El tercer piso de cierto edificio en Wall Street, Nueva York.
—Así que ahora eres el señor Popularidad, ¿eh, Lester?
—Deja eso, por favor.
Cuando el joven reportero cruzó la puerta, sus compañeros de trabajo empezaron a molestarlo.
La razón por la que Lester estaba siendo el centro de atención en la oficina editorial de esta gran compañía de periódicos era porque había sido la primera persona en presenciar uno de los asesinatos de Picahielo Thompson.
Lester se sentó en su escritorio con una expresión de fatiga en su rostro. Los demás reporteros vacilaron por un momento, preguntándose si deberían hablar con él, pero al notar que el editor en jefe se estaba acercando, simplemente regresaron a sus trabajos.
—¿Estás bien, Lester?
—Ah… Sí, jefe.
—¿Cómo estuvo el interrogatorio de la policía? ¡Ja! En estos casos serías normalmente tú el que estaría escuchando.
—No fue para nada agradable. Pude notar que sospechaban de mí.
Lester bufó mientras recordaba lo que había sucedido en la sala de interrogatorios.
Hizo una cara que parecía como si hubiera masticado un bicho y lo estuviera revolviendo en su boca, indicando claramente la manera en que se sentía con respecto a cómo lo habían tratado en la estación de policía.
—Claro. Publicar ese artículo sin siquiera darle una oportunidad a la policía de interrogarnos… Hasta a nuestro jefe le dieron una severa advertencia.
—Bueno, lo siento mucho.
—Nada de eso. ¡Las ventas de nuestra edición matutina subieron hasta un treinta por ciento! El jefe estaba eufórico.
El editor en jefe se rió amargamente mientras se encogía de hombros, haciendo que regresara un poco el color al rostro de Lester. Al notar esto, prosiguió amablemente.
—Estuvieron acosándonos por tu coartada también, acerca de las historias que estabas cubriendo cuando ocurrieron cada uno de los incidentes y cosas así.
—Y justo cuando pensé que habían dejado de sospechar de mí, empezaron a sospechar de mi información, preguntándome si no había mentido para vender más periódicos.
—Estoy seguro de que la policía solo está desesperada por conseguir información precisa. Después de todo, esta es la primera vez que alguien se presenta ante ellos como un testigo presencial. Hemos recibido todo tipo de información anónima aquí en el departamento editorial, pero nada que valga la pena investigar. Algunos de ellos incluso juraban que todo esto era obra del Rail Tracer. ¿Acaso creen que Nueva York es algún tipo de aldea ferroviaria?
El editor en jefe estalló en una risa. Lester sonrió y sacudió su cabeza.
—Sé como se siente, jefe. Hasta ayer, toda esta desinformación estaba dándome un gran dolor de cabeza.
—Y que lo digas.
Después de otra carcajada, el editor en jefe relajó su sonrisa y levantó el periódico que habían publicado esa mañana.
En la página frontal tenían una lista de características físicas de Picahielo Thompson:
–Extremidades inusualmente largas.
–Delgado.
–No llevaba paraguas incluso estando bajo la lluvia.
–Su rostro estaba oculto detrás del cuello de su abrigo y bajo su distintivo sombrero.
–Llevaba un picahielo en su mano izquierda.
Estos eran todos los hechos. Combinados juntos, estos rasgos producían una imagen que parecía directamente salida de una alucinación.
—Solo añádele que estaba echando fuego de su boca y que iba por ahí saltando, y tendríamos aquí un caso de Spring Heeled Jack en nuestras manos —dijo el editor en jefe, bromeando acerca de una leyenda urbana inglesa. Lester suspiró.
—No era tan fuera de este mundo. Diría que Jack el Destripador sería algo más aproximado.
—Pero es cierto que tus descripciones son muy vagas. No me digas que lo hiciste así en caso de que el culpable sea atrapado.
—Así es. No quisiera ser llamado un mentiroso.
Repentinamente, el empleado a cargo del teléfono se volvió hacia ellos y levantó su mano.
—Es una llamada para ti, Lester.
—¿Otra vez la policía? —preguntó el editor en jefe.
El hombre a cargo del teléfono hizo una negación con su cabeza, cubriendo la bocina con la palma de su mano.
—Es el señor Carl Digness, del Daily Days.
* * *
Alveare. Al atardecer.
Un dulce aroma impregnaba el aire del local.
Alveare era un establecimiento inusual ubicado entre la Pequeña Italia y el Barrio Chino.
En la superficie, era una tienda de miel como lo sugería su nombre, pero tenía un lado oculto que no todo el mundo conocía.
Más allá de los estantes forrados con incontables frascos de miel, se encontraba el mostrador, detrás del cual se escondía una pesada puerta. Con el permiso de la encargada de la tienda, los clientes podían atravesar esa puerta e ingresar a un lugar producto de la era enmarcada por la Prohibición.
Aunque la Prohibición se había establecido con la esperanza de poner orden en la sociedad, en lugar de eso terminó creando una anarquía aun más amada, maliciosa y decadente.
La gente evadía los ojos vigilantes de la ley para hacer sonar sus copas en bares ilegales. Hombres y mujeres por igual frecuentaban estos establecimientos y a veces incluso niños eran clientes en estos recintos.
Eran lugares secretos de reunión, anidando en las grietas en medio de los corazones de las personas y las leyes del país.
Este tipo de establecimientos ilegales abundaban a lo largo de toda Nueva York durante esta época. En Manhattan solamente había tantos que era prácticamente imposible encontrar una calle que no tuviera uno.
El contrabando de licor fue uno de los pilares sobre los cuales la mafia construyó sus imperios, y las leyes que se impusieron para traer orden terminaron causando todo lo contrario.
Al interior de los almacenes de ropa, en el segundo piso de las fábricas de automóviles, en los cuartos traseros de las zapaterías, en las cubiertas inferiores de los barcos atracados a la orilla del río, en salas de operación sin utilizar en los hospitales…
Los bares clandestinos aparecían en cualquier punto ciego en que la gente pudiera pensar, incluso en iglesias o en casas funerarias.
Alveare era uno de estos refugios escondidos ante los ojos de la ley.
Lester se abrió paso hasta la parte posterior de la tienda de miel, sin bajar su guardia por un solo momento, y manteniendo agudos sus sentidos.
El interior del bar era mucho más amplio de lo que la tienda frontal hacía parecer.
Las paredes de color marfil resplandecían con un dorado meloso, iluminadas por los candelabros que colgaban del techo.
Había alrededor de diez mesas redondas cubiertas con manteles blancos acomodadas a lo largo de la habitación y su estructura general parecía más bien como la de un teatro construido para presentar espectáculos musicales.
—…Había escuchado los rumores, pero…
Desde afuera, parecía que múltiples edificios estaban parados justo uno al lado de otro. Sin embargo, Lester se dio cuenta de que en realidad todos estaban conectados por dentro y la opinión que tenía sobre el establecimiento se volcó en un instante.
«La Familia Martillo…».
Por lo que había escuchado antes, este era el nombre de la organización que manejaba este lugar.
La Familia Martillo era una organización criminal con un hombre llamado Molsa Martillo como su jefe. Aparentemente, no se trataba de una mafia, sino de una camorra: un grupo que había tenido su origen en Nápoles, al sur de Italia.
Lester no sabía mucho sobre la diferencia entre mafia y camorra, pero hasta ahora jamás había prestado mucha atención a esta organización en particular.
«Siempre pensé que los Martillo eran una organización pequeña… pero por el tamaño de este lugar, es como si esta fuera la tienda principal de alguna gran familia de la mafia de Chicago».
Más cerca de la parte posterior de la tienda había un escenario sobre el cual habían dispuestas una mayor cantidad de bombillas.
Sobre el escenario, una mujer asiática, ostentando un vestido chino, bailaba con una gigantesca espada en su mano. La mayoría de los clientes disfrutaban de su licor de contrabando, siendo la muestra de habilidad con la espada de la mujer el lado que los ayudaba a vaciar sus bebidas.
«Me siento como si estuviera dentro de una colmena».
El aroma de la miel era mucho más fuerte aquí en el bar secreto que en la tienda de miel donde se exhibían innumerables tarros para la venta. La dulzura de la miel se mezclaba con el aroma del alcohol y Lester sintió que podía embriagarse solamente con la mezcla de aromas.
Decidiendo que lo mejor para él sería tomar asiento rápidamente, examinó el piso y notó un rostro familiar que agitaba una mano hacia él desde una de las mesas.
«Carl…».
Era su antiguo colega, mentor, y el hombre al que una vez había tratado de imitar debido a la admiración y el respeto que sentía por él.
«Pero ahora no es más que un fracaso que se cambió a una empresa más pequeña».
Mientras miraba al hombre al que trataba de menospreciar en su mente, Lester tragó y respiró profundamente.
—Cuánto tiempo sin vernos, Lester.
—…Buenas noches.
Con este simple saludo, Lester tomó asiento. Carl le sirvió una copa de licor.
—¿La señorita del frente te dejó entrar sin problemas?
—Tan pronto como mencioné tu nombre… De cualquier modo, me alegra ver que te está yendo bien.
—Bueno, ya me conoces.
—¿Cómo está tu hija?
Lester decidió plantear un tema relativamente inofensivo para tratar de averiguar lo que su excompañero estuviera buscando.
Carl se había transferido al Daily Days porque necesitaba cuidar a su hija enferma. Una compañía pequeña le permitiría más flexibilidad con sus horarios de trabajo que una compañía más grande. Lester sabía todo esto, pero aun así, solo podía ver la salida de Carl como una miserable huida de la responsabilidad.
Sin embargo…
—Bueno… ella murió el año antepasado.
—…
Lester no pudo hacer otra cosa más que permanecer en silencio ante la rápida respuesta de Carl.
—Al menos me alegra saber que no tuvo que sufrir por mucho tiempo.
—Yo… no sé qué decir.
—Está bien. Es mi culpa por no haberte contactado para el funeral. Quería que fuera algo tranquilo, tú sabes. Así que solo llamé a mis familiares y a mi jefe actual. Y como puedes ver, ahora que mi esposa y mi hija se me adelantaron, soy libre de volver a los bares y quedarme tan tarde como quiera.
«¿Está alardeando?».
Lester no podía decir que las acciones de Carl estuvieran justificadas, pero incluso si hubiera sido contactado para el funeral, probablemente no se habría presentado, así que decidió cambiar de tema.
—¿Por qué me citaste en este lugar?
—Tan directo como siempre, Lester. ¿No te enseñé que la mejor manera de conseguir información es mezclando un buen coctel de palabras y licor para tu fuente?
—Sí, pero esa táctica no va a funcionar contigo ahora, ¿o sí? —respondió Lester, sin una pizca de emoción en su rostro. Carl se rió.
Lester se llevó torpemente la copa de licor a los labios.
—¿Mmm…? ¡¿Esto está dulce?!
La sorprendente sensación lo obligó a apartar la copa de su boca. Dejando de lado el alcohol, sentía como si el dulzor estuviera quemando su esófago mientras bajaba.
Carl soltó otra risita ante los ojos saltones de Lester.
—¡Ja! ¿Qué tal esa sorpresa? Ciertamente, no eres el primero en hacer esa cara después de beber licor de miel por primera vez.
—¿…Te estás burlando de mí?
—Para nada. Con el tiempo te acostumbrarás a este sabor.
Mientras Carl apuraba una copa del mismo licor, Lester presionó ansiosamente la conversación.
—Si tienes algo que decir, por favor, ve al grano. Estoy más ocupado de lo que puede parecer.
—Oh, sí, leí el artículo en la edición matutina hoy. Felicidades.
—…Gracias.
—Es verdaderamente impresionante. Estoy seguro de que el departamento de editorial te tiene aun en mejor estima ahora.
«¿En qué está pensando?».
Por lo que recordaba Lester, Carl no era el tipo de hombre que pondría quejas o haría elogios sobre otras personas. Por un momento, se preguntó si el cambio de lugar de trabajo y la pérdida de su hija lo habrían afectado al punto de cambiar su personalidad.
Mientras Lester se perdía en estos pensamientos, Carl sonrió y empezó a recitar una parte de cierto artículo.
—Un hombre con brazos inusualmente largos, que ocultaba su rostro detrás del cuello de su abrigo y su sombrero, ¿verdad?
Carl se rió. Sin embargo, la risa se desvaneció repentinamente de su expresión mientras miraba a Lester a los ojos.
—Mentiste, ¿no es así?
Hubo silencio.
El espectáculo que estaba teniendo lugar en el escenario había alcanzado su clímax, permitiendo que su conversación pasara completamente desapercibida para los otros clientes.
Sin embargo, eso no detuvo a Carl de bajar la voz para enunciar la oración que podría arruinar potencialmente el futuro de Lester.
¿Cuánto tiempo había pasado?
Para Lester, los segundos se arrastraron como si fueran años. Eventualmente, sin embargo, puso sus emociones bajo control y respondió.
—Y yo preguntándome por qué me habías citado aquí. Solo estás celoso, ¿verdad? Claro, puede que tengas el crédito por haber nombrado a Picahielo Thompson, pero cualquiera tiene derecho a tomar una primicia.
—Tienes toda la razón… si es que la historia es verdadera.
—Basta con eso. No quiero seguir odiándote… —empezó Lester, sacudiendo su cabeza, pero Carl lo interrumpió.
—¿Pensaste que no me daría cuenta?
—¿…Perdón?
—¿Pensaste que no investigaría la conexión entre las cinco víctimas?
—¿Qué estás…?
Lester reveló una expresión inocente, pero sus ojos no estaban completamente enfocados en Carl.
Carl estaba sentado frente a él, con los codos sobre la mesa y sus palmas juntas frente a su boca. Lester apartó la mirada.
—Por supuesto, decir que estas cinco personas compartían una conexión podría no ser la mejor manera de ponerlo.
—…
—Después de todo, son seis personas las que comparten esa conexión, incluyéndote a ti.
La boca de Lester se cerró de golpe.
Carl no mostró señal alguna de cómo había tomado la reacción de Lester. Simplemente continuó en voz baja.
—Lo sabías, ¿verdad? Cuando el primer hombre fue asesinado, probablemente debiste haber pensado —o al menos, debiste haber querido pensar— que fue una coincidencia. Tu mentalidad no cambió después del segundo homicidio.
—…
—Pero cuando la tercera y la cuarta víctima fueron asesinadas, debiste haberte dado cuenta. Este asesino serial no está atacando a gente aleatoriamente.
—…No sé de qué estás hablando. ¿Qué estás insinuando sobre mí y sobre las víctimas?
Lester trató de fingir inocencia, pero era imposible ocultar el hecho de que su rostro se había vuelto muy pálido.
Tomó un sorbo de su bebida y trató de enmascararlo, pero la abrumadora dulzura del licor le hizo difícil tragar.
—Estoy seguro de que sabes sobre la conexión entre ustedes seis mejor que nadie. Sin duda alguna, el Daily Days (no tanto como una compañía de periódicos, sino como una agencia de información) es más poderoso de lo que podrías imaginar. Incluso yo mismo siempre estoy sorprendido al ver cómo nuestro presidente y vicepresidente se las arreglan para conseguir información tan confiable y tan rápidamente.
—…
—No sé si realmente viste al asesino o no. Pero si el asesino es quien creo que es, el que estará en más problemas cuando sea capturado serás tú. Aunque eso no significa que simplemente puedas dejarlo correr libremente. Después de todo–
—…Lo siento, pero no tengo idea de qué estás hablando. Si me disculpas, tengo que terminar de editar mi artículo para mañana.
Lester se levantó con fuerza de su asiento.
Carl trató de detenerlo, pero Lester simplemente lo ignoró y se fue corriendo.
La encargada de la tienda trató de frenarlo por un momento, pero cuando le escuchó decir: «Ponlo en la cuenta de Carl», la mujer le permitió marcharse.
Lester corrió y corrió sin parar. No sabía adónde debía correr, ni cómo. Simplemente corrió de un callejón a otro, queriendo solamente poner más distancia entre él y Carl.
Y pronto llegó a su límite. Apoyándose sobre una de las paredes, vomitó el poco licor que había sido capaz de beber.
No estaba escapando tanto de Carl mismo como lo estaba haciendo de sus palabras.
Estaba huyendo de la verdad que implicaban.
«Mierda… Mierda, mierda, mierda… ¿Cómo sucedió esto?».
Entonces recordó toda la escena que había presenciado. Las cosas que solamente él sabía. La conexión entre él y las víctimas que, naturalmente, solo él debería saber.
Inclinándose hacia la pared, puso una sencilla verdad sobre sus labios. El único hecho del que podía estar seguro.
—Maldición… maldición… Si él realmente es Picahielo Thompson…
Temblando de miedo, miró a la oscuridad de la noche.
—Entonces… yo… ¡yo seré la próxima víctima! ¡Maldición!
Gritando sin que nadie lo pudiera escuchar, Lester reafirmó el hecho para sí mismo.
—Porque yo… ¡soy el único que queda!
* * *
Al mismo tiempo, en algún lugar en la Pequeña Italia.
Un chico estaba parado solo frente a la entrada de un pequeño salón de jazz, en un callejón a poca distancia de Mulberry Street.
Las fluidas melodías que se escapaban desde el otro lado de la puerta sonaban como si trataran de tentar a los transeúntes con sus tonos.
Sin embargo, el chico permanecía inmóvil.
Estaba congelado como el hielo, incapaz de entrar o retirarse.
«Están del otro lado de está puerta. Los encontraré justo debajo de este lugar… La Familia Gandor».
La Familia Gandor era una pequeña organización criminal y, de acuerdo con el dueño de la antigua librería, estaban involucrados con la gente que no podía morir.
El salón de jazz era su oficina central. Y aunque el dueño de la librería no llegó a revelar ningún nombre, Mark tal vez sería capaz de encontrar allí a alguna de las personas que no podían morir.
Sin embargo, no fue capaz de dar un paso más. Recordó la razón por la que había venido hasta aquí y trató de armarse de valor una y otra vez.
«Una vez que dé un paso ahí adentro, ya no habrá vuelta atrás».
Luchaba consigo mismo, enterrando sus pies cada vez más y más frente a la entrada del salón de jazz.
Ya había estado preparado para morir una vez. ¿Pero por qué estaba aquí ahora, tratando de enfrentarse a monstruos inmortales?
Intentando tragarse estos pensamientos, Mark permanecía incapaz de seguir adelante.
—Hola, ¿cuál es el problema?
Una voz particularmente relajada, acompañada por el sonido de metal chocando contra metal, saludó a Mark desde atrás.
—¿Qué…?
Mark se dio vuelta. El sonido se repitió.
Schick-schick. Schick-schick.
Era un sonido muy familiar, pero por ningún motivo fue capaz de reconocerlo.
Al menos no hasta que vio los gigantescos pares de tijeras que sostenía el hombre en cada una de sus manos.
—¿No vas a entrar?
—Y-yo… ah…
—No te preocupes. También tienen jugo para chicos como tú. Yo lo tomo todo el tiempo. Te aseguro que siempre traen tu orden rápidamente.
Por el tono de su voz y sus gestos, parecía ser un hombre joven con una mirada infantil.
Pero las tijeras en sus manos teñían su sonrisa con algo parecido a la locura.
Era Tick Jefferson, el infame especialista en tortura de la Familia Gandor.
Mark, sin embargo, no tenía manera de conocer este nombre. Y mientras se paraba frente a la entrada del salón de jazz, el joven torturador sonreía inocentemente.
Schick-schick.
Schick-schick. Schick-schick.
* * *
Intermisión
Una vez, una cierta serie de acontecimientos ocurrieron en estas calles.
El público solo tenía acceso a una cantidad limitada de información cuando se trataba de estos casos.
Un incendio en un almacén supuestamente desierto, el cual se sospechó que fue provocado por pirómanos.
El rugido de una ametralladora en algún lugar entre la Pequeña Italia y el Barrio Chino.
El incidente donde se esparcieron fajos de dinero a lo largo del camino desde ese lugar hasta la estación.
La gente no tenía tiempo para desperdiciar conectando todos estos incidentes en una sola historia.
Después de todo, historias de todo tipo estaban tomando lugar en la parte más vulnerable de la sociedad en esta era de la Prohibición.
En Chicago, poderosos mafiosos estaban siendo arrestados uno tras otro. Nuevas familias mafiosas aparecieron y empezaron a ejercer su influencia por todo el país.
Estos incidentes se estaban volviendo tan conspicuos que incluso empezaron a involucrar a la gente ordinaria.
Era por eso que la mayoría de la gente ya no estaba particularmente sorprendida por cosas como incendios de almacenes o disparos en callejones.
Pero estos incidentes se juntaron en las sombras, ocultos a los ojos del público, e influenciaron grandemente sobre el futuro.
En el centro del alboroto se hallaban dos familias criminales.
Revolviéndose en medio de los eventos estaban un par de ladrones.
Arrastrando los acontecimientos hacia las calles abiertas había un viejo alquimista.
El nombre del alquimista era Szilard Quates.
Para alcanzar sus propósitos, el viejo hundió profundamente sus garras en las calles de Nueva York.
Y las garras que permanecieron después de que su cuerpo fue apartado del camino todavía continuaban devorando a la ciudad.
Un gusano en particular retorciéndose bajo sus garras era Picahielo Thompson. ¿Era un hombre? ¿Una mujer? ¿O se trataba de un grupo de personas?
Nada relacionado con Szilard debería haber sido revelado al mundo. Sin embargo, los casos de Picahielo Thompson fueron aceptados por la gente ordinaria como parte de sus vidas. Después de todo, nadie sabía quién sería el próximo en morir y los periódicos habían estado despertando conmoción al respecto.
Y aun así, sin importar cuánto tiempo había pasado, ni la policía ni los periódicos llegaron a descubrir la verdad.
La gente ordinaria siempre permaneció ignorante del hecho de que estos desquiciados homicidios estaban conectados con el caso de incendio y con los fajos de dinero en las calles hacía dos años.
* * *
Ese verano, el chico que deseaba la muerte tomó la decisión de enfrentarse a un monstruo inmortal…
Y el reportero que le temía a la muerte tomó la decisión de enfrentarse a Picahielo Thompson.
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pretensiones al esculpir manzanas