descendiendo lentamente a la locura, continuó de forma seductora, sin saber que Lester estaría disgustado con lo que ella diría.
—Todos decían, cuando tú, ya sabes, torturaste y asesinaste a la pobre Paula. Pusiste esa cosa en el fuego hasta que se puso al rojo vivo y… Jaja. ¡La apuñalaste con eso como si estuvieras teniendo el mejor momento de tu vida!
—¡PARA!
Lester podía escuchar sus propios sentidos desmoronándose. Cada músculo de su cuerpo se estaba tensando.
Trató de negar el testimonio de Lisha y su propio pasado, pero las acusaciones no se detendrían.
—¿Por qué te pones tan serio? Ya sabes, ah… Casi nadie atraviesa estos callejones en la lluvia. Nadie va a escuchar. Todo el mundo… tiene miedo de Picahielo Thompson…
—…
—Es muy gracioso, ¿no crees? Estar tan asustado de, ah… un niño tan tierno como él.
—…
Lester sintió que su espina dorsal se desconectaba.
—¿…Qué?
Lisha respondió, con sus ojos vagando perezosamente hacia algún lugar en la distancia.
—Todo el mundo estaba corriendo buscando a sus mamitas. Ah, tú sabes. Ajajaja. Pero no tienen que estar asustados. Porque, ¿sabes? Mark solo va a matarlos a ustedes.
—Mark… ¿Mark…?
Lester tuvo que repetir el nombre antes de poder registrarlo en su mente. Revolcó desesperadamente sus recuerdos, tratando de encontrar a alguien llamado Mark.
Y pronto dio con cierto chico llamado Mark Wilmans.
—…No puede ser… ¿El hijo de Paula?
Mientras Lester permanecía inmóvil en la lluvia, la mujer igualmente empapada, viéndose aun más sensual en su ropa mojada, respondió con una expresión vacía.
—Así es. Tú sabes. Es igual a Paula. En sus ojitos, ¿sabes? Incluso antes de que mataras a la pobre Paula. Él pensaba que yo era una amiga de ella. Así que, ah, a veces, yo, ah, cocinaba para él y esas cosas.
—…Nadie me dijo nada de esto.
—¿Eh? Ajajaja. Estás hablando gracioso, Lester. Pero sabes, no te habría gustado, si lo supieras —dijo Lisha soltando otra risita.
Por la forma en la que reveló esos supuestos secretos tan despreocupadamente, era aparente que, a pesar de su tono sorprendentemente tranquilo, su mente estaba llegando al punto de ruptura.
Sin siquiera preocuparse por su seguridad, Lisha continuó eufóricamente.
—Ya sabes… él tiene un montón de dinero gracias a Paula. Por esto y aquello, tú sabes. Ajajaja. Así que, ah, si soy una buena chica, él me da una parte. Así que… compré aun más drogas con eso, ¿sabes? …Pobre niño. Siempre actuando como el niño grande y diciéndome que pare. Así que no me dará más dinero. Ah, así que le dije, ya sabes.
—…
—Le dije, «te diré un secreto que quieres saber». Si me daba el dinero.
—Hey… no me digas que…
El rostro de Lester palideció mientras Lisha miraba hacia el cielo, escupiendo las palabras que sellarían su destino.
—Así que le dije, ¿sabes? ¡Le dije que le diría quién mató a su mamá!
En ese momento, Lester ya ni siquiera podía decir qué parte de él era la que se estaba desmoronando.
—Así que, ya sabes. Podrías. Ah. ¿Darme algo de dinero también? ¿Sabes? Te importaría si, ah, ¿te pago en la cama? No, esta vez no. Ah. Esta vez no es para drogas… Esta vez. Necesito el dinero para. Ah… un doctor. Tú sabes, quiero dejarlo… Yo, yo quiero ponerme mejor de lo que he estado siempre… Ya sabes, como el cielo. Así que. ¿Puedes prestarme algo de dinero?
Lisha probablemente ya ni siquiera estaba consciente de lo que estaba diciendo. Lo que fuera que estuviera en su cabeza, Lester nunca pudo saberlo. Probablemente ya no tenía pensamientos de preservar su propia vida.
—¿…Quieres drogarte? Te enseñaré el mejor viaje del mundo.
Ella iba a pagar un precio por su ignorancia.
—Te enviaré de viaje al cielo.
Entonces hundió el picahielo profundamente en el cuello de Lisha. Sin embargo, el abuso de las drogas ya la había dejado completamente incapaz de sentir cualquier cosa.
Y tan pronto como el picahielo fue retirado de su cuello, fue conducido a otra parte de su cuerpo.
Una y otra vez.
Y luego otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra vez…
Incluso el sonido estéril y mecánico de las puñaladas era borrado por la lluvia.
Los cielos simplemente seguían derramando agua sobre la tierra, como si no tuvieran nada que ver con el horror que estaba ocurriendo allí abajo.
La lluvia lavó todo por igual. Tanto la sangre como el hedor del cadáver en descomposición.
Borró todo excepto la torcida sonrisa fijada en el rostro del asesino.
Inicialmente, Lester había agitado el picahielo en un ataque de rabia. Pero al escuchar algo como un gemido saliendo de los labios de Lisha, en su cabeza lentamente fue apareciendo cierto recuerdo.
Mientras los ojos de Lisha se volvían opacos, recordó el placer que había descubierto en el pasado.
Incluso aunque era consciente de la anormalidad de sus acciones, Lester estaba sonriendo.
Cuando el cuerpo se convirtió en un desastre de agujeros y sangre, soltó el picahielo sobre un charco, le limpió la sangre y las huellas dactilares con su ropa, y salió del callejón tranquilamente, arrojándolo en la parte trasera de un camión que pasaba.
Su corazón estaba frío como el hielo, exactamente igual que antes. Así que no tuvo absolutamente ningún reparo en abrazar el cadáver de Lisha y gritar.
—¡Ayuda! ¡Alguien venga rápido! ¡Llamen a un doctor! ¡Alguien!
Una vez que se tomó la molestia de comprobar que había dejado de respirar, Lester soltó un grito a todo pulmón en un acto dramático y antinatural.
En este momento, el reportero que le temía a la muerte se encontró con un asesino.
O para ser más precisos…
El joven reportero que alguna vez había trabajado bajo las órdenes de Szilard Quates se había reunido con el asesino que dormía dentro de su psique.
Y entonces transcurrieron un par de días.
* * *
En el sótano del salón de jazz Coraggioso.
Habían pasado varias horas desde que Lester había contratado a Smith para el trabajo. Estaba sentado en silencio, esperando que el trabajo que le había encargado ya estuviera terminado.
Esta era la oficina de la Familia Gandor y también su base de operaciones. Había varios hombres de aspecto rudo sentados alrededor de Lester.
«Paula y Lisha. Las dos son unas estúpidas…
Yo… yo simplemente no quería morir. ¿Por qué tenían que meterse en mi camino? Maldita sea… Si solo Paula… me hubiera entregado ese Elixir incompleto que estaba guardando para Barnes…».
Lester suspiró, perdido en sus recuerdos.
«Aún no puedo creer que ella no hubiera bebido ni una gota. No es como que le debiéramos algo a Szilard o Barnes. ¿Por qué decidió no volverse inmortal?», se preguntaba.
De repente, se abrió una puerta en la parte trasera, de la cual salió un hombre.
—Lamento haberte hecho esperar, Lester.
—No te preocupes. Me habría gustado venir antes, pero me costó algo de trabajo quitarme a la policía de encima.
—Lamento escuchar eso. Ya sabes, tú siempre nos das la mejor información en la ciudad. Espero que este negocio que tenemos vaya a ser uno duradero.
—No es nada, señor Cassetti. Yo soy el que debería agradecerle.
—Vamos, solo deja esas formalidades y llámame Nico.
Lester sonrió ante el capo de los Gandor que tenía frente a él, un hombre bien conocido por sus incomparables habilidades de combate. Su nombre era Nicola Cassetti, generalmente acortado a «Nico».
Él fue el hombre responsable del secuestro de uno de los matones de la Familia Runorata durante la guerra territorial el año pasado, enfrentándose a una docena de metralletas.
—Nosotros también hemos estado haciendo nuestra parte investigando a la policía —dijo Nico, entrecerrando sospechosamente sus ojos—, pero… Escuchamos que la quinta víctima, la mujer, pudo haber sido asesinada por alguien más.
—…
—Las otras cuatro fueron apuñaladas primero desde abajo, pero la mujer fue apuñalada en el cuello desde arriba.
No había emoción en su voz.
Lester podía sentir un gran peso invisible cayendo sobre él, pero fingió no darse cuenta.
—Eso no es de sorprenderse.
—¿…Qué?
—Después de todo, hay más de un culpable.
—¿De qué estás hablando?
Lester forzó una sonrisa al notar que Nico había mordido su anzuelo. Empezó lentamente a revelar el escenario que había escrito usando la información que había recopilado en los últimos días.
—El culpable… es un asesino a sueldo llamado Raz Smith. Creo que él… contrató delincuentes en las calles para asesinar a personas vinculadas con la Familia Gandor.
—¿Raz Smith, dijiste?
—Así es. Es un hombre muy alto. Lleva un abrigo largo en pleno verano.
—Qué tiene un sicario como él en contra de–
—Quién sabe. Me temo que ni siquiera yo puedo leerle la mente a las personas.
«Encuéntrenme un sicario disponible. Solo asegúrense de que esté preparado para matar a un niño», había dicho Lester durante su negociación con la Familia Runorata.
Inicialmente solo estaba esperando que esta discusión le diera algo de tiempo, pero de repente se le presentó un inesperado golpe de buena suerte. Una bailarina de atuendo extravagante asomó su cabeza detrás de Nico y exclamó:
—¿Raz Smith? ¡Yo lo conozco, amigo! ¡Berga una vez le dio un golpe en la cara y lo mandó directamente al hospital! —dijo, dándole más credibilidad a Lester sin darse cuenta.
—…Entonces está decidido —dijo Nico solemnemente, levantándose de su asiento.
—¿Va a salir a algún lado, señor Cassetti? —preguntó uno de los hombres de la organización.
—No te preocupes por eso. No voy a causar ningún alboroto mientras los jefes no están —respondió Nico y se preparó para salir, con sus ojos fríos y afilados como cuchillas—. Solamente vamos a tener una charla.
—¿Qué sucede, amigo? ¡Si necesitas mano de obra, cuenta conmigo! —dijo la bailarina, ignorando la actitud grave de Nico.
—…Haz lo que quieras.
Nico subió las escaleras en silencio, seguido de la extraña bailarina y varios de sus hombres.
Justo antes de salir, se volvió hacia Tick, que estaba sentado en una esquina.
—Tick. No vayas a limpiar esas tijeras. Tengo ganas de escuchar muchos gritos hoy.
…
—¿…Qué le pasa al señor Cassetti?
—Ah… No le digas a nadie, pero esa mujer Lisha que acaban de asesinar… El señor Cassetti le había puesto un ojo encima desde hacía un tiempo. Creo que realmente se gustaban. Pero él le dijo que no volvería a verla si no dejaba de tomar esas drogas. Ella seguramente estaba intentado dejarlas, pero no pudo haber imaginado que su corazón iba a fallarle primero.
—Vaya…
Lester levantó su mirada hacia las escaleras por las que había salido Nico y sonrió para sí mismo.
¿Se estaba deleitando con sus éxitos?
¿Estaba imaginando a Smith siendo torturado por Tick?
¿O estaba recordando el momento en el que murió Lisha?
Su rostro permaneció inmóvil, pero su corazón estaba lleno de risa.
La risa muda de Lester no tenía fin. Era como si estuviera retumbando al unísono con la lluvia que caía.
* * *
Smith abrió la puerta para irse, solamente para encontrarse cara a cara con un joven vestido en ropa de trabajo azul.
—¿Jefe Smith? ¿Qué estás haciendo aquí?
—…Eso es lo que debería decir yo.
Graham, Elmer y Shaft habían consultado con cierta compañía de periódicos para averiguar la dirección de Mark. Pero apenas llegaron a la puerta, se encontraron con un hombre con el que habían estado solo unas horas antes.
—S-solo estamos buscando a un niño llamado Mark —empezó Shaft, pero Smith suspiró y sacudió su cabeza.
—Llegan tarde. Él está muerto.
—¿Eh?
—Acabo de matar a Mark Wilmans.
Era una confesión terriblemente simple. Mientras los tres recién llegados se miraban entre sí, Smith continuó fríamente.
—Ahora voy a reunirme con mi cliente. No los detendré si quieren acompañarme.
La lluvia no mostraba señales de desistir.
El sonido de las gotas de agua que caían envolvía a Nueva York en un réquiem para los asesinos en sus calles.
La interminable lluvia cubrió a los asesinos en la oscuridad, como si estuviera preparándose para limpiar la sangre que pronto sería derramada.
* * *
Intermisión
Tenía miedo de morir.
Sabía bastante bien que la idea de la muerte lo asustaba más de lo normal. Así que cuando en ocasiones actuaba de manera irritable, le echaba toda la culpa a su temor.
—¿Quién va a culparme, de todos modos?
El hombre sonrió, levantando su cabeza silenciosamente.
—Porque ¿quién demonios quiere morir? Nadie, ¿verdad?
De su boca se derramó la palabra que más temía.
No quería morir.
Pero este sentimiento era natural para él, un ser viviente. Alguien que haría cualquier cosa para conservar su propia vida.
—Tienes que compartir esta alegría conmigo.
Estaba sonriendo.
—¿Verdad, Paula?
Y con esa sonrisa, empujó el picahielo que sostenía hacia un pequeño montón de rocas ardiendo.
El picahielo empezó a calentarse lentamente.
Aunque el calor se extendió hasta su mano, eso no le importó.
Levantó el picahielo ardiendo al rojo vivo y suavemente lo llevó hacia la mujer sentada frente a él.
Por supuesto, había sido sentada allí a la fuerza por otros. Estaba tumbada hacia adelante de manera indefensa y era difícil saber si estaba consciente o no.
El hombre agitó su cabeza. La sonrisa nunca abandonó sus rasgos.
—No soy yo a quien deberías culpar, Paula —murmuró el hombre, no para la mujer, sino para sí mismo, como si solo estuviera sacando excusas.
Ciertamente le tenía miedo a la muerte.
Pero el hecho de que esto era algo que no tenía absolutamente nada que ver con eso no le importaba.
—Simplemente no quiero morir. Nadie quiere morir. ¿Entonces por qué estás tratando de guardártelo para ti misma? ¿Dónde escondiste el Elixir incompleto?
El hombre ni siquiera le dio tiempo a la mujer para responder mientras empujaba el metal incandescente dentro de su cuerpo.
La mujer trató de forzarse a contener sus gritos, pero la sonrisa del hombre solo se hizo más grande.
Y el tiempo pasó.
El chico que deseaba muerte y venganza se encontró con un asesino inusual… Y el reportero que le temía a la muerte se reunió con el asesino que vivía dentro de él.
—–
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