Lotto Valentino, 1707. La Hacienda Avaro.
El área noroeste de la jurisdicción de Nápoles, en la península itálica.
Lotto Valentino era una ciudad junto al mar, ubicada a las afueras de Nápoles. Era una ciudad relativamente pequeña, con una población de unos cincuenta mil habitantes.
Esta ciudad de empinados acantilados y edificios de piedra con vista al mar no era tan grande y majestuosa como sus vecinas. Simplemente existía en medio de una tranquila soledad.
Lotto Valentino era una ciudad portuaria ubicada entre las rutas comerciales de Nápoles. Tenía un clima relativamente agradable gracias a su ubicación junto al mar Mediterráneo; incluso había huertos de frutas a las afueras de la ciudad.
El mar Tirreno resplandecía tan intensamente como siempre, emitiendo un resplandor que convertía cada vista de Lotto Valentino en una verdadera obra de arte.
Las calles parecían una copia en miniatura de las calles de Nápoles, pero la ciudad en sí no tenía ninguna atracción en particular. Con excepción de los mercaderes ambulantes, muy poca gente entraba y salía de esta ciudad.
Con el tiempo, las innumerables bibliotecas y los edificios de piedra se convertirían en atracciones turísticas, pero en este momento no era más que una ciudad rural común con paisajes comunes.
Pero incluso en esta pequeña ciudad, las noches de los aristócratas llenaban la oscuridad con intensa luz.
* * *
Era una noche encantadora.
El candelabro que colgaba del techo no se habría visto fuera de lugar en un palacio real.
Había casi un centenar de velas ardiendo sobre los candeleros de metal decorativos, llenando la enorme habitación con un cálido resplandor.
Este salón decorado majestuosamente era el lugar de socialización para docenas de individuos de clase alta, perdidos en alegre charla.
Los colores vibrantes que llenaban el salón hacían obvio el estatus social de estas personas.
Cientos de palabras emergían y se desplazaban de un lado a otro, todas ellas conversaciones completamente adecuadas para la atmósfera de la habitación. Era como si cada ocupante de esta sala hubiera salido de un molde etiquetado como «aristocracia».
Pero un hombre, que había roto un poco la tendencia, estaba solo, suspirando en un rincón.
—Realmente no debería estar aquí… —murmuró el hombre para sí mismo, sin molestarse siquiera en ocultar su inconformidad. Pero sus palabras no fueron escuchadas.
La ropa que usaba era claramente de menor calidad que la de los demás a su alrededor. Ocasionalmente, algún aristócrata lo miraba con desconfianza y luego se alejaba.
El hombre joven reafirmó el hecho de que verdaderamente era un extraño, e inhaló preparándose para un suspiro aun más fuerte.
—Jean. Aquí estás.
Se congeló y se dio la vuelta, sorprendido por el repentino tono de amabilidad dirigido hacia él de entre la masa de aristócratas.
Parado frente a él estaba un hombre alto de ojos afilados.
Estaba vestido de manera similar a los otros nobles, pero había cierto aire inapropiado en él que lo distinguía de los demás.
Se comportaba casi como si fuera el líder de un grupo de bandidos, pero el joven Jean —Jean-Pierre Accardo— infundió alivio en su suspiro y se relajó.
—¿Qué? ¿Tú también estás aquí, Aile?
—Mi padre es el anfitrión, después de todo… Por cierto, llámame Maiza mientras estés aquí. Todos pensarán que es extraño si oyen que me llamas por un apodo en mi propia casa.
—Entonces sí te preocupas por estas cosas, ¿eh? Y solo hace un par de años estabas diciéndole a todo el mundo que te llamaran Aile, solo para rebelarte contra tus padres, ¿no era así?
La incomodidad que Jean estaba sintiendo antes se evaporó. Soltó una carcajada alegre y dio al otro hombre —que era casi una cabeza más alto que él— una palmada en la espalda. El hombre llamado Maiza frunció el ceño levemente.
—¿A quién le importa? Es cierto que odio el nombre «Maiza», pero molestar a mis padres en un sitio como éste no los convencerá de cambiarlo.
—¿Alguna vez has pensado en ser desheredado? Así ya no tendrías que ser un Avaro tampoco.
—…Una vez sí lo consideré seriamente.
Maiza giró su cabeza con un crujido audible y miró a su amigo.
—De cualquier modo, ¿esta es tu primera vez en una fiesta como ésta? Te ves tan asustado que parece que estás a punto de ser devorado vivo por las ratas.
—…Para ser honesto, es bastante incómodo. Ya me habría ido a casa si no fuera porque te encontré aquí.
Jean se recostó solo contra el muro y observó a la multitud que tenía frente a él.
—Personas, personas, personas. No veo nada más que personas frente a mis ojos. Pero no están llenas de energía como las que caminan por las calles. Y sin embargo, tampoco son tan sombríos como los dolientes en un funeral. Es como si actuaran con base en algún plan secreto, empujándose unos a otros, sospechando de los demás y tramando para ponerlos de su lado… ¿Es éste el tipo de impresión barata que querías que hiciera un poeta como yo?
Jean repentinamente cambió su tono de ambigüedad a uno de honestidad. Maiza hizo una negación con la cabeza.
—Nadie espera nada de ti como poeta. Eres el mejor hablando, después de todo… pero por otro lado, también eres anormalmente rápido cuando se trata de leer o escribir.
—Me crié en una ciudad de bibliotecas; ¿por qué no aprovechar eso?
Jean se encogió de hombros. Maiza suspiró y continuó.
—Y aun así, tus tontos poemas y dramas son aclamados por la crítica, lo que terminó trayéndote a un lugar como éste… ¿correcto?
—Deja de burlarte de mí. Estoy seguro de que tienes tus propios talentos. Sé que no eres del tipo de persona que se conformaría siendo el líder de una pandilla de delincuentes por el resto de tu vida.
Jean se rió con tanta condescendencia que casi sonó falso. Maiza volvió sus angostos ojos hacia los muros y brevemente se sumió en reflexión.
Maiza Avaro era un hombre joven de unos veinte años que vivía en Lotto Valentino y era el líder de un grupo de delincuentes aristócratas llamados los «Huevos Podridos». También era el hijo mayor de la familia Avaro, uno de los poderes más influyentes de la ciudad. Como un poderoso y prominente aristócrata por derecho propio, había organizado a los Huevos Podridos como una forma de rebelión en contra de su familia y de Lotto Valentino, creando cierta apariencia de notoriedad en las calles.
Por supuesto, la mayor parte de esa notoriedad era culpa de los otros miembros de la pandilla. El propio Maiza no había liderado sus actos delictivos. La razón por la que él era su líder a pesar de eso era su poder, particularmente su habilidad con el cuchillo, que se decía que no tenía un paralelo en toda la ciudad.
Jean, la mala compañía que había sido el amigo de Maiza, era el hijo de un mercader viajero que había puesto sus raíces en esta ciudad portuaria. No era el tipo de hombre que normalmente sería bienvenido en una reunión de la élite.
Sin embargo, Jean era el único poeta de la ciudad. Tras haber sido reconocido por su talento con las palabras a una edad temprana, su nombre era bastante bien conocido tanto dentro como fuera de Lotto Valentino.
Aunque él mismo estaba bastante descontento por el hecho de que su enfoque principal –la poesía– era menos celebrado que sus obras de teatro, las que escribía ocasionalmente cuando tenía la oportunidad. Pero a pesar de su propia irritación, Jean-Pierre había sido invitado a esta fiesta como un dramaturgo.
—Estoy agradecido por el hecho de que tu padre me haya invitado aquí. Pero, francamente, ya quiero irme a casa —Jean no trató de ocultar sus quejas.
Maiza se río amargamente.
—No digas eso. Pasar tiempo en lugares como éste podría serte útil como una referencia para cuando estés escribiendo tus obras.
—Las imágenes emergen con mayor claridad cuando no conozco la realidad de las cosas. Ugh, no es de extrañar que todos ustedes sean huevos podridos. ¿Cómo puedes respirar en un lugar como este? —Jean se quejó y nuevamente consideró marcharse…
—Disculpe… ¿Es usted, por casualidad, Jean-Pierre Accardo?
Una voz insegura repentinamente entró en su conversación.
Jean y Maiza se dieron la vuelta. Frente a ellos estaba un hombre joven.
Tenía aproximadamente la misma edad que ellos. Los largos mechones de cabello que cubrían sus ojos hacían difícil descifrar su expresión, pero los indicios más leves de una sonrisa algo emocionada adornaban sus labios.
Estaba vestido de manera diferente a un aristócrata o un comerciante. De hecho, su indumentaria era más parecida a la de un académico.
—Sí, soy yo… ¿y quién eres tú? —preguntó Jean con incertidumbre. El joven pareció ligeramente sorprendido mientras respondía con un tono avergonzado.
—Oh, por favor, disculpe mis modales. Parece que me ha superado mi entusiasmo al ver a un hombre al que respeto tanto. Soy el asistente de un alquimista cercano a la familia Avaro…
Había una sonrisa fría en los labios del hombre mientras saludaba cortésmente a Jean y a Maiza.
—Mi nombre es Lebreau. Lebreau Fermet Viralesque. Es un honor conocerlo.
* * *
Los registros de Jean-Pierre Accardo
[Fue entonces cuando conocí a ese alquimista. O, para ser precisos, fue entonces cuando conocí a ese «novato» alquimista.
Él era un hombre muy directo.
Al principio, me parecía bastante sospechosa la manera en que cubría sus ojos, pero las posteriores discusiones con el hombre me llevaron a borrar por completo estas dudas de mi cabeza. Es algo extraño decirlo, pero era alguien con quien podía abrirme, como si fuera un viejo amigo. En pocas palabras, era muy fácil conversar con él.
En cualquier caso, él fue el comienzo de todo.
Es vergonzoso admitirlo, pero hasta ese momento, nunca había visto a un supuesto alquimista.
Aunque nunca había hecho un verdadero esfuerzo por salir a buscarlos de todos modos. No era que considerara a la alquimia como un fraude. Tenía otros motivos para mi falta de interés.
Esto es un secreto vergonzoso de Lotto Valentino, pero hay algo sobre lo que debo testificar. Es una de las razones por las que estoy ocultando estas memorias de tal modo que solo sean encontradas por generaciones posteriores.
Hasta el año 1705, la ciudad de Lotto Valentino había existido en circunstancias bastante inusuales.
Los plebeyos tenían un monopolio de las drogas y las falsificaciones que los alquimistas habían traído a la ciudad. Estaban planeando utilizar las ganancias de estos productos para comprarle la ciudad entera a los aristócratas.
Entonces, un asesino serial conocido como «el Fabricante de Máscaras» apareció y sumió a la ciudad en una gran confusión. Pero esto no es lo que pretendo escribir aquí, así que me abstendré de dar detalles sobre este incidente.
Habíamos cometido cierto crimen.
En esa época, todos los que vivíamos en la ciudad éramos culpables del mismo pecado.
Yo no participé directamente en la creación de las drogas y las falsificaciones, pero estaba al tanto del funcionamiento de la operación. También sabía que algunos niños en ciertas circunstancias eran sometidos a horrores inimaginables en el proceso de creación de las drogas.
Y, sin embargo, no hice nada.
Algunos pensaban que era natural utilizar a los niños como herramientas, mientras otros lo consideraban algo inmoral. Las diversas opiniones crearon pequeñas ondas en el océano de nuestra operación colectiva, pero al final ninguna de ellas importaba.
Todos éramos igual de culpables en nuestra inacción. Los ciudadanos de Lotto Valentino estaban unidos en este pecado que nos vinculaba a todos juntos.
El asesino serial conocido como el Fabricante de Máscaras reveló estas circunstancias en el año 1705, pero no profundizaré en los detalles, ya que ni siquiera yo mismo tengo completo entendimiento del incidente.
Por supuesto, hablaré sobre el Fabricante de Máscaras más adelante en mi relato. Sin embargo, aún hay un largo camino por recorrer antes de llegar a eso.
De cualquier modo, habíamos intentado inculpar a los alquimistas. Esta vez también sabía que vidas inocentes serían aplastadas o quebrantadas y, sin embargo, no hice nada.
Igual que con el Fabricante de Máscaras, me abstendré de dar detalles del incidente por ahora.
Si el destino está de tu lado, tal vez descubras los detalles de lo que ocurrió en el año 1705. Mis memorias simplemente no fueron destinadas de manera favorable para ti.
Permíteme regresar al corazón del asunto.
Esta culpa mía fue la razón por la que no busqué activamente a los alquimistas.
Sabía que la familia de Maiza tenía estrechos vínculos con un grupo de alquimistas de una ciudad vecina.
Entre ellos había un hombre llamado Begg Garott, una supuesta eminencia en la creación de drogas. Fue él quien trajo a esta ciudad el prototipo de la droga previamente mencionada.
Por supuesto, yo era inconsciente de todo esto en aquel momento.]
* * *
—…Oh. ¿Eres amigo de Begg?
Lebreau saludó a Maiza otra vez cuando escuchó mencionar el nombre de Begg.
—He escuchado que mi compañero de estudios Begg está bastante endeudado con usted, señor.
—¿Dónde está él?
—Creo que se está reuniendo con su honorable padre. En este momento estoy aquí para cuidar a este niño.
—¿Para cuidar…?
Jean y Maiza ladearon sus cabezas al unísono. Y casi al mismo tiempo, un pequeño niño asomó su cabeza detrás de Lebreau.
—Sé educado y preséntate, Czes.
La pequeña silueta se inclinó ante la insistencia del alquimista y se presentó con un torpe murmullo.
—Amm… E-es un honor conocerlo. Mi nombre es Czeslaw Meyer.
El niño no tendría más de seis años de edad. Contempló la forma alta de Maiza con temor en sus ojos y Jean se encontró riendo incontrolablemente ante esa vista.
—Oye, estás asustando al niño, Maiza.
Maiza ignoró la burla de su amigo. Se inclinó y puso una mano sobre la cabeza del niño.
—Es un gusto conocerte. Mi nombre es Maiza, pero todos me llaman Aile.
—En realidad, tú eres el que nos hace que te llamemos así.
—El idiota de aquí es Jean-Pierre. Solo dile Jean.
El hombre joven forzó su expresión cortante en una sonrisa. Czeslaw miraba a todos lados como si fuera un niño perdido.
Lebreau intervinó gentilmente como protegiendo a Czes.
—Lo siento. Czes es un poco tímido con los extraños. Él es el único hijo de nuestro maestro, y…
—Sí. Begg me lo ha contado.
Maiza se encontró repentinamente invadido por emociones complicadas acerca del niño llamado Czeslaw, pero se forzó a reprimirlas y sonrió amargamente.
—Estoy seguro de que un alquimista como tú tiene mucho de que hablar. Espero que disfrutes la fiesta.
Entonces hizo un gesto hacia Jean.
—Parece que eres un admirador de este dramaturgo.
—¿Qué?
Jean se quedó en blanco por un momento, entonces recordó que Lebreau se había dirigido hacia él y no hacia Maiza. Lebreau sonrió en ese momento y tomó la mano de Jean entre las suyas con el aspecto de un niño encantado.
—¡Sí! ¡Absolutamente! No sabe lo honrado que estoy de finalmente conocerlo, Jean-Pierre. Disfruté mucho su última obra, El pilar de piedra de la calle Dorcho.
—Por favor, me halagas.
El cumplido fue suficiente para que Jean se pusiera rojo como un tomate.
Tenía sentimientos encontrados acerca del hecho de que sus obras de teatro (que solo las escribía por dinero) fueran más reconocidas que su poesía (que era su verdadera pasión). Sin embargo, no estaba enojado por esto. Jean estaba rojo de vergüenza.
Lebreau acarició la cabeza de Czes y continuó, casi como si hubiera leído la mente de Jean.
—También he leído su primera colección de poesía. Discúlpeme por decir esto, pero la encontré tan creativa que no podía creer que fuera su primer trabajo.
—¿Qué…?
—Supongo que es debido a esta creatividad subyacente suya que su nuevo camino como dramaturgo ha producido obras que capturan tan bien los corazones de la audiencia. No tenía en mi corazón más que ociosa curiosidad cuando llegué por primera vez a esta ciudad, pero nunca habría esperado encontrarme con usted. Me siento realmente honrado.
—¡Ja! Bien dicho, pero la adulación no te llevará a ningún lado.
A pesar de sus palabras algo cortantes, los labios de Jean temblaban como si estuviera a punto de estallar en una carcajada. Maiza lo miró y llegó a una conclusión:
«Jean está muy feliz por esto».
Los elogios de Lebreau continuaron. Jean lo escuchó con la vergüenza clara en sus rasgos, pero no intentó detenerlo.
Maiza estaba asombrado, pero optó por no intervenir. En lugar de eso, se giró hacia el pequeño niño que se ocultaba en la sombra de Lebreau.
«Entonces este es Czes…».
Begg, un alquimista conocido suyo, había mencionado a este chico antes.
«Escuché que sus padres murieron en un accidente. Así que Begg y este… Lebreau Fermet… están actuando como una familia para él. Pobre criatura. Y aún es tan joven… No, tal vez es afortunado de tener protectores que cuiden de él».
Maiza recordó a cierto grupo de niños que vivían en la ciudad.
«Alguien como él fácilmente podría haber terminado siendo vendido y arrastrado a esta ciudad… y obligado a tomar parte en ese trabajo. Ahora no hay necesidad de preocuparse por eso, pero aun así…».
Perdido en sus recuerdos, Maiza miró una vez más al pequeño niño frente a él.
Czes era ciertamente un niño muy tímido. Se afirmaba fuertemente a la manga de Lebreau, negándose a soltarla. Maiza finalmente sucumbió ante su aburrimiento y decidió hablar con él.
—Czeslaw… ¿o debería llamarte Czes? ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te traigan algo?
Czes se encogió ligeramente cuando Maiza le habló. Entonces lo miró con ojos como los de un gatito pequeño y expresó sus pensamientos tímidamente.
—…Nieve espolvoreada.
Al escuchar esto, Lebreau rápidamente interrumpió su discusión con Jean y trató de disuadir a Czes con una sonrisa avergonzada.
—Vamos, Czes. No seas tan egoísta.
—…Pero, Fermet, quiero comer nieve espolvoreada.
Czes miró a su protector y le rogó. Maiza sonrió.
—Está bien. Te conseguiré un poco ahora.
—Por favor, no hay necesidad. La nieve espolvoreada es demasiado lujo.
Cosas como las máquinas de refrigeración aún no se habían inventado a principios del siglo XVIII.
Aunque existían dispositivos de aislamiento térmico, el concepto de una caja que congelara el agua aún estaba lejos.
Sin embargo, la nieve espolvoreada era algo presente en este tiempo. Naturalmente, las golosinas congeladas hechas con nieve o hielo natural habían existido desde tiempos inmemoriales, pero había un método ligeramente diferente para fabricar estos dulces en esta época en particular.
Se había descubierto que disolver nitrato de potasio en agua drenaba el calor de su entorno. A partir de ese momento, los aristócratas, que podían costearse grandes cantidades de la sustancia, utilizaron esta técnica para la refrigeración del vino. El método también se aplicaba para congelar jugo de fruta y bebidas similares para fabricar la nieve espolvoreada.
Por supuesto, no era algo que un plebeyo pudiera permitirse normalmente. Era un artículo de lujo que solo los privilegiados podían disfrutar.
—Lo siento mucho. Al niño le encantan esos dulces congelados. Hizo todo un escándalo cuando fuimos a visitar una ciudad en el norte hace un tiempo. ¿Podría creer que esparció azúcar y miel sobre la nieve del suelo para comerla?
—Pero… la nieve es deliciosa…
Czes inclinó la cabeza tímidamente y Maiza le dio al chico una palmadita en la cabeza.
—No, no te preocupes por eso. Estoy seguro de que nos queda algo para las señoritas, así que le diré a uno de los sirvientes que te traiga un poco.
Maiza se fue, dejando sola a la extraña combinación de un alquimista, un poeta y un niño. La incómoda ausencia de elogios dejó a Jean luchando por un tema de conversación.
«¿Qué digo? No hay manera de que pueda seguir una conversación sobre alquimia o cosas por el estilo…».
Y una vez más, las palabras de Lebreau hicieron parecer como si hubiera leído la mente de Jean.
—¿Ha escuchado sobre el Café Procope?
—¿Perdón?
—Supuestamente es una cafetería en París, erigida por el mercader siciliano Francesco Procopio. También venden golosinas congeladas. Escuché decir que es un establecimiento bastante popular entre artistas, eruditos, dramaturgos y poetas como usted. Tal vez debería darle una visita si pasa por ahí.
Al darse cuenta de que este hombre realmente estaba tratándolo como un artista, Jean se encontró nervioso nuevamente y respondió rápidamente.
—…Oh, no tengo planes ir a París. Tengo la sensación de que nunca podré salir de esta ciudad. Probablemente incluso termine siendo sepultado aquí.
—Ya veo. Tal vez así será, si es lo que desea.
Una parte de Jean se dio cuenta de que en realidad había esperado una respuesta más cálida como: «Por supuesto que no. Su genialidad es una que debe salir al mundo», y se ruborizó.
Sin embargo, Lebreau continuó con palabras que volverían el rubor de Jean en un tono de rojo aun más fuerte.
—Pero aun si lo desea o no, las palabras que ha dejado grabadas en sus poemas y en sus obras de teatro saldrán al mundo. ¿De qué otra manera cree que habría podido conocerlo para venir a hablarle aquí?
—Estás avergonzándome. Tal vez podrías hablarme un poco más de ti, Lebreau.
Jean simplemente había espetado algo para calmar su propia vergüenza, pero inmediatamente se encontró lamentando lo que dijo.
«Qué ganaría escuchando a un alquimista–».
Sin embargo, ya era demasiado tarde para retirar lo que había dicho. Lebreau sonrió alegremente.
—Oh, bueno, mis disculpas. Verá, incluso si fuera a hablar sobre alquimia, un mero aprendiz como yo no sería capaz de transmitir tan elocuentemente las complejidades del estudio…
—Poniéndolo de ese modo, yo no soy más que un ignorante laico en lo que respecta a la alquimia. Los detalles probablemente no penetrarán en mi grueso cráneo. Estoy más interesado en ello como referencia, como para una obra o una pieza de poesía.
—¿Acaso una obra acerca de un grupo de idiotas que están cautivados por la idea de convertir metales comunes en oro? —Lebreau se rió.
Jean, por su parte, rápidamente sacudió su cabeza en una negación.
—¡No, no! No haría algo tan impertinente–
—Por favor, no se preocupe. Yo mismo creo que es una idea tonta.
Jean estaba confundido, pero Lebreau simplemente sonrió.
—La piedra filosofal, los homúnculos, convertir metales en oro y el magnum opus: la identificación del hombre con Dios… Por sí mismas, estas metas parecen tonterías, algo inalcanzable. No tratamos de transmutar oro motivados por la avaricia, pero para algunos, no somos más que unos estudiosos locos impulsados por la codicia… Es natural que el mundo nos vea con esos ojos en esta época.
—No, yo nunca–
—Por favor, no lo malinterprete. No estoy menospreciando mi propio campo de estudios. Después de todo, estas supuestas búsquedas sin sentido son lo que ha creado muchas aplicaciones prácticas de la ciencia. La alquimia es algo que admiro.
—Oh.
«Gracias a Dios realmente comprendo lo que está diciendo».
Jean asintió con alivio. Sin embargo…
—Pero también es cierto que este es un estudio que debe ser temido.
Las palabras de Lebreau fueron bastante inesperadas.
—¿Perdón?
—Dicen que aquellos que se ocupan del estudio son parte de la disciplina de la alquimia, pero aquellos que se preocupan por asuntos que, a los ojos de un laico, han sobrepasado este reino y han entrado al mundo de la brujería… ¿no son el tipo de cosas que inspiraría su creatividad?
—Bueno, me pregunto… Soy el tipo de hombre que encuentra asuntos de los que quejarse en la realidad… La idea de crear oro en sí ya entra en el campo de la brujería para mí.
—Tal vez tiene razón.
Lebreau continuó hablando, sin abandonar su sonrisa ni un solo instante. Su tono de voz había cambiado al de un niño travieso que acaba de hacer una broma.
—Pero tal vez un vistazo de primera mano podría cambiar su opinión.
—¿Me mostrarás la creación del oro? Esa es toda una afirmación. Solo puedo imaginar los precios del oro derrumbándose y los mercados entrando en caos —bromeó Jean inocentemente, pero Lebreau sacudió su cabeza en silencio.
—Si tan solo eso fuera cierto. Claro, para el ojo no entrenado, las falsificaciones creadas en esta ciudad funcionarían igual de bien.
—…Hey. Sé que es obvio que alquimistas como ustedes sepan sobre eso, pero es mejor no hablar sobre eso donde los aristócratas pueden escucharte —dijo Jean en tono de reprensión, bajando el tono de su voz y mirando a su alrededor.
Era cierto que las falsificaciones aún seguían rondando, pero los cerebros detrás de ello aún no habían sido descubiertos.
Sin embargo, todo el tema se había convertido en algo así como un tabú para los aristócratas, que una vez casi perdieron la ciudad ante los plebeyos gracias a ellos.
El asunto de las falsificaciones, junto con el de las drogas, fueron probablemente lo que llevó a Maiza a despreciar esta ciudad y formar a los Huevos Podridos como represalia. Saber todo esto solo hizo que Jean se sintiera más nervioso.
—Por favor, discúlpeme. De cualquier modo… ¿qué tal si le dijera que podría mostrarle algo similar a la «brujería» personalmente?
—¿Podrías ir al grano? ¿Qué es esta «brujería» de la que estás hablando?
Jean estaba bastante cauteloso con su entorno ahora. Había tenido la intención de que esta pregunta fuera vagamente agradable, pero ante la respuesta de Lebreau sus ojos se abrieron enormes como platos.
—La inmortalidad.
—¿Qué?
—¿Qué haría si le dijera… que los alquimistas que han alcanzado la inmortalidad viven en estas mismas calles?
* * *
Los registros de Jean-Pierre Accardo
[Inicialmente, pensé que se trataba de poco más que un mal chiste.
Sin embargo, a pesar del hecho de que solo lo había conocido por poco tiempo, Lebreau no parecía el tipo de hombre que haría bromas improductivas.
Cuando lo presioné más, me dijo que un hombre llamado Dalton, un profesor de alquimia que estaba a cargo de una de las bibliotecas de la ciudad, una vez había invocado a un «demonio» y había conseguido la inmortalidad.
Supuestamente, Dalton era un conocido suyo y era principalmente con el propósito de reunirse con él que Lebreau había venido a esta ciudad.
Lebreau me dijo que si estaba interesado, él podría concretar una cita con Dalton para mí.
Le pregunté por qué yo.
«Porque quiero que alguien con una visión clara del mundo sepa la verdad», me respondió con una sonrisa.
Y caí víctima de estas palabras increíblemente simples. Estaba dejándome llevar por sus juegos voluntariamente.
Después de todo, sería mentira decir que no estaba interesado.
Tal vez ya consideres que estos escritos son increíbles.
Tal vez la primera mención de demonios y cosas por el estilo te ha llevado a poner estas confesiones de vuelta a la caja donde las encontraste.
Tal vez podría estar agradecido si eso fuera lo que hubieras hecho.
Después de todo, incluso yo, el autor de estas memorias, aún me encuentro incapaz de comprender completamente lo que he visto, a pesar de los años que han pasado.
—–
Ahora, si has pasado a la siguiente página, asumiré que aún tienes algo de interés en mis confesiones.
No preguntaré si has percibido un toque de verdad en mis escritos o si tienes curiosidad de saber a dónde te llevará esta supuesta obra de ficción. Simplemente respetaré el hecho de que has avanzado a la siguiente pieza de pergamino.
No tengo una idea concluyente de cómo será el futuro, pero tomaré en consideración todas las posibilidades y registraré lo siguiente.
Al final, a pesar de mis dudas, me escapé de la fiesta para ver a este hombre llamado Dalton.
Por supuesto, yo no era el único tonto que sentía curiosidad por la inmortalidad.]
* * *
—No tenías que venir tú también, Maiza.
—Llámame Aile.
—¿Empiezas con eso tan pronto como ponemos un pie fuera de tu casa? Eres un niño mimado, ¿sabías eso? Si estás preocupado por mí, tal vez deberías empezar a pensar en darme algo de libertad, ¿no te parece?
—No estoy particularmente preocupado por ti. Además, si estoy preocupado por alguien, esa es razón más que suficiente para restringir su libertad… Solo siento curiosidad por este tipo Dalton.
Caminando junto a Jean iban Maiza, Lebreau, Czes y otro alquimista que se les había unido un poco después: Begg Garott.
Como hijo de un aristócrata, Maiza realmente no tenía permitido mezclarse con personas como las que actualmente lo acompañaban. Sin embargo, el hecho de que liderara a los Huevos Podridos quería decir que no le importaba demasiado el estatus de las personas con las que trataba.
Maiza bajó su voz para que los alquimistas que estaban un poco más adelante no pudieran escucharlo.
—Este hombre llamado Dalton está lleno de misterios. No conozco los detalles, pero aparentemente está conectado de algún modo con ese conde mujeriego.
—Por «mujeriego»… ¿te refieres al conde Boronial? Él es el gobernador, ¿sabes? ¿Por qué al menos no tratas de mostrarle un poco de respeto?
—Empecé a pensar un poco mejor de él cuando sofocó los disturbios de hace dos años, pero no por mucho. Tal vez si dejara de ser tan mujeriego, mi hermano no estaría en un lío.
—Ahora que lo mencionas, dijiste que tu hermano menor estaba enamorado de una de las jóvenes sirvientas, ¿verdad? ¿Su nombre no era… Sylvie, o algo así? Si alguien se enterara, ser desheredado sería la menor de sus preocupaciones, la chica podría sufrir primero. Aunque sería muy cliché para mí escribir una obra sobre eso.
Maiza miró furiosamente a Jean ante su desagradable selección de chistes y regresó al tema en cuestión.
—…De todos modos, igual que mi padre con Begg, el conde está vinculado con este alquimista llamado Dalton.
Maiza hizo crujir su cuello y entrecerró sus ojos.
—¿Cómo crees que reaccionaría el conde cuando se entere de que el viejo es inmortal? Sin duda alguna empezaría a financiar la investigación de la inmortalidad para «tener bellezas inmortales atendiéndome a mi lado» o algo así.
—Dejándome a un lado, ¿en qué está pensando Lebreau, involucrándote en esto también a ti?
—¿…A qué te refieres con «dejándome a un lado»?
—Él me hizo la oferta porque aprecia mis talentos. Me pregunto si una bola de violencia andante como tú sería capaz de apreciar siquiera la mitad del milagro de la inmortalidad.
Jean se rió bromeando, a pesar de la actitud seria de Maiza. En el momento en que fue golpeado por Maiza en la parte trasera de su cabeza, Lebreau, que estaba caminando adelante de ellos, se dio la vuelta.
—Es simple, en realidad. El señor Maiza es algo diferente de los otros aristócratas. Es por eso que decidí que sería lo mejor mostrarles esta incongruencia que yace bajo la superficie de esta ciudad. Lo mejor para ustedes dos, por supuesto.
«Entonces estaba escuchándonos», pensaron Maiza y Jean a la vez, y fruncieron el ceño avergonzadamente.
Maiza suspiró y, tal vez en un intento de excusarse, arrojó una pregunta con una expresión de estoicismo.
—No sé a qué te refieres cuando dices que es lo mejor para nosotros dos. Pero de todos modos, ¿Dalton realmente estará dispuesto a mostrarnos algo sobre este asunto suyo de la inmortalidad?
—No parece que esté siendo particularmente reservado al respecto. Y aun así, supongamos que hubiera rumores acerca de su aparente inmortalidad. ¿Qué hombre sería capaz de pasar ese rumor con una expresión seria?
—…Seguramente pensaría que está ebrio o drogado.
—Es correcto. Los hechos que están demasiado alejados de lo que uno supone como realidad sonarán como una broma exagerada, sean reales o no. Es la esencia de la humanidad… Oh, parece que hemos llegado. ¿Y bien, Begg?
Al ser señalado por Lebreau, Begg se dio la vuelta.
Llevaba puesto un turbante y su mentón estaba cubierto de una barba de varios días. Sería difícil incluso para la persona más amable llamarlo un hombre de apariencia agradable.
Pero el hecho de que Czes, que sostenía su mano en la oscuridad, tuviera una expresión de calma, demostraba que al menos era alguien en quien el niño confiaba mucho.
Jean sacó sus conclusiones de estos hechos y no se preocupó mucho por este alquimista, que además era conocido de Maiza.
Una cosa, sin embargo, era que Begg era un hombre extrañamente locuaz. Jean recordó que él estuvo hablando con Czes durante todo el camino para ver a Dalton. Tal vez era por esto que Lebreau se había aburrido y había empezado a escuchar la conversación que Jean tenía con Maiza.
—Ya llegamos. Parece que Dalton está en su lugar favorito de siempre. Pero debo decir que estoy sorprendido. Pensar que un hombre insociable como Fermet diría que quería traer a alguien consigo. Me preocupó que pudiera haber comido algo extraño en la fiesta, pero pensar que sería Maiza, de todas las personas. Y el otro es el poeta detrás de la antología favorita de Lebreau. Qué gran coincidencia.
Begg divagó casi como si no tuviera ni siquiera tiempo para respirar, y entró a la biblioteca.
En este momento, pasaron junto a un pequeño grupo de personas.
Estas personas aún eran jóvenes. Tal vez eran ciudadanos visitando la biblioteca o tal vez estudiantes de alquimia que regresaban a casa después de las clases.
Varias de las bibliotecas de Lotto Valentino eran propiedad privada de alquimistas. Para Jean, que evitaba a los alquimistas completamente, esta biblioteca en particular era una que había etiquetado como: «para no usar».
Jean hizo todo lo posible por evitar el contacto visual.
Sin embargo, una de las personas que pasaban juntó a él se detuvo en seco y llamó en voz alta.
—¡Oh, señor Aile!
Todos se volvieron hacia Maiza y el joven.
Tres personas habían estado a mitad de su salida de la biblioteca.
Uno era un joven de cabello negro y ojos dorados, portando una expresión fría en sus rasgos.
Otra era una joven de largo cabello rubio, sonrojada y parada muy cerca del chico de cabello negro.
El que había llamado a Maiza era un joven de cabello rubio y ojos azules, como procedente de Europa del norte. No era ni feo ni apuesto; era un joven muy insulso que lucía bien una sonrisa infantil.
Todos ellos tenían aproximadamente unos dieciséis o diecisiete años de edad.
Ciertamente no parecían miembros de los Huevos Podridos, pero tampoco parecían ser aristócratas. Jean esperó curiosamente la respuesta de Maiza para ver qué tipo de personas eran.
—Hey. Tiempo sin verte, Elmer. Veo que esa espeluznante sonrisa tuya no ha cambiado ni un poco.
La respuesta de Maiza fue tranquila. No mostró alegría ni descontento ante esta reunión.
Luego, el joven llamado Elmer respondió con una voz que no contenía miedo hacia el alto delincuente aristócrata.
—Tú también deberías tratar de sonreír un poco más, Aile.
* * *
Algunos minutos después, en las calles.
—Elmer… Ese hombre de hace un momento es el líder de los Huevos Podridos, ¿verdad?
—Sí, así es. El señor Aile.
El trío que había salido de la biblioteca empezó a discutir sobre las personas que pasaron junto a ellos.
—¿Por qué crees que estaba aquí?
—No lo sé. ¿Tal vez quería leer algo?
—¿…Reconoces a la persona que estaba a su lado?
El joven llamado Elmer lo pensó por un momento. Entonces hizo una negación con su mano y se rió.
—No tengo idea de quién es él. ¿Por qué estás tan curioso?
—No, es solo que… el hombre del flequillo sobre los ojos. Por un segundo allí, se vio sorprendido de verme.
—¿En serio? ¿Por qué no le preguntaste?
—¿Quién crees que soy? ¿Tú? —murmuró el chico de cabello negro, con una brusquedad que rivalizaba incluso con la del líder de los Huevos Podridos. La chica que caminaba a su lado juntó las palmas.
—¡Apuesto a que estaba impresionado por lo hermoso que eres, Huey! ¡Tal vez pensó que eras una chica!
—Ese no es un pensamiento muy agradable.
Anhelando evitar cualquier imagen mental no deseada que le siguiera, el chico de cabello negro abandonó su curiosidad sobre las personas que acababa de ver. Para él, el hombre al que acababan de ver no significaba nada, sin importar si ya se conocían de antes o no.
Al menos, no todavía.
Si hubiera pensado un poco más profundamente sobre el hombre con el flequillo largo en este momento, si solo hubiera sido un poco más precavido, sus destinos podrían haber cambiado grandemente.
Pero no se enterarían de esto hasta después de un tiempo. Solo le tomaría algunos años darse cuenta de esto.
* * *
Al mismo tiempo, dentro de la Tercera Biblioteca.
Las bibliotecas de Lotto Valentino habían sido construidas por aristócratas casi de manera competitiva.
Su arquitectura irradiaba positivamente el tipo de grandeza extravagante que la aristocracia se deleitaría en presumir.
Entre estas bibliotecas, había un edificio en particular que carecía de ornamentación llamativa, pero que aun así emanaba una sensación de riqueza histórica.
Era un lugar llamado la Tercera Biblioteca. Curiosamente, no fue fundada por un aristócrata español, sino por un noble de una isla al norte de Prusia.
En este momento, un extraño quinteto de individuos recorrían esta biblioteca.
Algunas de las lámparas en su camino estaban encendidas, revelando el hecho de que aún había alguien en el edificio.
—Oye, ¿quién era el chico con el que nos cruzamos hace un momento?
—En realidad no lo conozco muy bien. Pero me encuentro con él en las calles de vez en cuando. Parece estar aburrido, por la forma en que se me acerca y empieza a hablarme.
—Debe ser un tipo raro, hablándole tan a la ligera a un tipo tan aterrador como tú.
—Tal vez es un poco como tú.
El grupo caminaba por los pasillos de piedra, charlando casualmente por el camino. Ya que la biblioteca estaba vacía, solo sus pasos eran el único sonido que resonaba a través del aire frío de la noche.
—¿…Begg? Tengo miedo.
—¿Miedo? Así es como siempre ha sido la noche, Czes. Y nuestro vecindario es mucho más oscuro que esto. Es que no estás acostumbrado a este lugar, eso es todo. Y si ya estás nervioso, entonces reunirnos con Dalton te matará del susto–
En el momento en que Begg sonrió al aterrorizado Czes, la luz al otro lado del pasillo titiló.
Entonces apareció una silueta en la pared de la esquina. Era una figura enorme y curva que parecía una oscura serpiente.
—¡Aaaaaahhh!
Czes se aferró a la pierna de Begg gritando como una niña. A su vez, el grito terminó asustando a Jean que se encogió.
—…Qué alboroto. Cálmense o van a dañar los libros.
Desde atrás de la esquina emergió un oscuro garfio plateado cuyo arco era del tamaño de una manzana.
Los ojos de Jean se abrieron de par en par, pero solo un hombre viejo de cabello blanco salió de la esquina.
Al parecer el viejo estaba usando el garfio como un brazo prostético en lugar de su faltante mano derecha.
Su barba larga, el sombrero de ala ancha sobre su cabeza y la manera en que se comportaba –menos como un alquimista y más como un guerrero o un mercader–, junto con el garfio en su mano, no se alejaban demasiado de la imagen típica de un pirata salido directamente del Caribe.
Czes se estremeció, asustado casi a muerte por el anciano. Jean también se encontró cubierto de sudor frío.
Lebreau, sin embargo, se acercó al hombre y lo saludó cortésmente, hablándole sin preocupación.
—Ha pasado mucho tiempo, profesor Dalton.
—Mmm… ¿por qué todos estos invitados? Se supone que solo es una visita rutinaria.
—¿Por qué está usando un garfio hoy? ¿Qué pasó con la mano de madera que usa normalmente?
—Estaba un poco dañada, así que se la dejé a un artesano que conozco bien… y uno de mis estudiantes prácticamente estuvo rogándome que probara utilizar un garfio.
El viejo llamado Dalton levantó el ala de su sombrero con su gancho y miró a Jean y Maiza.
—Jo… Qué invitados tan inusuales tenemos hoy. El hijo mayor de la familia Avaro y el único poeta en todo Lotto Valentino. No recuerdo haber escuchado que alguno de ustedes dos estuviera aprendiendo alquimia… ¿Entonces tienen curiosidad por la inmortalidad?
Jean y Maiza se miraron mutuamente con incredulidad. El hombre frente a ellos era un hombre viejo de cabello canoso que no tenía su mano derecha. Ciertamente estaba muy lejos de la imagen de una vida inmortal que tenían en mente.
«Pero por otra parte… cuando consideras a los dioses de la mitología griega y a los sabios del oriente, supongo que tampoco está tan alejado de esa idea», reflexionó Jean absorto.
Maiza, por otro lado, miró al hombre con una mirada lo suficientemente afilada para matar.
—¿Entonces sabes de nosotros, viejo? Dejemos de lado al poeta por ahora. ¿De qué te sirve conocer el rostro de un simple joven aristócrata?
Dalton respondió a la mirada de Maiza con una expresión de calma absoluta.
—Un alquimista tiene sus propias maneras de saber estas cosas. Creo que todos los hombres son iguales frente a este peculiar campo de estudio, sea un aristócrata, un plebeyo o un criminal. Si deseas aprender, te enseñaré todo lo que sé —dijo el hombre mayor, como respondiendo a la petición de enseñarle a alguien.
—Ja. No me hagas reír. Solo tenía curiosidad de ver qué tipo de fraude estaría trabajando con ese conde mujeriego.
La respuesta de Maiza sonó nada menos que como una provocación. Dalton finalmente rompió su máscara inexpresiva.
Sin embargo, la expresión que mostró su rostro estaba muy alejada de la ira. Más bien, fue una leve sonrisa.
—¿Un fraude, dices? Debo admitir que no es una idea tan increíble. Mientras los humanos seamos incapaces de compartir completamente nuestros sentidos con otros, será imposible que uno pueda transmitir con precisión lo azul del cielo a otro. En ese sentido, el acto de enseñar a otro podría considerarse una forma de fraude. Después de todo, la verdad solo existe dentro de cada uno, sin importar cuánto nos esforcemos por hacer las cosas de una manera diferente.
—¿De qué demonios estás parloteando…? ¿Estás borracho, viejo?
—No selecciono entre los potenciales alumnos solo a aquellos que yo quiera, pero te sugiero que arregles ese lenguaje. Como tú lo has dicho, ya es muy común para un alquimista ser llamado un fraude, así que lo mínimo que puedes hacer es limpiar tu discurso. Sí. ¿Tal vez la primera lección debería ser cómo manejar tu tono? Podrías empezar por contener tus palabras.
—Cállate la boca, maniático–
—Hey, cálmate, Mai– digo, Aile.
Jean trató de evitar que Maiza estallara contra el anciano. Pero las cosas repentinamente empezaron a ir en una dirección inesperada.
—Begg, cubre los ojos del niño. Esto será demasiado para que un niño lo vea.
Ante la orden de Dalton, Begg puso sus palmas sobre la cara de Czes.
—¿Eh? ¡B-Begg! ¿Qué está pasando?
Los gritos ansiosos de Czes y el ascenso del garfio de Dalton en el aire ocurrieron casi al mismo tiempo.
—¿Qué…?
Una de las personas que estaban allí encontraría el garfio rasgando su carne.
Eso fue lo que Jean había empezado a esperar, pero se encontró inmóvil, incapaz de hacer nada más que estremecerse en su lugar.
Maiza parecía estar pensando lo mismo. Sin embargo, a diferencia de Jean, embistió contra Dalton.
Pero fue demasiado tarde.
El gancho se abrió paso a través del aire más rápido de lo que un anciano debería haber sido capaz de moverse.
Y sangre fresca salpicó sobre las luces.
Sin embargo, la sangre no pertenecía a ninguno de los visitantes de la biblioteca.
Dalton se había arrancado su propia carne con el garfio, derramando su propia sangre a través del pasillo de la biblioteca.
Jean y Maiza se quedaron paralizados, perdidos en la conmoción.
Begg también abrió sus ojos en sorpresa. El inconsciente Czes temblaba mientras se agarraba fuertemente de las mangas de Begg.
Lebreau era el único que observaba todo tranquilamente, pero Jean y los otros no se dieron cuenta de esto. Solamente Dalton, con la sangre brotando de su garganta, miró el rostro de Lebreau con una expresión de incredulidad.
Hubo silencio.
El sonido de la sangre derramándose pronto se detuvo. Una maravillosa vista se desplegó entonces frente a sus ojos.
«Podrías empezar por contener tus palabras».
Justo como Dalton le había sugerido antes, Maiza se quedó en silencio, y quieto como una roca.
Sin embargo, parecía como si estuviera a punto de denunciar con ira la espantosa vista del anciano frente a él y salir corriendo del edificio.
Jean conocía bien a Maiza, ya se podía imaginar muy fácilmente sus gritos. Pero no estarían en verdadero silencio hasta un breve momento después.
La sangre empezó a retorcerse.
La garganta de Dalton dejó de sangrar. Y casi como en respuesta, la sangre que había salpicado sobre el piso y las paredes de piedra, había empezado a sacudirse y arrastrarse.
Todas y cada una de las gotas que habían llenado el corredor y no solo cada gota de sangre. Piezas aun más pequeñas que eso empezaron a retorcerse como si tuvieran mente propia y salieron de entre las líneas del suelo.
La sangre empezó a unirse y a moverse, como hongos rojos que se propagan a cientos de veces su velocidad normal.
La masa de sangre se estremeció como una multitud de peregrinos regresando a casa. Entonces viajó de los tobillos de Dalton hasta su garganta, mojando su ropa en el camino.
Jean y Maiza se preguntaron por un momento si estos movimientos frente a ellos que desafiaban la lógica eran tal vez un sueño o una alucinación.
La ropa, el suelo, las paredes y el techo manchados de sangre recuperaron su color original como si nada hubiera pasado.
El movimiento carmesí casi daba la impresión de que el tiempo estuviera moviéndose en reversa.
¿Qué estaba sucediendo?
Antes de que pudieran terminar de comprenderlo todo, o incluso empezar a hacerlo, toda la sangre había sido absorbida de nuevo por el cuello de Dalton. Al final, incluso la herida en su garganta había desaparecido.
—Nunca me acostumbro a ver esto.
—Había escuchado los rumores, pero es una cosa completamente diferente contemplarlo en persona. Estaba seguro de que había usado una sobredosis y estaba alucinando.
—¿B-Begg? ¿Qué está pasando? No puedo ver.
Los alquimistas empezaron a comentar la vista que habían tenido frente a ellos.
Mientras tanto, Jean y Maiza, que habían sido tomados completamente por sorpresa ante esta muestra de inmortalidad, se habían quedado mudos por el asombro. Ni siquiera tuvieron una oportunidad de gritar.
Se preguntaron si aún estaban en el mundo real, si el piso bajo sus pies aún era solido.
—Es suficiente. Te daré una calificación aprobatoria en tu tarea de permanecer en silencio.
Dalton hizo sonar su cuello y miró a Maiza y a Jean.
—Ahora, he omitido las tediosas teorías y les he mostrado directamente los resultados prácticos. Déjenme preguntarles otra vez. No es una cosa tan espléndida como su nombre lo hace parecer, y también puede ser llamado «brujería» que ni siquiera merece ser incluida en los estudios de la alquimia. Sin embargo… ¿todavía tienen curiosidad por la inmortalidad?
* * *
Los registros de Jean-Pierre Accardo
[Para empezar con la conclusión, Maiza inmediatamente se volvió alumno de Dalton.
Mi asombro no era poco. Estaba tan sorprendido porque, a pesar de la incurable delincuencia de Maiza, había querido creer que incluso él estaba por encima del deseo básico de una vida inmortal. No quería creer que alguien como él, que quería una vida larga y plena, escogería algo tan fugaz y autocomplaciente.
Pero ahora, cuando lo veo en retrospectiva, tal vez Maiza deseaba tener su propio poder, un poder que le ayudara a dejar atrás el «aire» de esta ciudad.
Este aire permanecería en Lotto Valentino mientras las falsificaciones y las drogas continuaran circulando por las calles. Sin embargo, un joven aristócrata como Maiza no tenía el poder para cambiar las cosas.
Tal vez esa fue la conclusión a la que había llegado.
En otras palabras, el misterioso poder de la inmortalidad que Dalton había demostrado, fuera alquimia o brujería, era uno de esos «poderes» con los que Maiza se había cruzado.
Al ver a Maiza de ese modo, por el contrario, me hizo menos susceptible a inclinar la cabeza frente a Dalton como él lo había hecho.
Para ser honesto, había querido arrodillarme frente al hombre y suplicarle que me diera la inmortalidad. Mis razones eran simples: Quería vivir por siempre. Eso era todo.
Tal vez fue por eso que me sentí humillado por el deseo de Maiza de aprender alquimia de Dalton.
Él quería este poder por un sincero deseo de hacer el bien, no por algún sueño tonto. Por supuesto, estoy hablando en retrospectiva.
Sí… ahora pienso en ello, algunos años después, y me siento realmente feliz de no haber buscado la inmortalidad.
Por supuesto, la inmortalidad no podría haber sido algo tan fácil de conseguir. Pero si me hubiera unido a ese destino, habría caído al nivel de una roca, estancada por la eternidad.
No, incluso una roca se erosiona con el tiempo. Unirme a ellos me habría convertido en algo menos que una roca.
Tal vez me habría convertido en algo que no debería existir en este mundo. Estoy casi seguro de que, en el momento en que me volviera inmortal, ya no sería capaz de componer más poesía o escribir obras de teatro.
Sin embargo…
No creo que la impresión de presenciar este espectáculo de inmortalidad fuera para nada.
Después de todo, este incidente –esta escena presenciada– se convirtió en el gatillo que le dio forma a mi futuro.
Para ser honesto, hasta ese momento, mi vida había estado estancada.
Finalmente había sentido que, a pesar de estar atrapado en el espeso aire de Lotto Valentino, a pesar de ser incapaz de expresarme más que con una broma irónica, me había convertido en algo especial.
Por supuesto, mi suposición estaba equivocada. Solo fui un mero testigo. Ver un milagro no lo vuelve a uno un santo.
Pero aun así, ese incidente cambió mi destino por siempre.
Declararé ahora que, incluso mientras escribo estas palabras, soy un hombre ordinario. No más inmortal que cualquier otro.
No, tampoco soy un hombre ordinario. No soy más que un cobarde.
Me encontré aprovechando la inspiración que me cautivó en ese momento.
La historia de un hombre que había alcanzado la inmortalidad. Le melancolía y la ironía que atormentaban su vida inmortal. La tragedia de un hombre, una ciudad y una nación que persiguieron su poder en vano.
Fue una coincidencia que esta obra se volviera exitosa. En el siguiente medio año, me había convertido en un dramaturgo aun más reconocido que antes.
Por supuesto, la Guerra de Sucesión Española aún se estaba desarrollando fuertemente en aquel tiempo. Nápoles fue tomada por Austria. La península itálica fue absorbida por la guerra, y mi posición como dramaturgo se volvió algo más precario que una silla podrida.
Sin embargo, permanecí sentado en ella porque estaba cómodo.
Había tomado inspiración de algo que no era mío. No había entrado en el mundo como Maiza lo había hecho. Simplemente había convertido mis propios impulsos en la forma de una historia para mi propio beneficio.
Era un cobarde que bebía del dulce néctar sin exponerme al peligro.
Mientras caía en la preocupación y la culpa, Lebreau vino y me dijo: «Está compartiendo sus ideas con el resto del mundo. No debería sentirse culpable. Más bien, creo que debería sentirse orgullos de sí mismo».
Y yo acepté sus palabras.
Al menos, hice los movimientos de aceptarlas. Sentí que si no lo hacía, me habría roto en pedazos.
Había aceptados sus palabras seductoras, excusándome a mí mismo diciendo que su bondad no debería ser desperdiciada. Estoy seguro de que otros artistas también se enorgullecen con ideas similares.
Pero yo soy diferente. No soy un hombre tan grande.
Tal vez ya era un hombre roto en ese punto.
Sí, creo que ya estaba roto.
Fui capaz de liberarme del estancamiento al encontrarme con la realidad de la inmortalidad, pero ahora me encontraba incapaz de detenerme.
Igual que un pez es incapaz de cerrar sus ojos o dejar de nadar, ahora estaba obligado a seguir corriendo sin poder detenerme o dar la vuelta.
Fue por eso que hice lo que hice.
Fue por eso que tomé las decisiones que me llevaron al autodesprecio y a escribir estas palabras.
Esto es mi arrepentimiento por el pecado que cometería algunos años después.
No pretendo esperar que seré perdonado, pero escribo estas palabras con la esperanza de que al menos, en el acto de que alguien esté leyendo estas palabras, ella encontrará la salvación.]
—–
Anterior: Epílogo A
Siguiente: Capítulo II: No soy idiota