Verano, 1932.
¿Qué fue el año 1932 para los Estados Unidos de América?
En un simple resumen de eventos las dos Olimpiadas destacarían por encima de todo.
Se llevaron a cabo los Juegos Olímpicos de Lake Placid en febrero y, poco después, a finales de julio, los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Contando ambos eventos, Estados Unidos ganó un total de ciento quince medallas. Fue una verdadera fiebre del oro que tuvo a la nación entera envuelta en un frenesí de emoción.
El exitoso vuelo transatlántico de Amelia Earhart, siendo la primera vez que una mujer volaba sola, fue otro de los eventos en la sociedad y la política que trajo esperanza a la gente del país.
Por otro lado, esta esperanza era lo único que mantenía a muchos a flote en este punto de la historia.
La Gran Depresión, que estalló en el año 1929, demolió la economía de Estados Unidos y, tres años más tarde, en 1932, la crisis económica había llegado a su punto más alto.
Más de diez millones de personas quedaron desempleadas. Los bancos colapsaron como dominós. Las fábricas cerraron indefinidamente.
Mientras le gente empezaba a preguntarse si sería mejor convertirse en una economía socialista, sus ojos lentamente empezaban a girarse hacia otro de los símbolos de la era: las leyes de la Prohibición.
El licor de contrabando era un hecho real en esta época. Debido a su naturaleza, era un producto libre de impuestos, pero si fuera a distribuirse de manera legal, con impuestos y todo…
Muchas personas empezaron a mirar los potenciales beneficios económicos del licor legalizado. Y, en este mismo año, se aprobó un proyecto de ley que ponía fin a las leyes de la Prohibición, legalizando la producción y la venta de ciertos tipos de licor.
Los brillantes logros del año y la Gran Depresión crearon un contraste tan fuerte como el de la luz y la oscuridad. Y atrapado en el límite entre ambos extremos, un pequeño incidente estaba saliendo a la luz.
Una extraña serie de casos que proyectaban un tipo de sombra diferente sobre las calles de Nueva York.
«Picahielo Thompson».
Este fue el apodo que se le dio a cierto individuo.
Un picahielo, como lo implica su nombre, era un objeto afilado utilizado para tallar el hielo. Pero gracias a su forma, se podía pensar fácilmente en un uso diferente para él.
Por supuesto, bartenders o fabricantes de picahielos, que usaban esta herramienta para medios completamente legales, fruncirían el ceño ante tal pensamiento. Pero en ese sentido, ocurriría lo mismo con las hachas o las motosierras.
Las hachas y las motosierras eran herramientas perfectamente normales para los leñadores en los bosques, pero en las manos de un hombre caminando por una playa, serían definitivamente reconocidas como armas, marcando a las personas con algo más que una vaga inquietud.
Si un picahielo estuviera donde se suponía que debería estar (como en un bar o un dormitorio en la mansión de un hombre rico), nadie lo pensaría dos veces. Pero si estuviera en algún lugar al que no perteneciera, la gente seguramente lo consideraría como un objeto temible.
Picahielo Thompson utilizaba esta herramienta de un modo que no era el correcto. Un modo que no podría haber sido más ofensivo para los fabricantes de picahielos y para la ley.
En otras palabras, no lo utilizaba como una herramienta, sino como un arma para matar.
* * *
Un día de agosto, en algún lugar de Nueva York.
Estaba lloviendo.
Una cortina de lluvia caía sin piedad sobre los callejones. Las gotas de agua sonaban como golpes de tambor sobre el suelo, apagando el sonido de los pasos que corrían rápidamente por las calles.
En Nueva York, los veranos eran calientes y los inviernos eran fríos.
Sin embargo, incluso durante el verano había una gran diferencia de temperatura entre el día y la noche, ahorrándole a sus ciudadanos noches de insomnio debido a la humedad tropical.
Mientras la lluvia caía sobre la oscura noche, la frescura de la tarde se convertía en un frío que se estrellaba contra las personas como una fuerte ola.
La cortina de agua arrojaba también un velo sobre la visibilidad de las ya oscuras calles. Aquellos que caminaban solos se apresuraban a llegar a casa lo más pronto posible.
Tal vez a causa de la naturaleza impredecible de la lluvia, algunas personas iban sin paraguas. Los truenos rugían sobre sus cabezas mientras corrían como si trataran de escapar.
Aunque la mayoría de las personas prefería caminar por las calles más amplias para calmar su intranquilidad, algunos decidían utilizar los pequeños callejones por sus propias razones.
Mientras la gente se desplazaba rápidamente, una persona solitaria miraba furtivamente a los transeúntes bajo un toldo decorativo sobre la puerta trasera de una tienda que ya había cerrado por esta noche.
La persona, un hombre de unos cuarenta años que tenía su cabello canoso humedecido por la lluvia, miró hacia el cielo.
Estaba bastante lejos de cualquier farola, y la lluvia que caía había reducido enormemente la visibilidad.
—Tch.
El hombre miró hacia el cielo, frunció el ceño, luego rebuscó entre sus bolsillos y sacó un viejo fósforo.
Trató de encender el cigarrillo que había estado sosteniendo entre sus dientes durante un rato, pero el fósforo no mostraba señales de encenderse. La lluvia probablemente lo había empapado mientras caminaba hasta el refugio.
—Maldición.
Masticó ansiosamente el cigarrillo y lo arrojó al suelo.
El hombre aplastó con el talón su cigarrillo sin utilizar, levantó la mirada y notó una figura en la lluvia.
La figura, parada a una corta distancia frente a él, parecía estar observándolo. De pronto, empezó a moverse rápidamente hacia él.
Al ver a la figura mojada corriendo sin un paraguas bajo la lluvia, el hombre trató de alejarla con un gesto.
—Lo siento, amigo, pero no hay suficiente espa… —empezó a decir, pero se quedó congelado.
La figura que corría hacia él ni siquiera vaciló mientras aceleraba su paso y chocaba directamente contra él.
En el momento del impacto, el hombre estuvo seguro de que la figura había atravesado su cuerpo y había salido por su espalda.
La razón de esto fue el dolor.
Un dolor agudo y pesado que perforó el centro de su cuerpo.
—¿Qué…?
El hombre nunca había experimentado una sensación así antes. Y como resultado, su grito llegó demasiado tarde.
Sus sentidos cayeron en confusión por un momento, sin saber qué hacer, como tratando inconscientemente de rechazar el ardiente dolor.
Fue solo cuando su mirada cayó sobre su estómago que descubrió la fuente de esa sensación desconocida. Su débil mente intentó gritar, pero incluso eso ya no era posible para él: el objeto metálico ya había sido retirado de su vientre y ahora estaba siendo encajado en su garganta.
Sintió que algo le perforaba el cuello y luego un dolor absoluto, algo mucho más intenso que la sensación relativamente pequeña que le había provocado la puñalada misma.
El dolor se extendió por el resto de su cuello, anulando todos sus demás sentidos. Y una vez más, el hombre se dio cuenta de algo demasiado tarde.
El desafortunado hecho de que la sangre que brotaba de su garganta ahora fluía dentro de sus pulmones.
—…gah.
Incapaz de gritar, el hombre cayó al suelo como si tratara de escapar de los cielos, retorciéndose descontroladamente.
Era una vista casi cómica. El hombre parecía estar ahogándose en la lluvia, pero para su agresor podría haber parecido como un simple insecto en un mostrador luchando desesperadamente por liberarse del alfiler que lo mantenía fijo sobre este.
Y como tratando de fijar incluso sus extremidades contra el piso, el agresor se arrodilló y empujó su arma hacia abajo.
Una y otra vez.
Y otra y otra y otra y otra vez.
Y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez.
Incluso el sonido puro y estéril de las puñaladas se desvaneció en medio de la lluvia.
El cielo simplemente continuaba derramando agua sobre la tierra, como si no tuviera nada que ver con el horror que estaba ocurriendo abajo.
La lluvia limpiaba todo por igual: la sangre, el hedor del cadáver, incluso la sed de sangre del asesino.
Y muy pronto, la fuerte lluvia torrencial dio paso a una leve llovizna.
Bajo la suave lluvia, yacía el cuerpo sin vida del hombre, cubierto de agujeros tras haber sido apuñalado con el picahielo.
Un agujero se unía con otro para crear uno aun más grande, dejando el cuerpo en un desastroso estado de carne molida.
Para alguien que nunca hubiera visto en persona el poder de una pistola, parecería algo así como la marca de una ametralladora ciega. Algunos de los periódicos más chismosos llegaron tan lejos como para crearle un apodo a este asaltante sin nombre, inspirados por el nombre del subfusil Thompson, también conocido como Tommy Gun, que tanto preferían los mafiosos de la época.
«Picahielo Thompson».
Este era el nombre del asesino que surgió en Nueva York durante este año y que sumió en terror a la ciudad.
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