Lotto Valentino, 1709. Un almacén cerca del puerto.
Las calles del distrito de almacenes estaban desiertas y no había un solo barco atracado cerca.
En una esquina de este distrito, había un almacén particular. El almacén estaba casi completamente vacío, lo que lo hacía parecer como parte de un pueblo fantasma.
Sin embargo, en el segundo piso de este almacén se escuchaba una voz sorprendentemente animada.
—Entonces, ¿qué dices? ¿Quieres intentar infiltrarnos en ese barco? ¡Prometo que será divertido!
Por supuesto, esta voz no provenía del habitante del almacén.
—Eso no suena divertido —respondió fríamente el joven que era el residente.
—Aww…
—¿Qué pasa con esa expresión?
—Aww…
Huey Laforet suspiró en voz alta frente a las respuestas infantiles de Elmer.
—Por favor, seamos lógicos. Entiendo que Mónica estuvo impactada cuando vio el barco, pero ¿por qué tenemos que infiltrarnos en él?
Elmer había acompañado a Mónica a su casa, ya que parecía muy enferma. Entonces había venido directamente a la casa de Huey para explicarle la reacción de Mónica frente al barco y proponerle un plan.
—Si echamos un vistazo, tal vez encontremos una manera de tranquilizarla.
—No seas tonto. Ni siquiera sabes por qué Mónica reaccionó así en primer lugar.
—¡Nop!
—No tienes que ser tan entusiasta…
Huey había mantenido los ojos fijos sobre su libro todo este tiempo, pero luego lo cerró y levantó la mirada lentamente hacia el rostro de Elmer.
El adicto a las sonrisas estaba sonriendo inocentemente. Era como si no tuviera inquietudes en absoluto acerca del plan que acababa de proponer.
—Sé que no conozco la razón, pero no estoy muy seguro de que deberíamos preguntarle. Y no creo que me lo diría si le preguntara, así que pensé que podría ser más rápido simplemente salir allí y hacer algo de investigación.
—…A veces casi siento respeto por tu optimismo.
Huey sonrió irónicamente mientras hacía una negación con la cabeza.
Si alguien aparte de Elmer o Mónica viera a Huey actuar así, probablemente pensaría que su reacción era extraña.
Huey normalmente pondría sonrisas falsas destinadas al engaño, o de lo contrario, una máscara inexpresiva. Casi nunca ponía sonrisas tan humanas frente a otros.
Tal vez había unas tres personas en todo Lotto Valentino que podían sacarle esta reacción.
Huey le dio a Elmer una sonrisa irónica conocida y continuó con pesimismo.
—Además, ni siquiera sabes qué es lo que asustó tanto a Mónica de ese barco. Tal vez tuvo una mala experiencia con un buque de guerra, o tal vez solo no le gustan los barcos negros.
—Pero estoy muy seguro de que dijo: «¿Por qué aquí?». Así que estoy pensando… Puede que se haya sorprendido por esa brillante insignia dorada con la imagen de un reloj de arena-
—Aun así, no quiere decir que podamos abordar un buque de guerra. ¿Y qué tal si es algo relacionado con un pasado del que Mónica no quiere que sepamos? Si descubrimos cosas que ella quiere ocultar de nosotros, solo la pondremos en una situación desagradable.
El argumento de Huey era lógico y basado en el sentido común, pero Elmer simplemente ladeó su cabeza.
—¿Eh? Si eso sucede, simplemente podemos fingir que no descubrimos nada y olvidarlo.
—…Tu optimismo nunca deja de sorprenderme.
Huey suspiró fuertemente y se recostó en su silla. Luego tomó un extraño artilugio de su escritorio y empezó a juguetear con él.
—¿Qué es eso? —preguntó Elmer con curiosidad.
Huey puso el artilugio en su mano. El dispositivo tenía varios tubos delgados conectados a un extremo y estos a su vez estaban conectados a una bolsa de cuero que Huey llevaba en su costado.
—Solo es algo para un pequeño truco de magia.
Huey se puso de pie, se alejó de su montaña de libros y papeles y agitó su mano hacia un espacio vacío en el almacén.
De repente, una pequeña bola de fuego emergió de su mano, estalló en una onda de luz en el aire y se disipó instantáneamente.
—¡Wow! —gritó Elmer, asustado por la repentina llama. Huey lo ignoró y agarró el extraño dispositivo.
El dispositivo era más bien pequeño; podía ocultarse completamente de la vista si se miraba solamente la parte trasera de la mano de Huey.
Huey revisó su agarre en el dispositivo y murmuró para sí mismo.
—…Todo lo que tengo que hacer ahora es conectarlo a un guante o algo así.
—Wow… ¡Eso fue increíble! ¿Cómo hiciste eso? ¿Magia? —Los ojos de Elmer brillaron con curiosidad. Huey se sentó nuevamente.
—No es gran cosa. Solo estaba pensando cómo recrear fuego griego cuando logré crear un combustible incendiario al añadir nafta a una combinación de otros elementos. Este dispositivo arroja esa solución y la enciende al mismo tiempo… En otras palabras, solo es un juguete.
Huey empezó a juguetear nuevamente con el peligroso dispositivo en sus manos. Elmer juntó las palmas en un gesto de alabanza.
—¡Increíble! ¡Es genial! ¡Eres muy trabajador, Huey!
El fuego griego era un arma química usada por el Imperio bizantino varios siglos atrás, la cual utilizaba un líquido inflamable. Existían muchos misterios en torno a su composición, por lo que se decía que el fuego griego era imposible de recrear. Sin embargo, había muchos alquimistas persiguiendo independientemente la escurridiza fórmula.
Dejando de lado la cuestión de si había logrado o no recrear el fuego griego, el hecho de que un joven de apenas diecinueve años pudiera crear tal dispositivo era admirable en sí mismo.
Tal vez sus habilidades eran gracias a las enseñanzas de Renée o Dalton, o tal vez simplemente nació como un genio. De cualquier modo, si las habilidades de Huey se dieran a conocer al mundo, otros alquimistas estarían detrás de él tratando de descubrir sus métodos.
Pero en este momento, solo había un alquimista junto a él: un novato que estaba ocupado elogiando las habilidades de su amigo.
—¡Ese es Huey! Realmente te gusta trabajar con este tipo de cosas, ¿eh?
—…Ja.
—Pero ahora que lo pienso, muchos de tus inventos usan fuego. ¿Tuviste una mala experiencia con eso en el pasado o algo así?
—…No, en realidad no. Puede parecer de esa manera ya que tengo el hábito de utilizar la primera cosa que encuentre a mano.
La respuesta de Huey fue fría, pero era una mentira. Tenía una idea de adónde estaba tratando de llegar Elmer.
La aldea en la que había vivido había sido devastada por la caza de brujas. La propia madre de Huey fue acusada de brujería, juzgada y asesinada.
Sin embargo, no había sido quemada en la hoguera.
Lo que el pequeño Huey había visto fue a los incontables aldeanos siendo quemados hasta la muerte, gracias a la última confesión de su madre. Había quedado marcado profundamente por la vista de la joven a la que consideraba como una hermana gritando mientras moría en la hoguera.
¿Era por temor su obsesión con el fuego? ¿O era por su odio hacia los aldeanos que acusaron a su madre de brujería? ¿O era porque el recuerdo de los enemigos de su madre ardiendo hasta la muerte le ayudaba a sentir algo de justicia?
Ni siquiera el mismo Huey conocía las respuestas.
Si tuviera que decir una cosa, sin embargo, sería esta: Si realmente iba a terminar destruyendo al mundo, sentía que lo más apropiado sería quemarlo hasta sus cimientos.
Para Huey Laforet, el mundo entero era como una bruja, algo que debía ser cazado y quemado.
Era por eso que tenía ideas tan destructivas. Sin embargo, el odio de Huey por el mundo había disminuido un poco a lo largo de los años.
El culpable por la disminución de los ideales de Huey estaba juntando sus palmas.
—¡Está decidido! ¡Usarás tu magia para asustar a los guardias y yo me colaré en el barco en medio de la confusión!
—Si quieres una conmoción, sería más fácil incendiar un montón de heno o algo así —sugirió Huey oscuramente. Elmer asintió con asombro.
—Entonces tendremos que asegurarnos de quemar solo la cantidad suficiente de heno para que no sea peligroso. La gente no podrá sonreír si el fuego se propaga y empieza a quemar casas o matar personas.
—Nunca dije que fuera a hacerlo realmente. ¿Por qué necesitas mi ayuda en primer lugar?
—No quieres que Mónica se deprima y se suicide, ¿verdad?
—…Eres bastante espeluznante para ser un optimista, ¿lo sabías? Y otra cosa… ¿No se te ha pasado por la cabeza que tal vez ni siquiera me importa si Mónica muere? —Huey sonrió condescendientemente, pero la respuesta de Elmer fue bastante simple.
—Nop.
—¿Por qué no?
—Porque esa sonrisa fue falsa. Me pregunto por qué…
Elmer tenía un talento para distinguir sonrisas falsas. Ya que era un hombre que se deleitaba con las sonrisas de otros, solo era una habilidad secundaria que desarrolló debido a sus años de observación. Sin embargo, para el ojo inexperto, su precisa habilidad casi parecía como telepatía o magia.
Huey mantuvo su silencio. Elmer se rió en voz baja y puso una mano sobre el hombro de su amigo.
—Siempre actúas como si estuvieras alejando a Moni-Moni, pero es interesante cómo expresas tus verdaderos sentimientos de ese modo.
—¿Qué sabes tú? ¿Por qué estás tan seguro?
—Sé algo sobre ti que tú mismo no puedes ver.
—…No me hagas reír.
Huey sonrió irónicamente otra vez y se quedó pensando por un momento. Luego cubrió sus sentimientos hacia Mónica y anunció su plan de acción.
—Decidiremos qué hacer después de ver cómo sigue Mónica mañana.
—¿Qué tal si no va a clases?
—…Entonces fingiremos que estamos preocupados por su salud e iremos a visitarla.
La sonrisa de Elmer se iluminó.
—¡Lo sabía! ¡Realmente te gusta Moni-Moni! Todo eso de «fingir estar preocupado» solo es una gran mentira, ¿no es así?
Huey respondió a las observaciones burlescas de Elmer con un rostro inexpresivo. Fingió que no le importaba.
—No se trata de que me guste o no me guste… Mientras seamos los Fabricantes de Máscaras, tú, Mónica y yo compartimos el mismo destino.
* * *
Huey Laforet.
Elmer C. Albatross.
Mónica Campanella.
Los tres eran estudiantes de alquimia en la Tercera Biblioteca, formándose bajo la dirección de Dalton.
Al mismo tiempo, compartían cierto secreto entre ellos: el Fabricante de Máscaras.
Eran miembros de un grupo asesino serial que alguna vez había aterrorizado a la ciudad. Sin embargo, Huey y Elmer no habían matado a nadie.
El grupo se originó cuando, debido a ciertas circunstancias, Mónica tomó la identidad secreta del Fabricante de Máscaras y «observó» los suicidios de cierto grupo de personas.
Y gracias a un incidente ocurrido en 1705, el Fabricante de Máscaras se combinó con el grupo de falsificaciones de Huey Laforet con el objetivo de formar una sola organización.
Solo ellos tres conocían esta verdad.
Huey nunca había revelado su identidad a los falsificadores, prefiriendo controlarlos desde las sombras.
Elmer no había hecho nada personalmente. Sin embargo, él fue quien desenmascaró los verdaderos rostros de Huey y Mónica, y había sido el vínculo que los unió.
Ya habían pasado varios años y la extraña relación del Fabricante de Máscaras no era diferente de lo que había sido en el pasado.
Los vergonzosos secretos de Lotto Valentino habían quedado expuestos a través del incidente de 1705. Los niños maltratados —muchos de los cuales perdieron a sus amigos— habían obtenido una nueva vida.
Desde entonces, Huey había terminado con su participación directa en las operaciones de falsificación, aunque aún parecía estar planeando algo detrás de escena.
Elmer sabía esto, pero nunca indagó en el asunto.
Por el contrario, constantemente le decía a Huey: «Si vamos a hacer algo malo de todos modos, tratemos de hacerlo de tal modo que todos puedan sonreír».
Inicialmente, Huey había reaccionado con hostilidad a la sugerencia, pero a lo largo de los años se encontró respondiendo con una risa amarga.
Consciente o no de este cambio dentro de él, Huey continuó protegiéndose con la máscara de «estudiante de Dalton», sin tocar el pasado de Elmer o el de Mónica.
Y como de costumbre, fue a la Tercera Biblioteca.
—Oh, lo siento mucho por lo de ayer, Elmer. Repentinamente me sentí muy enferma. Tal vez comí algo malo en el almuerzo —dijo Mónica alegremente en una esquina del archivo que estaba siendo utilizado como salón de clases.
La clase estaba por empezar, pero la profesora, Renée Paramedes Branvillier, aún no llegaba.
Mónica empezó con una brillante disculpa después de acercarse a la mesa parcialmente ocupada de Elmer.
Sin embargo, Elmer examinó sus palabras con una sonrisa.
—¿En serio? Pero ayer dijiste: «¿Por qué aquí?».
—Solo estaba tratando de decir: «¿Por qué me sentí repentinamente tan enferma al llegar aquí?».
La sonrisa que acompañó la rápida respuesta de Mónica pareció genuina, incluso para Elmer.
Huey estaba sentado solo, mirando a los dos llevar a cabo su conversación. Cambió la página de su libro en su asiento junto a la ventana, observándolos desde la distancia.
Externamente, no había nada extraño en ella. Pero algo inquietó los pensamientos de Huey.
Mónica era la misma. Se reía igual que siempre. Huey estaba seguro de que ella estaba sonriendo de verdad, ya que Elmer lo habría señalado si ese no fuera el caso.
Pero podía sentir que algo estaba mal.
«¿Qué es? ¿Qué es tan diferente hoy?».
Huey volvió a su libro y se sumió en sus pensamientos.
Ni siquiera podía tratar de adivinar, pero una extraña sensación de ansiedad se apoderó de su corazón.
Aunque trató de ignorarla, la sensación de aprensión se arrastró y empezó a dar vueltas alrededor de su garganta. Huey volvió a mirar a Mónica.
Aún seguía sumergida en conversaciones triviales con Elmer y los otros estudiantes. No había nada extraño en cuanto a ella.
Pero Huey finalmente notó la causa de su preocupación.
Las cosas eran indudablemente diferentes hoy.
Había estado mirando en la dirección de Mónica por un buen tiempo ya, pero ella no se volvió a mirarlo.
Normalmente, ella voltearía a mirarlo sin falta, incluso estando en medio de una conversación o escuchando la lección.
Huey recordó claramente un ejemplo de esto que sucedió solo unos días atrás. Recordó estar asombrado, pensando: «¿Cómo es que no se cansa de mirar el mismo rostro por casi cinco años?».
Cuanto más miraba, más tiempo pasaba sin que Mónica le devolviera la mirada.
Quizás finalmente se había cansado de mirarlo, pero ya que el repentino cambio incomodó a Huey, decidió ir a hablar con ella como una prueba.
Sin embargo, pronto fue interrumpido.
—Disculpen por la espera, mucha– ¡aaaahhhhh!
Una voz distraída entró a la clase y estalló en un grito, interrumpiendo inmediatamente las conversaciones que llenaban la habitación.
La curvilínea mujer alquimista de anteojos que acaba de entrar al salón terminó derribando una enorme pila de libros con su pecho. Los libros cayeron al suelo con un fuerte estruendo.
Los estudiantes de la mujer rugieron en risas.
Huey, sin embargo, en lugar de reírse, suspiró y decidió no hablar con Mónica hasta más tarde. La miró una última vez, pero ella aún no miró hacia atrás.
Era como si estuviera evitando su mirada a propósito.
* * *
—Y así, si utilizamos un acelerante de amalgama durante el proceso de refinación del bismuto…
La relajada voz de Renée continuó retumbando en términos científicos.
La clase continuó como de costumbre. Huey decidió actuar como solía hacerlo, ignorando a medias la conferencia de Renée, concentrándose en la vista fuera de la ventana y el libro frente a él.
Y el tiempo pasó…
Huey estaba mirando por la ventana cuando notó a un extraño grupo de personas acercándose a la biblioteca.
«¿Soldados?».
Los hombres caminaban hacia el edificio, vestidos con trajes ajustados y manejándose con una postura impecable.
«…No. El que está al mando… ¿es una mujer?».
Huey fue alertado por el pecho algo grande del líder y sus rasgos faciales femeninos, pero no tenía manera de saberlo con certeza. Aunque tenía confianza en su sentido de la vista, podría haberse equivocado.
«No. ¿Qué clase de mujer se vestiría así?».
Juntó lógicamente todos los hechos y empezó a sacar conclusiones a partir de ellos.
«¿La milicia del pueblo…? No, tampoco parecen ser de la Policía de la Ciudad… Pero esos no parecen uniformes militares formales… ¿Qué está pasando aquí?».
Una sensación de intranquilidad creció en su corazón.
El recuerdo de casi haber sido arrestado cinco años atrás, cuando los estudiantes de esta escuela fueron falsamente acusados de ser el Fabricante de Máscaras, todavía estaba fresco en su memoria.
Por supuesto, no había sido del todo una acusación falsa.
«…Solo estaré atento por ahora».
Huey mentalmente empezó a planear rutas de escape, pero el salón de clases estaba en el segundo piso. Determinó que, en el peor de los casos, podría tener que saltar por la ventana y mantuvo una estrecha vigilancia a la puerta del salón.
Al final, la clase terminó sin ningún incidente. Huey se preguntó si estaba siendo demasiado paranoico y miró a Mónica otra vez.
Ella seguía sin mirarlo.
«¿Qué es esto? ¿En qué estoy pensando…?».
La única diferencia entre hoy y todos los días anteriores era que ahora Huey se había librado de una molesta mirada que estaría fija en él todo el día. Estaba frustrado consigo mismo por sentirse incómodo acerca de algo que debería haber sido tan liberador.
«Esto es ridículo. Es como si estuviera preocupado por Mónica».
Huey Laforet consideraba a todo en el mundo como su enemigo. Esta opinión realmente no había cambiado desde que tenía unos quince años.
Actualmente, aún ideaba maneras de vengarse del mundo y encontrar satisfacción. Si finalmente llegara a la conclusión de «asesinato en masa», lo llevaría a cabo sin vacilación, sin importar qué consecuencias le esperaran después.
Huey tenía un libro con nombres en su corazón, que registraba la identidad de cada persona que había conocido hasta ahora.
Todas las personas habían sido etiquetadas de manera idéntica como enemigos.
Aunque algo torcida, era una manera de pensar bastante normal para un adolescente, pero parte de la razón de su odio se debía a su desafortunado pasado.
Sin embargo, gracias a cierto incidente, las páginas de Elmer y Mónica habían perdido la etiqueta de «enemigo».
Ni siquiera el mismo Huey había podido llegar a un veredicto sobre ellos.
¿Qué significaban ellos para él? ¿Eran enemigos, como todos los demás? ¿O eran aliados con los que valía la pena compartir su vida?
Podría ser una idea bastante tonta dividir al mundo en nada más que enemigos y aliados, pero Huey había decidido que no le importaba ser llamado un tonto. Era por esto que había llegado a la conclusión de que tenía que ser extremadamente cuidadoso al momento de hacer un juicio.
Habían pasado varios años desde entonces, pero Huey aún no tenía la respuesta. De hecho, había olvidado completamente el asunto de decidir si Mónica y Elmer eran aliados o enemigos.
«…No puede ser».
Huey había notado este cambio en sí mismo, pero se había forzado a alejar esa idea de su cabeza.
«No es posible que me sienta cómodo suspendiendo el juicio… ¿verdad? Pero… ¿es esta la conclusión de mi metamorfosis?».
Desde el momento en que Elmer llegó a Lotto Valentino, Huey tuvo la sensación de que algo cambiaría en él.
¿Realmente había experimentado una transformación?
«No, no es momento para esto».
Suspiró silenciosamente.
Durante el receso, Huey se acercó a Mónica, que estaba hablando con Elmer.
—Mónica.
—Oh… ¡Huey! ¡¿Qué sucede?!
Mónica sonrió avergonzada como siempre, pero Huey aún estaba extrañamente preocupado. Tal vez la ansiedad desaparecería si podía explicar lógicamente qué era tan diferente hoy, pero la única explicación que se le ocurrió fue «solo porque sí».
Huey estaba enojado consigo mismo, pero enmascaró por completo estas emociones y le habló a Mónica inexpresivamente.
—Escuché que te sentiste enferma después de que me fui ayer. ¿Ya te sientes mejor?
—¡¿Eh?! ¡A-ah! ¡¿Elmer te lo dijo?! ¡Elmer, eres un hablador!
Mónica empezó a golpear el hombro de Elmer con sus manos, pero Huey vio esto como un intento innecesariamente infantil de Mónica de ocultar algo.
—¡Solo tenía un poco de náuseas! ¡No te preocupes por eso!
—Ya veo… ¿Entonces ya estás bien?
—¡Estoy mucho mejor! —respondió Mónica enérgicamente.
Huey se quedó pensando.
En ese breve silencio, miró al techo, a las paredes, a Elmer y finalmente fijó su mirada sobre Mónica, habiendo tomado una decisión.
—Ayer me dijiste que podías utilizar unos contactos en el teatro. ¿Aún puedes hacer eso para hoy?
Mónica ladeó su cabeza, aún sonriendo.
—Estoy interesado. Vamos a ver esa nueva obra juntos.
El rostro de Mónica se llenó de sorpresa.
Pero Mónica no fue la única. La clase entera, compuesta de personas jóvenes de todas las edades, desde niñas de diez años hasta hombres en sus viente, entró en caos.
(¡H-hey, ¿escucharon eso?!)
(¿Huey… le pidió a Mónica una cita?)
(¿Qué le sucede tan repentinamente? Siempre fue tan frío con ella.)
(¡Ese lento ratón de biblioteca finalmente aceptó los sentimientos de Mónica!)
(¡Felicitaciones, Mónica! ¡Estoy muy feliz por ti!)
(¡Maldita sea! Esperaba que Mónica se rindiera con él uno de estos días…)
(¡Elmer! ¡Elmer! ¡¿Qué le pasa a Huey?! ¿Está enfermo?)
(¡¿Va a morir?!)
(Nah. ¡Tal vez está enfermo de amor! ¡Ajajajajaja!)
(Dios mío… Primero un barco loco llega al puerto y ahora incluso Huey se está volviendo loco. ¿Qué está pasando aquí?)
(¿Qué le está pasando a Lotto Valentino…?)
(Tal vez deberíamos decirle al profesor Archangelo.)
(Hasta puede que la profesora Renée se quite la ropa por nosotros.)
(¡De hecho, le ayudaremos a hacer eso! ¡Elmer! ¿Tienes alguna buena idea?)
(¡…Tal ves si hacemos que aumente mucho la temperatura en el salón, ella se quite la ropa! Todos los chicos sonreirán, y Renée también sonreirá porque ya no tendrá más calor… ¡Sí! ¡Es un plan de sonrisas perfecto! ¡Esto es genial!)
(¡Espera! ¡Creo que la profesora Renée se quitaría la ropa si solo se lo pedimos seriamente!)
La expresión de Huey se endureció mientras sus oídos eran asaltados por la conmoción.
«E-estas personas…».
En contraste con el propio desinterés de Huey hacia su clase, parecía que sus compañeros novatos alquimistas estaban muy interesados en su relación con Mónica.
Después de cuatro años sin progreso, los estudiantes fueron tomados por sorpresa. Parecían estar disfrutando mucho la situación.
«Espera. ¿Entonces todo este tiempo estuvieron llamándome un “lento ratón de biblioteca”…?».
Huey trató desesperadamente de mantener su expresión neutral y miró el salón alrededor. La conversación ya había pasado al tema de Renée, pero Huey agarró a Elmer por la parte trasera de la camisa en medio de la conversación y murmuró en su oído con un tono de molestia.
—¿…Por qué te involucras en esta conmoción como si no pasara nada?
—Oye, ¡tienes que relajarte, Huey! A este ritmo, pasarás de «lento ratón de biblioteca» a «sensible ratón de biblioteca»!
—No me digas que… ¡¿Fuiste tú quien me puso el sobrenombre…?!
—De nada. Aunque yo solo te puse el nombre de «conejo lento». En algún momento se cambió a «ratón de biblioteca» —dijo Elmer despreocupadamente.
Huey reforzó su agarre en el cuello de la camisa de Elmer, pero pronto lo liberó y se volvió hacia Mónica.
—…De todos modos, esa es mi respuesta, Mónica. Si estás dispuesta.
—Ahmm… B-bueno… depende del día de la semana. No puedo hacerlo hoy, ¡pero definitivamente estaré libre la próxima semana!
—Ya veo.
Huey fue tomado ligeramente por sorpresa, ya que había estado esperando ir hoy. Empezó a caminar de vuelta a su asiento, pero notó las miradas curiosas de sus compañeros fijas en él.
Entonces suspiró y salió del salón sin decir nada.
—¡¿Oh?! ¡Huey! ¡¿Adónde vas?!
Mónica lo siguió apresuradamente fuera del salón de clases.
(¿…Acaban de escaparse juntos?)
(Parece que no estarán en las clases de por la tarde.)
(Yo también quiero faltar. El profesor Archangelo dará la clase de la tarde, ¿verdad?)
(Desearía que fuera la profesora Renée…)
(¡Oye, Elmer! ¿Huey se fue porque estaba avergonzado, verdad?)
(¡Por supuesto!)
(Actúa con frialdad, pero siempre quiso a Mónica todo este tiempo.)
(¡Elmer tenía razón! ¡Realmente es humano por dentro!)
(¡Huey solo es una persona muy tímida! Así que si él y Mónica terminan juntos, ¡sonriamos todos y felicitémoslos!)
* * *
Al mismo tiempo, en los archivos especiales de la Tercera Biblioteca.
—…Esta es una… biblioteca muy animada —murmuró una mujer joven, escuchando las risas de los estudiantes en el segundo piso.
Había fósiles y modelos de esqueletos alineados en las paredes, envolviendo el archivo en una atmósfera sobrenatural.
Un gran espacio abierto se extendía desde una esquina de la habitación hasta el centro de los archivos. Desde la perspectiva de la silla en el medio, el archivo parecía como una sala de estar hecha para presumir la colección de su propietario.
Sin embargo, la invitada —la mujer de piel bronceada llamada Carla— no estaba mirando a la colección sino al hombre frente a ella.
—Si la están molestando, haré que se callen. Depende de usted —respondió el hombre mayor, Dalton, haciendo crujir su mano de madera.
Carla enfrentó al alquimista al que pertenecía este lugar.
Aunque el archivo era bastante grande, había un límite en cuanto al número de personas que podían ocupar la habitación. Carla estaba hablando sola con el viejo, dejando a sus subordinados esperando afuera.
Cuando escuchó por primera vez que Dalton era un viejo alquimista, Carla había visualizado a un anciano frágil con extremidades como pequeñas ramas. Sin embargo, cuando lo vio en carne y hueso, Dalton, con su contextura sorpresivamente grande y su sentido de autoridad, parecía menos un alquimista y más como un viejo marinero o el capitán de un barco pirata.
Luego los ojos de Carla se enfocaron hacia el garfio sobre el escritorio que evidentemente estaba hecho como una prótesis. Dalton estaba usando una mano de madera normal en este momento, pero si hubiera usado el gancho, no se habría visto fuera de lugar en un barco pirata en el Caribe.
Sin embargo, Carla no estaba intimidada. Y continuó con seguridad.
—Como escribimos en la carta que le enviamos antes, me gustaría informarle que nosotros, la delegación de la Casa Dormentaire, residiremos en Lotto Valentino por un largo periodo de tiempo. Es posible que mis hombres frecuenten esta biblioteca, así que estoy aquí para pedirle permiso para ingresar. Le prometo que, como norma básica, no perturbaremos a los clientes o a los estudiantes.
—¿Como norma básica, dice? Creo que su presencia en esta ciudad ya desafía las normas básicas —respondió Dalton. Aunque habló en tono de broma, su expresión era dura como una roca—. Pero supongo que es algo bueno que se preocupen de sus modales de esta manera. ¿Piensa visitar todas las instituciones de esta ciudad para presentarse así?
—Sí, con excepción de instalaciones públicas y residencias privadas. No tenemos la intención de despertar pánico innecesariamente entre la ciudadanía. Hemos decidido visitarlo primero porque hemos escuchado que las bibliotecas están profundamente relacionadas con la aristocracia, y que el conde Esperanza Boronial es bastante particular con la Tercera Biblioteca.
—Por supuesto. En otras palabras, está aquí para decir claramente: «Nos quedaremos en esta ciudad a partir de ahora, así que manténganse fuera de nuestro camino».
—No voy a negarlo —respondió Carla sinceramente, a pesar de conocer la imprudencia de su solicitud.
Dalton decidió que, a pesar del hecho de que era una mujer, Carla no era alguien para tomarse a la ligera.
—Entonces… Escuché que vinieron a Lotto Valentino buscando a un criminal.
—Es correcto.
—¿…Realmente eso es todo? —Dalton miró fijamente a Carla, arqueando una ceja.
—¿Sospecha algo, señor? —preguntó Carla con indiferencia.
—Le sugeriría que se abstenga de responder a preguntas de sí o no con otra pregunta. Es igual que admitir que realmente tienen un motivo oculto… Por supuesto, no me meteré en su camino mientras no se interpongan con nuestras clases.
Dalton volvió a mirar los documentos en sus manos, habiendo perdido el interés.
—Si me disculpa, entonces.
Habiendo terminado su trabajo, Carla se puso de pie.
Y cuando alcanzaba la manija de la puerta, Dalton repentinamente le habló en un tono más suave.
—Pero qué modales. He olvidado una cosa.
—¿Sí…? ¿Qué podría ser, señor?
Carla se volvió hacia Dalton, poniéndose firme. Dalton sonrió.
—Bienvenida a Lotto Valentino, buena dama.
* * *
En algún lugar en el mercado.
—¡El receso está por terminar, Huey!
Huey ignoró completamente el llamado de Mónica a la responsabilidad y lentamente se alejó de la biblioteca. Mónica lo siguió, sin intención de forzarlo a regresar a la clase.
Huey y Mónica se quedaron en silencio. Una suave brisa sopló a su alrededor como en armonía con sus pasos. El joven insociable y la joven enamorada se mezclaron en las calles silenciosamente.
Para una pareja que se acerca a los veinte años, era casi una vista infantil.
Mónica, que caminaba detrás de Huey, parecía estar satisfecha con la situación. Sonrió tiernamente e inclinó la cabeza.
Sin embargo, el silencio solo duró un momento, hasta que se encontraron en un callejón desierto.
—¿…Qué te sucedió?
—¿Eh…?
Huey se detuvo a mitad del inclinado callejón y se apoyó contra la pared.
—Incluso yo puedo decir que algo está mal contigo.
—¿Qu-qué estás diciendo? Yo estoy bien-
—No tienes que inventar excusas —interrumpió Huey, con un poco más de determinación que antes.
Mónica se quedó callada y apartó la mirada. Su comportamiento confirmaba las sospechas de Huey.
«Mónica está ocultando algo».
—¿Qué te hace pensar que hay algo mal conmigo? —preguntó Mónica obstinadamente, aún negándose a mirarlo a los ojos.
Huey estaba a punto de responder pero se detuvo.
No quiso decir: «Porque no me miras». Apartó la mirada por un momento, luego se volvió a ella nuevamente y habló.
—No lo olvides. Como parte del Fabricante de Máscaras, estamos prácticamente en el mismo bote. He estado observándote todo este tiempo, ya que si cambias de opinión, yo podría salir afectado… así que claramente puedo saber cuando algo está mal contigo.
—…Ya veo.
Mónica pareció aceptar esto. Luego se quedó en silencio otra vez con una expresión oscura.
Una brisa sopló en medio de ellos. Y el tiempo pasó. No había nadie alrededor que los sacará del silencio aparentemente eterno…
Huey suspiró y, con una mirada seria, le hizo una pregunta a Mónica.
—¿Es algo que ni siquiera puedes decirme a mí?
—…Sí.
Mónica no vaciló en responder.
Cuando respondió, e incluso después, Mónica mantuvo sus ojos fijos en el suelo. Sus labios apenas estaban doblados en una sonrisa, pero estaba tratando desesperadamente de esconder sus ojos de Huey.
Huey no era tan tonto para ignorar las implicaciones. Sin embargo, no tenía el tipo de prudencia para liberar a Mónica de sus preocupaciones.
—Bien. No te obligaré a que me digas —respondió Huey, y luego se acercó lentamente a Mónica.
Mónica trató de darse la vuelta completamente, tratando de evitar que la persona que amaba viera su expresión…
Pero Huey la tomó por el brazo.
—Oh…
Los ojos de Mónica se agrandaron en sorpresa.
—Ya es tarde para la clase de la tarde de todos modos —dijo Huey.
—Ahm… Oh, amm… ¿Huey? —Mónica ladeó su cabeza, confundida. Huey la tomó del brazo y empezó a subir la pendiente otra vez.
—A veces, también deberías ayudarme a matar el tiempo.
* * *
El mercado de Lotto Valentino.
Mientras cierta pareja caminaba, ignorando sus clases programadas, otro estudiante que se había saltado la clase caminaba por las calles del mercado.
«Me pregunto si el profesor Archangelo se enojará cuando se entere de que tres estudiantes se están escapando de las clases. De cualquier modo, será mejor que piense en una manera de hacerlo sonreír mañana», pensaba Elmer mientras seguía a cierto grupo de personas.
Mantenía una distancia constante entre ellos, siguiéndolos bajo el amparo de las multitudes del mercado.
Elmer había visto a este grupo por casualidad al mirar por la ventana en el receso, poco después de que Huey y Mónica se fueron. Estaban vestidos como soldados, pero no parecían ser del ejército español. Se sentía particularmente curioso sobre uno de ellos, que iba vestido de manera bastante inusual. Así que bajó al primer piso para acercase encubierto.
Entonces notó que llevaban la insignia del reloj de arena dorado, idéntica a la que tenía el barco negro.
«Así que están conectados con ese barco. ¿Qué debería hacer? ¿Seguirlos con discresión o hablarles directamente?».
Ninguno de estos planes parecía plausible, pero Elmer era un hombre sin limitaciones. Consideró seriamente el problema y finalmente escogió la última opción, la opción con al menos una pequeña apariencia de normalidad, y decidió hacer su movimiento.
De repente, alguien lo agarró de la parte trasera de la camisa y lo jaló hacia atrás.
—¡¿Gaaah…?!
Elmer se sacudió, tratando de encontrarle un espacio a su garganta para respirar, y miró hacia atrás. Parado detrás de él, había un hombre media cabeza más alto que él usando anteojos.
—¿Qué estás haciendo, Elmer? —preguntó el hombre amablemente.
Los ojos de Elmer se agrandaron. Luego estalló en una sonrisa y llamó a su amigo por su nombre.
—¡Hey, Maiza! ¡Ha pasado mucho tiempo!
—Nos vimos en la biblioteca la semana pasada… En cualquier caso, ¿qué estás tramando? —preguntó Maiza y luego miró al grupo de personas que estaba al final de la calle, luego a Elmer, y luego suspiró con una expresión de complicidad.
—Elmer…
—¿Sí…?
—Estás metiendo tus narices en los asuntos de otras personas otra vez, ¿verdad?
Maiza Avaro había pasado por algunos cambios radicales en los últimos años. Todo en él, su tono, su apariencia y su expresión, era como una persona completamente diferente a la que era cuando fue el líder de los Huevos Podridos. Lucía más como un académico que como un aristócrata, pero todo el que lo conocía estaba impactado por este cambio, murmurando todo tipo de cosas a su espalda.
Aún estaba por verse si este cambio era verdaderamente una señal de que Maiza estaba madurando. Pero al ver este cambio de ciento ochenta grados, muchos aristócratas habían empezado a decirle al hijo del poderoso aristócrata cosas como: «Has crecido muy bien».
Maiza nunca había tomado clases junto a Elmer, pero había estado aprendiendo un poco de alquimia con la instrucción de Dalton. Durante los últimos años, había agotado todo el material de lectura de la Tercera Biblioteca, y ahora estaba recopilando personalmente un archivo de información útil.
Naturalmente, había frecuentado la Tercera Biblioteca y terminó viendo a Elmer más seguido. Tenían más oportunidades de hablarse que antes. Y era porque Maiza ya había visto la personalidad y la firmeza de Elmer en acción que instintivamente podía decir que Elmer estaba planeando algo.
—Vaya… qué coincidencia encontrarte aquí, Maiza —Elmer se rió como tratando de ocultar algo. Maiza se acomodó las gafas con una mano y suspiró otra vez.
—Era casi inevitable. Yo también tengo asuntos con esas personas.
—¿Eh? ¿Los conoces?
—No. Es solo que algo me incomoda con respecto a ellos y estaba observándolos solo por si acaso… ¿Y a quién me encuentro sino a un rostro familiar escurriéndose detrás de ellos?
—Muy propio de Maiza —Elmer se rió y le dio una palmada a Maiza en la espalda, sin molestarse en explicar qué parte de este flujo de ideas era tan propio de Maiza. Luego se movió suavemente hacia una pregunta.
—De todos modos, ¿quiénes son esas personas?
—¿…Estabas siguiéndolos sin siquiera saber eso?
—Estaba siguiéndolos para descubrir eso —El adicto a las sonrisas se rió. Maiza suspiró por tercera vez y soltó una risa resignada.
—Realmente nunca tienes tus prioridades en orden, ¿verdad?
* * *
Las colinas de Lotto Valentino.
Había una loma parcialmente abierta en Lotto Valentino, ligeramente más elevada que la Mansión Boronial.
Detrás de la colina había un gran bosque. Delante de él, se extendía la vista de todo Lotto Valentino. Era un lugar pastoral, con flores silvestres creciendo en el suelo.
Los enamorados tendían a usar este lugar para reunirse en secreto, por lo que podían verse parejas ocasionales mirando las calles desde esta colina.
Y como para verificar este rumor, un muchacho y una muchacha contemplaban la ciudad desde donde estaban parados.
—Oye… ¿Recuerdas cuando todos en el salón de clases empezaron a hacer una escena?
—¿Sí?
Huey y Mónica hablaban, contemplando la vista de todo Lotto Valentino que se extendía frente a ellos.
El rostro de Huey estaba desprovisto de emoción, pero estaba charlando casualmente, algo que normalmente nunca hacía.
—Esos chicos… han cambiado. Bueno, nunca pensé que serían el tipo de gente que haría una conmoción así…
—Apuesto que es por Elmer. Todos se han vuelto mucho más alegres. Él es amigo de todos, no solo de nosotros, ¿sabes?
—Me parece fascinante, considerando que todo lo que él dice me saca de quicio… No, supongo que, en cierto modo, cualquiera que estudia alquimia es un excéntrico, por lo que tiene sentido que las personas del mismo tipo tiendan a agruparse…
Huey habló sin intención de tomárselos en serio, pero Mónica estalló en una risa.
—¡…! ¡Ajajaja! ¡Jajajajaja!
Huey fue tomado por sorpresa; nunca la había visto reír así.
—¿…Qué pasa?
—¡Huey…! ¡Eso fue muy gracioso…! ¡Ajajajajaja!
—¿…Dije algo extraño?
—Dijiste que todos en la clase son excéntricos…
Mónica finalmente dejó de reír y se secó las lágrimas de los ojos.
—¿Pero sabes? ¡Huey, tú eres el más cercano a Elmer!
Los ojos de Huey se agrandaron y trató de dar una respuesta negativa. Pero su garganta no pudo producir sonido. Su mente estaba en blanco.
Finalmente, se desplomó derrotado sobre la hierba y miró a Mónica con rostro inexpresivo.
—¿Realmente parece que es así?
—Así es.
—Elmer siempre me molesta. No puedo soportar su optimismo, y siempre me dice que sonría, sin siquiera considerar cómo podría sentirme.
—Sí.
Mónica asintió con simpatía. Huey continuó su interrogatorio.
—Siempre termino perdiendo mucho tiempo por culpa de él. ¿Y todavía piensas que Elmer y yo somos mejores amigos?
—Tal vez es porque son tan cercanos que pueden perder el tiempo juntos.
Huey se quedó callado y miró a su alrededor.
Las flores y las plantas eran sacudidas por la brisa del mar. Parecía como si estuvieran riéndose de él.
Huey suspiró fuertemente, sintiéndose incómodo incluso ante las hipotéticas miradas de las flores antropomorfizadas.
—Bueno, supongo que puedes ponerlo de ese modo… —Huey se rió amargamente en resignación.
Entonces Mónica habló en un tono de voz algo solitario.
—¿Sabes?, siempre he estado celosa de Elmer.
—No pensaba que nos vieras de ese modo…
—¡N-no! Eso no fue lo que quise decir… Es solo que pasas tanto tiempo con Elmer…
Mónica se sentó al lado de Huey, miró al cielo y continuó.
—Te conozco desde hace más tiempo que él, ¿pero sabes? ¡Elmer descubre cosas nuevas de ti cada día! Solo tenía un poco de envidia de él. Sentía que tú y Elmer estaban avanzando juntos, pero yo me estaba quedando atrás.
Huey no dijo nada.
—Pero también me gusta Elmer, así que no puedo odiarlo tan fácilmente… ¡E-espera! No me entiendas mal, ¿bueno? Elmer me gusta como amigo. ¡Es completamente diferente de la manera en que me gustas tú!
—Lo sé.
Huey puso sus manos sobre el suelo y miró a los cielos, imitando a Mónica.
El cielo resplandecía de un azul intenso. Parecía que un gigantesco lienzo azul caería sobre ellos en cualquier momento.
Hasta hace unos pocos años, Huey pensaría cada vez que mirara al cielo: «Ojalá el mundo chocara contra ese cielo y se rompiera en pedazos».
Pero ahora se dio cuenta de que estaba un poco asustado de esa idea. Sintió un escalofrío al visualizar al mundo voltearse de cabezas y todo excepto él mismo —o él mismo y nada más— cayendo hacia el cielo.
«Oh… ya entiendo».
Huey revisó los cambios en sí mismo y lentamente empezó a sacar conclusiones.
«Ni siquiera quería pensar en eso antes cuando estaba frente a otras personas, pero…».
Mirando a Mónica ocasionalmente, Huey lentamente llegó a la conclusión que alguna vez había ocultado en los rincones más profundos de su mente.
«Tal vez estoy asustado.
Tengo miedo de perder esta conexión con Mónica y Elmer.
No, no es eso. Esa es una manera muy vaga de ponerlo.
Incluso estoy llegando a pensar que estoy cómodo en este mundo.
Eso es todo».
Huey sonrió irónicamente ante su retorcida forma de pensar y finalmente habló.
—Pero te equivocas en una cosa.
—¿Eh…?
—No solo he perdido el tiempo con Elmer. Tú también me has hecho desperdiciar mucho tiempo… De hecho, ya que nos conocemos desde mucho antes… tal vez he pasado más tiempo contigo, Mónica.
Mónica no respondió.
Nada más que el silencio se oía en medio de ellos y solo el susurro de las flores resonaba en la colina.
A Huey se le ocurrió que podría haber dicho algo que molestó a Mónica, así que la miró a la cara.
Estaba llorando.
—¡¿Ah?!
Huey estaba seguro que lo que acababa de decir había hecho a Mónica al menos un poco más feliz.
Pero ahora Mónica estaba derramando lágrimas con una mirada vacía en su rostro.
—¡H-hey, Mónica! ¡¿Te sientes bien?!
Esta era una situación desconocida para Huey, quien siempre había fingido indiferencia. Tartamudeó por respuestas mientras sacudía a Mónica por los hombros.
—No… no. E-estoy bien. Lo siento. Huey.
Mónica trató de forzar una sonrisa, tragándose ocasionalmente sus lágrimas y sollozos. Huey no tenía que ser Elmer para saber que ella estaba fingiendo su sonrisa.
—Oye, no te fuerces así. ¿Qué pasa contigo tan de repente?
—…E-es solo que… e-estoy tan feliz.
Huey la miró confundido.
—Lo que acabas de decirme… Y, y que me hayas t-traído a un lu-lugar t-tan hermoso como este… E-estoy tan, tan feliz…
Mónica tartamudeó en medio de sollozos, pero sus lágrimas no parecían lágrimas de alegría.
—S-soy muy estúpida, ¿verdad…? N-no es como qu-que estuviéramos en u-una cita ni nada…
Hizo todo lo posible para calmar su voz, pero era imposible contener su flujo de emociones.
Las lágrimas y las palabras de Mónica se convirtieron en una gran ola que se extendió frente a Huey.
—Pero… pero sabes, estaba feliz. Tú estabas aquí y yo tenía envidia de Elmer, pero tampoco podía odiarlo… No, eso no es todo. Nunca me importaron los otros compañeros de nuestra clase, pero… hablé con ellos junto a Elmer… y en algún punto, empezaron a agradarme… ¡y luego empezaste a gustarme aún más, y…!
Huey seguía escuchando sin decir nada.
—Incluso desde que… desde que aceptaste el secreto del Fabricante de Máscaras… Desde que los tres compartimos ese secreto… pensé que tal vez éramos uno. ¡Pensé que tú y yo éramos uno solo! Pero ahora… me di cuenta de que… estaba mucho más feliz hace un momento… incluso sin esos secretos… Soy más feliz cuando solo hablas conmigo de cosas normales… y d-desearía que… ¡Desearía que este momento durara para siempre, y…!
Tal vez Mónica estaba tratando de evitar ser consciente de sí misma al continuar hablando.
Tal vez las emociones que se movían en espiral a través de ella habían crecido tanto que ya no podía seguir guardándolas dentro de ella.
A pesar de sus conclusiones, Huey no podía hacer nada por ella más que seguir escuchando.
—Pero… no. Esto no está bien. Yo… ¡yo…! ¡No tengo ese derecho! Yo… no debería tener permitido desear ese tipo de felicidad… p-pero traté de olvidar eso y… ¡traté de escapar…! Pero…
Mónica repentinamente se quedó en silencio. Tal vez ya ni siquiera podía entender lo que estaba tratando de decir.
Tembló como asustada de algo y evitó los ojos de Huey completamente.
—A-ah, ah…
El rostro de Mónica se torció en un caos de emociones, incapaz de contenerlo todo, mientras se preparaba para gritar, pero…
Repentinamente, fue arrastrada hacia el fuerte abrazo de Huey.
—¡¿…?! … ¿Huey…?
—Está bien. No te obligaré a que me hables sobre tu pasado —murmuró Huey llanamente.
Su mirada estaba fija en algún punto en el mar, pero su voz estaba dirigida hacia la mujer en sus brazos.
—Incluso si has hecho algo que el mundo no puede perdonar… no me importará. Estoy interesado en ti, tal como eres en este momento. Somos un equipo, ¿verdad? Así que incluso si estás rota, incluso si tu verdadero rostro es revelado y el mundo se vuelve contra ti…
Fue por un solo instante, pero Huey miró a Mónica a los ojos.
Y al ver el rostro genuino y casi inocente de Mónica, Huey se sonrojó momentáneamente y murmuró…
—Yo te haré una nueva máscara.
Huey Laforet. 19 años.
Era un joven atrapado en el sueño loco de la autoperfección y el odio hacia el mundo.
Y esta era la primera vez que se sonrojaba frente a Mónica.
Habían pasado diez años desde la última vez que su rostro se había sonrojado. La primera vez fue frente a una joven de su aldea, que lo trataba como a su propio hermano.
Fue la mujer que lo consoló cuando su madre había sido acusada de brujería.
Por supuesto, esa mujer había sido una de las mismas personas que acusaron a su madre de tal crimen.
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enfermo de amor (parte 2)